<![CDATA[Distrito Psicoanalitico - Laguna de letras]]>Fri, 26 Apr 2024 02:47:08 -0700Weebly<![CDATA["Crime by Cuevas"... ¿el crimen de Cuevas?]]>Fri, 06 Dec 2019 22:36:45 GMThttp://distrito-psicoanalitico.com/laguna-de-letras/crime-by-cuevas-el-crimen-de-cuevasPor: Hugo Toro Imagen
A veces me siento desolado y triste por el tiempo que se escurre entre mis manos como la arena en el desierto que corre presurosa al vacío de la nada, de la inmensidad donde se encuentra. El tiempo es un rival con el que he tenido que convivir constantemente y de cuyas heridas me he sanado, arropando el fin como el sentido que da calor y sabor al poder vital del diario vivir.
​           Se ahogan el peso de la tristeza con la gentileza de la gente que me rodea, vivo acogido por grandes dosis de cariño, ternura, nobleza e inteligencia que provocan sonrisas constantes y de cuyos recuerdos me aferro con cadenas, pues al final todo pasa y nada queda, queda la memoria que es poquísimo más que la nada y de la nada se rescata uno, como de la nada fue saliendo a la vida.
            La vida es un torbellino de encuentros, sólo hay que saber por quién dejarse encontrar y en dónde ser encontrado; lo demás es accidental.
            Hoy, me encontré con un hombre que me vendió una carpeta-folleto del libro “Crime by Cuevas”, editado por el Comité Organizador de los Juegos de la XIX Olimpiada de 1968, quienes a su vez prepararon toda una agenda cultural, donde participaron diversos artistas. El número mítico y desolador, 1968, 68, 68, 68... escalda la lengua pronunciar ese año.
            Es sorprendente lo que puedo encontrar día con día. Mi pobre colección de obra gráfica apenas alcanza los 20 ejemplares, visten mi habitación-estudio como una muralla contra la fealdad de los muros vacíos, blancos, sin chiste; día con día despierto y me acuesto con Toledo, Carrington, Friedeberg, Cuevas, Felguérez, Hendrix, Rivera y otros tantos nombres que me rodean, me acogen me hacen fuerte y me dan vitalidad. Muchos los he adquirido en galerías, otros en la Plaza del Ángel, mercadillo de arte en la Zona Rosa, lugar bautizado así por José Luis Cuevas de quien hablaré más en breve.
            Así como en varias partes he encontrado antigüedades, hoy me encuentro con algo que sobrevivió al paso del tiempo. Algo hecho para olvidarse, para hacer propaganda y como todo lo que hace propaganda se anula con el tiempo, pero a diferencia de lo humano, lo trascendental no es promesa sino tabú. Para la publicidad la trascendencia es un palabra prohibida, dejada, pasada de moda, olvidada; pero he aquí que estoy junto a un artículo propagandístico.
            Hermoso por cierto, la carpeta reúne 10 reproducciones de las litografías que compusieron el libro original “Crime by Cuevas”, así como un pequeño librito donde vienen datos del autor, así como un breve ensayo de José Luis Cuevas. Grandioso, sí. Hermoso, también. Toda una fortuna encontrarlo, nadie podrá negarlo.
            Pero no nos olvidemos, 68, 68, 68... ese número infernal retumba en mis oídos como una lluvia artificial que taladra mi cabeza hasta hacerla pensar y repensar.
            Pienso en “la changa” Ordaz, en los estudiantes, en Tlatelolco (lugar que huele a sangre), pienso en el engaño, la pobredumbre del PRI, la vergüenza mexicana, al intolerancia y el doloroso silencio de morir en inocencia.
            ¿Qué hacía Cuevas ahí?
            ¿Por qué?, ¿Por qué aceptó esto?, ¿A caso estaba en París o en Nueva York cuando ocurrió la masacre y jamás se enteró?
            Déjame decirte que el ensayo de Cuevas no es contestatario, por el contrario reúne la postura del gobierno de Díaz Ordaz respecto a los movimientos estudiantiles de la época.
            Cuevas, en su cueva, declara: “Sentarme frente a un televisor, ver la prensa diaria, los seminarios de circulación millonaria, son placeres que me estimulan como ningún producto químico podrá hacerlo”.
            No hablo de las drogas, que por supuesto no importan acá. Su texto es una apología de la vida ordinaria, de la vida sometida, es una invitación porfiriana al orden, a la paz y al progreso que tiene por sentido personal el sometimiento.
            ¿Cuevas eres tú?
            No te reconozco. Tienes razón en decir que las drogas jamás serán eje de creación, que es inocente consumirlas y más si detrás hay una intención de rehusar la vida. Pero... ¿en serio la televisión te estimulaba?, ¿de verdad esos “hombres de barbas te parecían tan malos?.
            Maestro, hablaste de la hipocresía clase política estadounidense, de la insensatez del Ku-Kux-Klan, de “la desfachatez de los que hacen pillaje”... ¿y México, maestro?, ¿no merecía unas cuantas líneas?, el gobierno que pagó con sangre el reconocimiento de ser nación anfitriona de los Juegos Olímpicos, ¿no merecía algunas cuantas líneas de desdén?, ¿dónde está el Cuevas que pugnó, escribió y pintó contra las dictaduras?
            Como todo lo humano, hoy te descubro falible. A ti, que me acompañas diario y me conmueves; eras un hombre Cuevas, un hombre hecho. Pero un hombre al fin y al cabo.
 
