POR: V. H. TORO "La lección de guitarra" (1934, Balthus) Lo que Freud fundamentó, y sostuvo a lo largo de toda su vida, fue que tanto las neurosis como las perversiones tenían su origen en la sexualidad infantil, la cual (al menos en algunos de sus aspectos y a raíz del Complejo de Edipo) sufriría una represión en la fase psicosexual fálica, específicamente en los contenidos alusivos al incesto, al parricidio y, ulteriormente, a la amenaza de castración. La sexualidad infantil, siguiendo éstas ideas, tendría que desembocar en la genitalidad (la cual implicaría un objeto de sexo diferente, estaría enfocado a fines reproductivos y sería de carácter predominantemente heterosexual con una elección amorosa por “apuntalamiento”). Para llegar a éste momento del desarrollo supuesto, la genitalidad, la sexualidad infantil debería atravesar efectivamente una serie de etapas, en las cuales los objetos de satisfacción de la pulsión y los medios de satisfacción, así como las metas, irían variando a lo largo del atravesamiento de dichas etapas; podríamos sugerir, de un modo extraordinariamente esquemático el siguiente proceso evolutivo (dando rienda al darwinismo freudiano):
En el neurótico, sus deseos de pulsiones parciales están reprimidos y son egodistónicos la mayoría de las veces, mientras que en la perversión los deseos de pulsiones parciales y pregenitales están a “flor de piel”, no operando la represión sino el mecanismo de la renegación y aconteciendo las más de las veces fenómenos de carácter egosintónico. Cabe aclarar que las anteriores elucidaciones alcanzaron una mayor profundidad a raíz de los aportes de Abraham, quien incorporó a las nociones freudianas de las etapas psicosexuales las relaciones de objeto del sujeto. Pero el devenir de las pulsiones parciales en control de la sexualidad acontece en la fase fálica por la amenaza de castración, que supone para el sujeto una angustia permanente e insoportable que le hace rehuir de ésta, regresionando hacia etapas de pulsiones parciales para escapar a la castración propiamente; de éste modo el acto perverso se constituye como una defensa, un mero acto defensivo que cobra importantes repercusiones en el Yo del sujeto, en tanto para regresionar y evadirse de la castración echa mano del mecanismo de renagación (que ya hemos mencionado anteriormente) que le permite aceptar y negar al mismo tiempo una realidad (la diferencia de sexos, la posibilidad de la castración) a costa de una escisión del Yo, que quedaría permanentemente fragmentado. La sexualidad del perverso por lo tanto, se encuentra estructurada de una manera caótica, supone necesariamente un carácter masturbatorio (al menos metapsicológicamente hablando) en el sentido de que el acto va en un sentido de autosatisfacción, en tanto el objeto poco o nada importa al sujeto perverso. Para tomar en cuenta en la identificación de los sujetos perversos, Meltzer (desde su posición poskleiniana) considera que uno debería prestar singular atención a ciertos elementos que aparecen en éste tipo de pacientes:
Ahora bien, tomando en cuenta las características que hemos enumerado con anterioridad y formándonos una idea, más que nada, generalizada del desarrollo psíquico que deviene en perversión; podremos ahora hablar poco sobre la transferencia que ejecuta el sujeto perverso. El sujeto perverso como tal, con su desprecio hacia el objeto y las cantidades fuertes de odio (hablando kleinianamente) que tiene, sentirá permanente envidia, realidad psíquica que lo imposibilita para formar relaciones de objeto o vínculos como tal, en tanto le resulta intolerable la dependencia que el tratamiento psicoanalítico pudiese llegar a generar, ante este temor la intención permanente del sujeto perverso irá encaminada a esterilizar el vínculo analítico, esto es, volverlo ineficiente y destruir cualquier carácter productivo que pudiera tener el análisis como tal. Insisto, esto siguiendo las ideas kleinianas y poskleinianas de la perversión. Otros autores desarrollarán ideas diferentes al respecto, los lacanianos, por ejemplo, evocarán la renegación de la Ley del Padre, como fundante de la perversión y en éste sentido las implicaciones en la comprensión del sujeto irán en un sentido distinto a las que hemos expuesto aquí, sustentados más que anda en las elaboraciones teóricas de las relaciones de objeto. En tanto el Yo del perverso está estructurado a partir de un mecanismo de defensa particular: la renegación; el modo de relación de objeto será siempre defensivo. Aunque una consideración más general de los cuadros podría pensar que un paciente perverso bien puede estar más cercano a la neurosis, o bien, a la psicosis, siendo ésta posición del sujeto el grado de “gravedad” que presente (si es que podemos hablar de ello en psicoanálisis). Ahora bien, Etchegoyen considera la perversión como una especie de síntoma de carácter egosintónico y cuyo principal elemento es una vivencia intensa del placer sexual (el plus de gozar para los lacanianos). La relación de objeto del perverso estaría matizada por un “odio erotizado”. En éste sentido, o siguiendo ésta idea, podríamos concluir y finalizar éstas generalidades sobre la perversión declarando una serie de puntos precisos a través de los cuales la transferencia perversa se manifestaría durante el tratamiento psicoanalítico, a saber:
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS: Etchegoyen, Horacio. (1986), “Los fundamentos de la técnica psicoanalítica”. Amorrortu Editores. Pp. 167-177. Etchegoyen, Horacio; Arensburg, R.. (1977), “Estudios de la clínica psicoanalítica sobre la sexualidad”, Ed. Nueva Visión. Pp. 9-30.
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Julio 2023
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