Crime by Cuevas... 

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<![CDATA[Hoy por primera vez: carta de un joven suicida.]]>Wed, 07 Mar 2018 21:38:22 GMThttp://distrito-psicoanalitico.com/laguna-de-letras/hoy-por-primera-vez-carta-de-un-joven-suicida​Por: Uh Otorgo. Imagen
Hoy por primera vez acaricié el filo de un cuchillo, como se acaricia el cabello del último amigo. Sondeé el sabor de la muerte que libera y expande, que saca de la prisión del vaivén de la respiración.

No he podido responderme si valdría la pena no hacerlo, porque la pena que cuesta es muy grande y muy grande también el deseo de ahorrármela, como de ahorrarme tantas cosas que a mi corta edad no me han dado para más…

Tengo en mis brazos la posibilidad, el potencial de lo que viene, de lo que podría hacer y sin embargo, luce mejor renunciar a los posibles para remitirme a la seguridad de la nada que amenaza con pudrirme.

La muerte era el paraíso del que fuimos echados alguna vez, arrojados y castigados con lo que llamamos vida. ¿No sería normal que un preso busque en los barrotes las alegrías constantes de su día a día?, ¿no sería esperable que decorara con pinturas los muros de su celda a fin de no ver con dolor los límites de su prisión? Esto y más son los motivos que destacan nuestros amigos cuando dicen que la vida vale la pena, dolorosas ilusiones que son margen y origen de futuros dolores, capacidades sin fin y asechanzas al morir.

Hoy por primera vez me quise atrever, de verdad, pero no pude. Alojar aquel cuchillo en mi pecho me pareció doloroso y algo necio, sigo acá y acá seguiré, tratando de entrever los recovecos de mi ser…


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<![CDATA[M de madre, M de muerte.]]>Wed, 21 Feb 2018 18:49:06 GMThttp://distrito-psicoanalitico.com/laguna-de-letras/m-de-madre-m-de-muertePor: Hugo Toro.  Imagen
Miré sobre mi propio hombro y alcancé a distinguir las siluetas de mi muerte, que se acercaban presurosas para huir de su propio verdugo. Así eran las cosas desde hace un buen tiempo, iban y venían, nadie confiaba en nadie y la muerte nos aguardaba a cada paso como la exhalación que sucede a la inhalación.
Sin mayor temor sentí el aire salino una vez más, los pasos pesados se iban acercando con ese ritmo acompañado que dan los yelmos con su sonido metálico. La suavidad de mi vestido, la hermosura de mi rostro que no había sido destruído por los años, a través de los cuales recibí en mis brazos y alojé en mis piernas a incontables amantes, los mejores y los más nauseabundos hombres de Roma. De Claudio a Calígula, lejos quedaban esos tiempos…

              - ¡Orden del César! Por traición, sentencio a muerte a la mujer que decía ser mi madre, sin conocer desde entonces mi divinidad, Agripina. Que muera por mano propia si tiene el valor y si no facilítenle la faena. Mujer aquí tienes tu sentencia… - me extendió un cuchillo, lindo el cuchillo, seguramente el César lo había dado personalmente.  

Por supuesto, no acepté. Por cobardía o por teatralidad deseaba que mi muerte fuera digna de recordarse, como mi vida, como mis pasiones, como mis intrigas, mis mentiras y mis casi inexistentes verdades. La puta chacala de Roma. Esa era yo y me había llegado la hora.
Me di la vuelta, conservando la elegancia de mis hombros que soportaban mi noble y soberbia cabeza, donde mi cabello se alzaba castaño, feliz, mar de perdición para los hombres y para alguna que otra esclava.
Miré al centurión que frente a mí se encontraba directamente a los ojos, la muerte me llegaba pero no fue nada impactante, yo esperaba algo más. Con mis fuerzas cogí las telas de mi vestido a la altura de mi ombligo lo rasgué, dejé mi vientre al desnudo, como lo había hecho tantas veces y con las últimas de mis voluntades grité:

          - ¡Apuñaladme aquí!, justo aquí, que se abra la sangre paso desde el vientre que parió al que ahora es su asesino, ¡mi hijo Nerón! ¡Occidat, dum imperet!*

El centurión apenas se inmutó, desplegó el cuchillo y con compasiva fuerza me apuñaló justo al vientre, ardía pero no disfrutaba, mi vientre se llenaba de muerte y mis venas la transportaban hasta los confines de mi alma y de mi cuerpo… Al fin morí y no queda claro cómo es que lees esto. Pero así fue.

*¡Que me asesine con tal de que reine!
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<![CDATA[Arrancando el sentido de la vida.]]>Thu, 11 Jan 2018 16:18:26 GMThttp://distrito-psicoanalitico.com/laguna-de-letras/arrancando-el-sentido-de-la-vidaPor: Uh Otorgo

Con profunda admiración
a Guillermo Metinides.
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Si el sentido de la vida hay que encontrarlo yo lo arranqué a través de la mirada. Abrí los ojos en un mundo surreal, lleno de las más vergonzosas tragedias, de aquellas que bien se podían evitar. Naufragué en los intentos de comprender porque más allá de comprender de lo que se trata la vida es de existir, porque toda comprensión es superada por la ficción que, además resulta ser realidad y luego, metaficción.


Tomaba mi camarita y de aquí para allá iba capturando pequeños momentos, hasta la pantalla de los cines a blanco y negro de esos días. Un juego de niño. Hasta que tuve mi primer encontronazo con quien fue y es mi mayor compañera, en quien descubrí el sentido de la vida. Gracias a ella, arranqué el sentido a través de la mirada con mi camarita. A veces era noble, a veces terrible, muchas veces inesperada y hasta injusta. La muerte nos alcanza a todos y yo estaba ahí para capturarla, siempre con mi camarita.


No se trataba de ser morboso ni repulsivo, eso fue lo que gustó. Precisamente el hecho de que la fotografía salía bien, más que bien, dejaba sensación de belleza en la ominoso de las escenas. Más allá de todo y como siempre estuve tan cerca de mi amiga y compañera, ahora a mis 89 años reconozco que es momento de encontrarnos pero sólo para dejarme abrazar por ella, ya no podré fotografiarla, ahora, en todo caso sería yo el fotografiado, pero nada de interés hay en un viejo que muere al calor de su cama…

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<![CDATA[Las escamas del salmón se arrancan en sentido contrario...]]>Fri, 10 Mar 2017 12:38:50 GMThttp://distrito-psicoanalitico.com/laguna-de-letras/las-escamas-del-salmon-se-arrancan-en-sentido-contrarioPor: Uh Otorgo.
- ¡Qué 'arregladito' vienes!  

- Sólo lo justo por respeto a tu belleza, mujer...

- ¡Qué galán! ¿Te gustan las mujeres? 

- No

- ¿Entonces? 

- Me gustas tú. 

- ¿Qué de mí? 

- Tu cabello de plata y tu incómoda palabra. 

- ¿Tan sólo eso? 

- No es poco. 

-  ¿Y sólo yo? 

- Jamás. 

- ¡Bellaco! 

- Belleza.

- Homosexual.

- Las verdades se agradecen.

- Absurdo. 

- Seguir aquí. Adiós.
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<![CDATA[Ojos...]]>Mon, 28 Nov 2016 21:03:18 GMThttp://distrito-psicoanalitico.com/laguna-de-letras/ojosPor: Noé Dorantes Imagen
Sus ojos que no me miran y de los que discurre ternura, de estruendoso mutismo, gallardos, de profundos secretos. De un café cuyo cálido aroma aún no huelo. Tienen atavíos que me envuelven y petrifican, tienen un espacio infinito en los que ha de resonar el eco de mi mirada; bóvedas eternas y penetrantes, ante las que me confieso indefenso y sin pretensiones de hacerlo.

Quizá, también, me muestre insaciable, o a veces, temeroso de perderme en ese río de agua canela de tibios meandros. ¿En qué lenguaje estarán inscritos sus parpadeos? ¿Será en ese en que quizá sonría cuando mis pestañas, por fin, escuchen a las suyas? Qué claridad sus ojos, que diáfana luz en sus ojos.

Son como gotas de límpido rocío que perlan su dulce rostro. Mi árida frente los clama muda, que lluevan sus ojos sobre ella, en plenilunio, hasta que la alborada devenga agua. Pero por ahora, caballero, que beban sorbos de luna, para que florezcan con el siguiente sol. Que guarden el fecundo viñedo: que descansen. Yo, dormiré con el corazón en vela por si alguna mirada suya trepase por la ventana buscando cobijo con la mía.
Yo… cerraré mis ojos para mirar los suyos.

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<![CDATA[Tristezas...]]>Fri, 30 Sep 2016 04:04:28 GMThttp://distrito-psicoanalitico.com/laguna-de-letras/tristezasPor: Uh Otorgo. Imagen
 En la misma acera, en la misma calle, casi al mismo tiempo: 

-¡Estoy muy triste! Me cancelaron mi viaje a Dinamarca…
 
  
 -¡Estoy muy triste! Creo que no habrá pa’ cenar hoy…


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<![CDATA[Memorias de un encuentro...]]>Thu, 15 Sep 2016 01:09:34 GMThttp://distrito-psicoanalitico.com/laguna-de-letras/memorias-de-un-encuentroPor: Uh Otorgo Imagen
Invocar desde la memoria siempre será un revivir imperfecto de la experiencia.

Domingo 24 de mayo de 2015. El cielo nublado de la Ciudad de México nos cobija a mi querido amigo Jaime y a mí, paseamos sobre una de las avenidas más destacadas en una de las colonias más famosas de la porfiriana ciudad. Llegamos a nuestro destino y nos introducimos en la posibilidad, hablar con él, por primera vez. Con Vallejo, con Fernando Vallejo…

Tuvimos la fortuna de charlar con el escritor colombiano Fernando Vallejo, fortuna a nivel profesional, porque platicar con alguien de esa envergadura no es cualquier cosa; fortuna, a nivel personal, porque conocer a uno de tus ideales, alguien a quien has admirado durante algunos años y a alguien que es fuente de inspiración para tu propio trabajo literario es, sin duda, una de las experiencias más gratificantes y felices a la que puede ser sometida un alma humana. Sometido por mi propia voluntad, sometido por mi curiosidad, sometido por mi anhelo y por mi deseo acarreado ya desde hace 5 años que leí el primer título de su autoría, “La puta de babilonia”. Movilizado por el deseo permanente de conocer a quien me había obsequiado tardes y noches de lecturas amenas, donde me reconocía y donde me involucraba, por ése reconocimiento en los personajes (ya hablando de sus novelas propiamente).

Debí ejercer un esfuerzo mental fuerte, en el que tuve que retener en la memoria cada palabra, cada ademán, cada momento, de esta noble experiencia. Desafortunadamente la memoria del hombre siempre estará invadida por sus afectos, por sus prejuicios y por sus idealizaciones de lo acontecido; se recuerda algo que pasó y se recuerda también, en parte, el anhelo de lo que pudo haber pasado pero con un gran monto de cariño y emoción. Pretendo con esto construir un escrito donde, ahora que mi memoria permanece fresca, pueda contener dentro de estas páginas lo que viví ese día, lo que escuché y lo que me llevo para el final de mis días como un día feliz, como un día para celebrar, un día en que un sueño fue cumplido, un día en que dos mentes se encontraron, una receptiva y otra con mucho para brindar, para dar, para ofrecer. Una tarde inolvidable.
 
Domingo, 24 de mayo de 2015.
México, D.F.
Son las cuatro de la tarde, estoy sobre una de las calles más importantes de la colonia Condesa en la ciudad de México, conozco la dirección de mi autor. Permanezco algunos minutos sobre la calle, sufriendo la emoción insaciable de cualquier víspera, el sufrimiento de no saber si dentro de ese lugar encontraré lo que tanto he buscado; así que pasan diez, quince minutos, quizá veinte y entonces, al fin decido tocar el timbre, lo toco y me contesta un acento colombiano que ya he escuchado muchas veces en entrevistas, en videos y que ya tengo interiorizado cuando leo sus novelas.

Me contesta la voz que he querido escuchar en persona durante muchos años, no quiero ahondar mucho en el contenido afectivo porque eso me desviaría de la “verdad histórica”, de los hechos que acontecieron, es importante que mantenga cierta distancia entre lo afectivo y lo sí acaecido; aunque espero comprenda quien me lea que me será difícil llevar a cabo esta labor de manera eficientemente absoluta. Me contesta, le explico la situación, mi deseo, y me dice: en este mismo momento no puedo bajar a abrirte, toca en la planta baja y si está el portero y te abre, adelante.

Ruego para que esté el portero; nunca antes te había interesado tanto que una persona que ni siquiera conoces se encuentre en su lugar de trabajo. Tocamos tímidamente el timbre en el módulo del portero y te contesta una mujer que, bizarramente, casi en una burla al sublime momento que estás viviendo, te dice: estoy en el baño, por favor espéreme, no se vaya.

Esperamos. Temo que la puerta no se abra.

Alrededor de unos cinco minutos aparece la figura de una mujer, humilde, amable, morena de pelo lacio, facciones angulosas, con un vestido de mezclilla y un suéter tejido, color café. Entramos felices y emocionados, Jaime y yo hemos atravesado el único portal, el único obstáculo que nos separa de nuestra misión. Penetramos hasta el ascensor y subimos,  las piernas me temblaban y casi no noté lo viejo del ascensor, lo inseguro que me sentiría en otras circunstancias.

Por fin, cuando el ascensor da ese sonido acampanado que informa del éxito en la llegada al destino, se abren las puertas y ante nosotros se encuentra una puerta roja, una puerta de madera, agrietada, han pasado los años… un siete se impone, como dirección y como décadas transcurridas… A nuestra  izquierda una maceta o algún tipo de escultura de cantera rústica. Tocamos el timbre, envalentonados por el mezcal embriagante de la emoción y escuchamos pasos al otro lado de la puerta, una puerta roja, viva y se abre entonces la puerta. Aparece ante nosotros la figura que tanto he visto en pantallas, que he conocido a través de sus letras, de sus líneas, de la sonoridad de sus palabras y si la emoción de escuchar su voz por el interfón fue grande, la emoción de verlo en persona fue una bofetada de emoción.
 
Cinco años han transcurrido desde que leí por primera vez “La puta de Babilonia”, cinco años han transcurrido desde que me plantee conocerlo, cinco años han trascurrido en los que veía más cercano la hora de su muerte que el momento de conocerlo; no se me culpe y, por favor, no se me enjuicie por lo dicho recién; la diferencia de nuestras edades me aterraba, el flujo libre y constante de la vida que no se detiene me angustiaba, el mismo flujo que lo acercaba a él más al momento de morir y a mí más a una vejez sin un sueño realizado. Era difícil en mi provincia imaginarme llegar hasta ese lugar: la puerta de Fernando Vallejo.

De entre sus piernas sale una perrita color café, un café vivo, un café limpio; una perrita de tamaño mediano, alegre, juguetona; la acaricias como fantaseando que eso te dará puntos a la vista el escritor, que con eso generarás más simpatía, lo miras y abres con una frase impersonal: maestro, qué gusto conocerlo, estoy muy feliz. Ni siquiera me he acordado de decir mi nombre, será demasiado tarde para cuando me des cuenta y se lo diga: casi al final de la tarde. Nos saluda a Jaime y a mí: pasen, pasen. Entramos, es la misma casa que ya has visto en  entrevistas, reconoces el tapiz de los muros y las pinturas, el estilo.

Déjame, nada más apagar esto. Se sienta frente a un escritorio y a mi lado derecho está él y su computadora. La máquina donde mi genio de la literatura teclea las suaves, las sonoras, las duras, las vehementes, las vivas frases, los vivos textos que llegan a mi corazón a través de  la vista a través del papel, ahí está el lugar, el epicentro mismo del terremoto literario que compone su obra y… ahí está él.

Nos ofrece té, yo feliz acepto, Jaime por su lado pide agua simple. Me indica una habitación, es una suerte de estudio,  veo brevemente sus libros (pensaba  que podría sacar buenas sugerencias literarias, pero el tiempo es corto y no consigues ver mucho), un hermoso escritorio de madera antiguo, una pintura, galardones, un clóset.

¡Un closet! Se asoman camisas, camisas de algodón, camisas con colores pastel, que te recuerdan que estás frente a un hombre, camisas que te recuerdan que el momento está ocurriendo, que no es un sueño que estás frente a un ser humano como cualquier otro que viste y calza que decide qué color ponerse, que se enfrenta a la disyuntiva de qué color combina más.

Pasan algunos minutos, regresa con dos tazas y un vaso de agua, sostenidos en una pequeña charola; entre nosotros se encuentra la perrita que alegre me recibió como a un viejo amigo; personaje central de la experiencia, juguetona, hermosa, como es ella. Juego con ella, un rato y justo me dice su nombre Brusca, se llama brusca. Comentamos lo bien que le queda el nombre y ahí estoy, conversando trivialidades como si el tiempo no pasara y como si el momento no fuera a terminar.

Abre con una noticia: acaba de terminar su última novela, próxima a publicarse. [Después sabré que era “¡Llegaron!”, la compraré en su momento feliz por haber sabido detalles de ella meses antes de su aparición.] Sentí el impulso de preguntar más, fantasee con la idea de  que me enseñara el manuscrito; pero recuerdo la suerte que he tenido y lo invasivo que sería aquello, decidí no arriesgarme.

“¿Qué estás estudiando?”

Le contesto que me estoy formando psicoanalista, le comento que llevo una clase de literatura para la que estoy escribiendo un ensayo sobre su obra. Responde a esto hablando del poco psicoanálisis que se hace ahora, mucho en Argentina y en España, no tanto en Colombia, pero sí; y entonces me habla de una novela que comenzó más no terminó sobre un médico psiquiatra en Polanco, aquí mismo en el Distrito Federal, una novela que me dice sería irónica, cómica; llevaría por nombre “Memorias del doctor Flores Tapia”. ¡Qué habría sido…!

No me deja tan en la incertidumbre y me dice que al menos el primer capítulo está publicado en la revista de “El Malpensante”.

Comenzamos a charlar.
La primera pregunta surge sola: ¿Lleva mucho con Brusca?

A esta la adopté hace poquito, unos seis siete meses, está chiquita, ha de tener un año o un año y medio; las otras dos se me murieron, es horrible cuando se te mueren.

Notas ahora el semblante de un hombre que ha perdido dos amigas, que ha perdido dos partes valiosas de su vida, te encuentras ante una figura legendaria; por fin miras esos ojos, escuchas el dolor, lo sientes. Estás ante el hombre defensor acérrimo de los animales. Es horrible que se te mueran.

Hablé luego de mi clase de literatura, le dije que había propuesto “El desbarrancadero” para la clase y que no fue elegido, podría ser incluso que se pensara que su lugar lo ocupó el libro “El mundo de afuera” de Jorge Franco, un buen libro, un libro bueno a secas, estructuralmente bueno a secas, solo “a secas”.

Este libro, “El mundo de afuera”, trata sobre la historia verídica de Diego Echavarría, de su esposa y de su hija. Fernando, reconoce los personajes, me habla de Diego, de su hija, Isolda, (a quienes él mismo vio), me habló de Benedicta (de Dita). Surge ante esto una maravillosa oportunidad, ha de decir: A ellos los tengo en la libreta de los muertos. Saca la libreta de los muertos de uno de los cajones de su escritorio.

La libreta de los muertos, la famosa libreta de los muertos, la que creía un invento de la imaginación, un elemento literario más, existe, existe y he estado en presencia de ese objeto idílico, la libreta de los muertos de mi novela favorita “El don de la vida”.

Veo la experiencia en sus ojos, escucho las memorias de un hombre que ha conocido grandes personajes. Le digo mis opiniones sobre la obra de Franco y me pregunta: ¿Está escrita en tercera persona? Le contesto afirmativamente, y él me explica que ya no hay razón para que haya o siga habiendo la voz de la tercera persona en las narraciones, casi la anuncia como una imbecilidad (el adjetivo lo he puesto yo) es una voz literaria, a su vista, que ya no tiene razón de ser por la imposibilidad que representa; hay dos tipos de tercera persona, comenta, una en la que el narrador es omnisciente y omnipresente, puede entrar en la mente de los personajes, sabe lo que ocurre en cada momento, sabe lo que piensan y conoce todo cuanto quieren decir y dicen; y otra en la que la voz narrativa es como una película, en la que no sabe o no se mete en la mente de los personajes pero sigue estando omnipresente sigue sabiendo todo lo que ocurre en todo momento; rechaza una vez más este tipo de escritura.

¿Por qué entonces en primera persona? Porque así es como se vive. Es una voz más honesta, es una voz más plausible; nadie puede meterse en la mente de otra persona, eso es imposible. La tercera persona es una voz que tuvo su auge con las novelas del siglo XIX, tuvo su momento pero ya ha pasado, igual que el cine. El cine es un lenguaje hipervalorado en el siglo XX pero que ya no tiene razón de ser, y mira que yo estudié cine, me fui a Roma a estudiar cine cuando tenía unos veintiséis años.

Seguimos charlando y me aventuro a cuestionarlo sobre lo limitado que resulta entonces la voz de la primera persona [pregunta estúpida ahora que lo pienso, una voz literaria enmarca, sí, la obra pero jamás la limita al menos no en los términos en que planteé la pregunta] en el sentido de la infinitud de posibilidades a la que se presta más la tercera persona.

Es que si yo escribiera un libro en tercera persona, ¡estaría sacando un libro cada mes!, inventando personajes, situaciones y cosas, eso lo puede hacer cualquiera, es muy fácil, es muy sencillo, es un género que desprecio. Pero escribir en primera persona implica un esfuerzo mayor en la escritura.

Escuchando esto me sentí miserable, cómicamente claro está, ni siquiera en tercera persona he conseguido terminar mi primer novela, me avergoncé de estar frente a él en secreto e intenté que en mi mirada no se deje ver esto, no he pasado de algunos cuentecitos en primera persona y algún que otro ensayo breve. Al mismo tiempo sentí la energía que me imprime saber que estaba frente a un genio que menosprecia lo que para muchos son cuestiones difíciles de emprender, más aún de concluir exitosamente.

Hablamos un poco más de la tercera persona. A la gente le conviene la tercera persona, porque la tercera persona se presta para tomos gruesos, para tomos grandes y las personas que buscan en la literatura una evasión del mundo real, buscan libros grandes gruesos, que les proporcionen unos veinte días o un mes de escape, a través de ese libro. La primera persona se presta más para libro corto, deja a entender.

Me acude una pregunta: ¿Para quién escribe?

La puta de babilonia, mis libros de física y de biología, los he escrito para la humanidad, esos sí que los traduzcan; mis novelas para la lengua española.

Me embarga una emoción penetrante, mis oídos han sido emancipados con esas palabras, la fuente fue directa. Lo sigo escuchando hablar, sobre sus novelas, del por qué no pueden ser traducidas del todo exitosamente a otros idiomas. Escucho aún el legado, escucho el origen de ese legado y la intención detrás de él, me conmueve e incluso me incluyo fantasiosamente en eso sintiendo gratitud, como si el legado fuera solo para mi. Lo es, en ese momento lo es.

Le pregunto si existe alguna novela a la que le tenga un especial afecto o un especial cariño; lo niega. Todas me entretuvieron en su momento, todas me son iguales, todas las valoro por igual.

Escribo para molestar, también.

Hago alusión a que en varios de sus libros mientras pasas la vista sobre el papel y la tinta y tus ojos van descifrando las frases, los párrafos te vas deleitando con una especie de sonoridad impecable, deliciosa. ¡Ah sí! Se llama sonoridad verbal, la sonoridad verbal es imprescindible, las frases tienen que tener sonoridad; hablé de eso en el Logoi, en mi tratado de lenguaje literario.

¿Hay cosas de su vida personal en sus libros?

Sonríe, levanta las cejas y apunta las palmas de las manos hacia el cielo…

[Hasta aquí quiero compartir, lo demás lo guardo para mí, el egoísmo y la astucia de quien guarda un tesoro para sí. Travesura.]

Lo demás es mío, no tiene por qué interesarles. Planteé aquí algunas cuestiones que podrían resultar interesantes para cualquiera, me alegra reproducir en papel este encuentro, para invocarlo después, aunque en estos fragmentos. Que la fantasía no se extienda en mi memoria, ojalá fuera posible y que siempre conserve este recuerdo.

Ha sido como respirar el más puro de los aires, el aire de la bienaventuranza intelectual. 

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<![CDATA["Una astilla en la vida."]]>Mon, 05 Sep 2016 05:02:00 GMThttp://distrito-psicoanalitico.com/laguna-de-letras/una-astilla-en-la-vidaAutor: Uh Otorgo. Imagen
De las sombras y de los despojos de los hombres y mujeres que veía día tras día en el metro, una pequeña luz se abría camino entre las multitudes de indiferentes adultos…
“Sopitas” fue, alguna vez, una niña de 5 años.

Rubia, aunque morena por la suciedad de su miseria, se acercaba dando papelitos de colores con una leyenda que rezaba “Ayúdame para comer, grasias.” La frase hablaba por sí misma: la ausencia del alimento en el día, la permanente cortesía del analfabeta… Supe que se llamaba “Sopitas”, o así le decían, porque su madre la llamó así varias veces. Me sorprendía que siendo tan temprano, seis de la mañana, Sopitas estuviera tan despierta, quizás, sería el hambre…

Como fuere, Sopitas siguió siendo un retrato en el paisaje de mis mañanas camino al trabajo; cada día invencible se aproximaba a nosotros, se abría paso como podía y pedía, pedía, pedía… Como si pedir fuera una cosa sencilla, mis compañeros de vagón y yo la despreciábamos; algunos ni siquiera le regresábamos la suplicante mirada. Tuve la fantasía de obsequiarle una moneda alguna vez, quizá incluso algún almuerzo, pero el peligro de entrar en contacto con sus asquerosas y mugrientas manos no me permitía tomar el riesgo: una fantasía mayor, la de mi pulcritud. Como si estuviera más limpio yo por haberme duchado ese día o como si las cremas de supermercado le dieran a mis manos un estatus diferente a las de Sopitas…

Aún recuerdo aquella imagen: Sopitas descubre a un bebé sentado en el regazo de su madre, le sonríe (como si su vida fuera para sonreír) y hace un ademán de acariciar al niño, antes de que se logre el ademán, la madre del bebé avienta a Sopitas a quede fuera del alcance del bebé; como si no hubiera pasado nada, Sopitas le sonrío a la mujer y siguió paseando por el vagón con su austero vaso de plástico, elaborado con los restos de una botella de refresco partida a la mitad…

Todos los días durante diez años Sopitas fue una compañera asidua por las mañanas… Hasta que un día desapareció, no volvió por ahí. La olvidé fácilmente, como se olvida el rostro de los oficiales de los torniquetes, o como olvidamos a la señora de la limpieza de la casa de nuestros padres… Otros pasaron a tomar su lugar, aunque nadie tan encantador como Sopitas. Si Sopitas viera a estos niños repletos de pulgas, con cara de podredumbre y de lástima de sí, seguro le resultarían vergonzosos. Sopitas les enseñaría a ser pícaros y sonrientes, a agradecer con amabilidad las desquiciadas torpezas y groserías de sus inhumanos benefactores y a bendecir las negativas a sus peticiones… Sopitas nunca volvió…

Algún día, no lejano, pasando por la calzada de Tlalpan dirigiéndome en mi Toyota Prius a la casa de una querida amiga en Coyoacán, me tomó por sorpresa un alto. Revisé mi celular mientras aguardaba el siga, esperando, deseando continuar mi camino. Giré hacia la derecha a donde había una parda de autobús y ahí volví a ver a Sopitas, ya una señorita, alta y delgada, igual de sucia pero no por mugre sino por maquillaje barato, simulaba su cabello lo que debería ser un corte atractivo y su color ya no era castaño, sino del rojo más vergonzoso… Sopitas era una prostituta… Me avergoncé y volví la vista al frente, ella me miró de nuevo y cruzamos miradas, por un momento sentí que me reconoció, el infeliz que día a día miraba su miseria en una muda antipatía y con unos ojos de lástima y de falsa compasión… me sentí acorralado por el peso de la culpa, la culpa de la omisión, que pesa más que el de la acción, miré mis manos y las percibí más podridas que las del cadáver más horrendo en la fosa común más indigna, en mis manos había una astilla, una astilla clavada en la vida… Arranqué. 

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<![CDATA["Las llaves de Auschwitz"]]>Fri, 17 Jun 2016 16:15:14 GMThttp://distrito-psicoanalitico.com/laguna-de-letras/las-llaves-de-auschwitzPor: Uh Otorgo.
NOTA PRELIMINAR: El presente cuento de Uh Otorgo es una inspiración creada a partir de la reciente noticia del redescubrimiento de más de 16,000 objetos personales de los prisioneros del infame campo de concentración nacionalsocialista. 
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¡Por fin he vuelto a sentir el calor del Sol!

He pasado la mayor parte de mi vida en las tinieblas, soportando fríos despiadados y estremecedoras humedades, que oxidan mi cuerpo y que mutilan mis hendiduras… Desde que nací en 1939 viajé de un lado a otro, transportada en la fina calidez y sensación de la seda, en el ropaje soberbio de la lana, y en las manos recubiertas de guantes de algodón egipcio. Fui posada en los más elegantes escritorios de caoba y aprendí a reconocer los estilos más vanguardistas y elegantes; brillaba dorada como una estrella cuando la luz de los candelabros me tocaba, como quien toca a una joven virgen que acaba de renacer, ahora, como mujer…

Dos años desde mi nacimiento y la vida iba bien, mi casa era grande y mis portadores refinados. Había nacido en la mejor de las vidas, había renacido llave.

Soportando mi peso en un cuenco de cristal sobre una mesilla al lado de la puerta de entrada esa noche escuché el atronador sonido de una bestia inmunda, que no sabía tratar bien a una dama, a mi amiga, que tanto había pasado desde que tan solo era un débil abedul; la puerta tronó como un rayo que se impacta en la suave tierra de un plantío, como una arrolladora hacha que detona los cimientos de un viejo roble. Esperé que se tratara de una emergencia, una impertinencia funesta, quizás, alguna mala noticia: ¡no eran horas de llamar a la puerta!.

Mi portador bajó, cubierto con una suave pijama de algodón y una suave bata de seda. Abrió la puerta y hasta mi piel de metal pudo sentir el atronador temor que sintió al ver esa figura mitológica, erguida frente a él, con un traje de funerarias consecuencias, negro como el odio que los motivaba, acompañado por dos mozalbetes que acudían en su auxilio. No podía hacer nada, solo una llave. La familia se alistó para partir, y al salir de casa mi portador me usó una vez más, cerró la casa, esperando guardara seguridad la cerradura, "para cuando regresáramos" -dijo-, para cuando regresáramos…

De noche, de madrugada; llegados a un pestilente lugar, al que ni ellos ni yo estábamos acostumbrados, una pocilga móvil, echa de los desperdicios de los aserraderos, ni una silla para mi bella portadora, mucho menos un sillón para mi distinguido portador. Entramos a aquel vagón y en medio del frío nos consolaban los cuerpos de nuestros acompañantes que apenas podían brindarnos algunos milímetros de distancia, pero sí podían compartir calor suficiente para aguardar y sobrevivir a ese castigo. Solo esperaba que todo fuera parte de una insulsa broma. Yo y mis portadores no podíamos estar en esa situación, tan lustrosos como siempre, desentendidos de la furia y de la tempestad de la miseria, acostumbrados al brillo lujoso del color dorado y a la suavidad de nuestras prendas, ahora estábamos encerrados en una caja negra, de mierda y podredumbre.

Al fin llegó la hora de salir de ahí. Salimos. No lo debimos hacer…

No puedo relatar lo que siguió porque no importa, solo sé que mis portadores se desnudaron y me dejaron junto con otros compañeros en un montón de miles y miles de artefactos con los que ni siquiera había cruzado mirada: afeitadoras, relojes, pañuelos, dentaduras; todos amontonados, perdiendo la poca dignidad que nos quedaba… Mis portadores desaparecieron y solo podía esperar, ¿Cómo haría mi portador para abrir la puerta cuando volviéramos a casa? Esperaba que no olvidara dónde me había puesto…

En un momento, un hombre de uniforme negro ordenó que nos enterraran, “cosas sin valor”, nos llamó. ¡¿Cosas sin valor?! ¡Yo que en mi dorada piel había abierto la más venturosa puerta, de la más elegante mansión, en la ciudad más distinguida de Alemania, soportada por la mano de un representante de un largo linaje familiar.! ¡¿Cómo se atreve?!

Mi reclamo no surtió efecto.

Terminé en medio de desconocidos, sumergida en una tierra sucia, regada de sangre, humedecida con el sufrimiento de cientos de miles, absorbida en la oscuridad.

Ahora, no sé en qué momento estoy. Solo me dormí y por fin desperté; ya no reconozco nada, y no veo venir a mis portadores por ningún lugar; espero que no me hayan olvidado, porque sin mí no podrán abrir la casa cuando vuelvan…


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