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FILOSOFÍA

Reflexionar sobre filosofía es invariablemente el camino a la reflexión sobre nuestras vidas.

Crítica al uso del concepto de arché respecto a las mujeres en el Libro I de la Política de Aristóteles

9/26/2025

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Por: Hugo Toro
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Introducción
Con frecuencia es atribuida una responsabilidad (fantasiosa) a los grandes pensadores de la historia: la de tener que cumplir nuestros estándares personales y temporales. De este modo, quienes se erigen como representantes de la más elevada actividad intelectual suelen ser exigidos y medidos con una vara tan alta que se parece olvidar que Errare humanum est.
      Este depósito de anhelos y exigencias parece jugar en contra de la lectura que podemos hacer de las obras de esos hombres que, por más sofisticados intelectualmente que sean, no dejan de ser humanos y por lo tanto susceptibles de los mismos avatares psicológicos, pasiones y anhelos fantasmáticos (aquí me permito hablar como psicoanalista) que a todos los demás hombres afectan. El desarrollo del pensamiento y la agudeza de la obra no son una vacuna contra el error y mucho menos contra la humanidad que, por sí misma, habita en constante contradicción. Llegados a este punto conviene entonces evitar dos efectos derivados de ese mismo problema (la fantasiosa visión de los héroes intelectuales): la crucifixión o su deificación, ni uno, ni lo otro.
          En este breve ensayo haremos una crítica del Libro I de la Política de Aristóteles, pero desde la perspectiva anterior, no “decepcionados” de lo que encontremos, tampoco “defendiendo” al ídolo, sino haciendo acopio de una pretendida objetividad que nos permita realizar un trabajo de análisis crítico frente a una obra que debe ser leída en su tiempo, pero también en sus efectos y consecuencias, así como en la medida de la verdad. Con esto último haremos una crítica que no se enfoca tanto en el contenido sino en los principios que sostienen la argumentación.
            Finalmente, el mejor homenaje para Aristóteles será recordar la frase que se le atribuye: Amicus Plato sed magis amica veritas. Así, caminaremos por los senderos del primer libro de la Política, sólo con la visera de esos dos elementos: primero, amigos de la verdad; segundo, evitando la pasión por la ignorancia.
 
 
Crítica al uso del concepto de ἀρχή respecto a las mujeres en el Libro I de la Política de Aristóteles
 
Para realizar este comentario crítico, quisiera hacer la precisión de un elemento que siempre posee su relevancia en la filosofía aristotélica: ἀρχή. Como bien es sabido, el concepto de principio en Aristóteles cobra su relevancia toda vez que su argumentación apunta siempre a la comprensión que en ese momento tenga respecto al o los principios del objeto que estudia. Así pues, debemos tomar en cuenta lo que suele entender Aristóteles por el concepto de ἀρχή, veamos una de las definiciones más completas que da: “Y de otros tantos modos se dicen también las causas; pues todas las causas son principios. Así, pues, a todos los principios es común ser lo primero desde lo cual algo es o se hace o se conoce.” (Met Δ: 1, 1012b34-1013a23).
Entendemos que, por lo general Aristóteles reconoce como principios las causas de los objetos de estudio, aunque no todos los principios sean causas, pues, en extenso, los principios también se refieren a lo siguiente: al punto de partida desde el cual un determinado ente se mueve; participa del cambio hacia lo mejor; se hace sin ser intrínseco a la cosa, se hace siendo intrínseco a la cosa, según cuyo motor las cosas se mueven y cambian, finalmente, a partir de lo cual una cosa es cognoscible. Así mismo, empirista como era, para Aristóteles los principios ontológicos anticipan a los principios dianoéticos (Llovet Abascal, 2020, p.20-41).
             Todo lo anterior, como veremos, hace incomprensible el manejo de ἀρχή dentro del primer libro de la Política. Sin embargo, antes de ejecutar la lectura crítica, debo reconocer que camino sobre terreno pantanoso pues este análisis sólo considera una célula de todo un corpus teórico, pero espero que se me tenga paciencia y que, en todo caso, podamos referirnos a los aspectos del Libro I de Política que puedan sobrevivir fuera de su texto, es decir, sobre aquellas afirmaciones que pudieran sobrevivir más allá del texto que las contiene a fin de no referirnos a aquellas que sólo pueden existir dentro de su texto, es decir, aquellas que Aristóteles consideraba universales respecto a aquellas que son secundarias al manejo que hace de las primeras. Con esa motivación en mente he querido referirme primero a los principios en general para posteriormente aterrizar sobre el texto, pues aquellas afirmaciones que sobreviven al texto suelen ser aquellas que se refieren a los principios.
              Aristóteles efectivamente comienza su argumentación en la búsqueda de los principios de la polis (Aristóteles, Pol, 1, 1252a3). Y como parte inherente de esa reflexión buscará los principios del hombre y la mujer. Veamos entonces qué toma Aristóteles como principios de las mujeres en este texto. Así, cuando comienza su argumentación señala lo siguiente en relación con las mujeres:
“Así pues, por naturaleza está establecida una diferencia entre la hembra y el esclavo […] Pero entre los bárbaros, la hembra y el esclavo tienen la misma posición, y la causa de ello es que no tienen el elemento gobernante por naturaleza, sino que su comunidad resulta de esclavo y esclava.” (Pol, 1, 1252b3)
            Esta primera aproximación no parece satisfacernos en lo más mínimo, aquello que parece erigirse como principio (la causa de la posición compartida entre hembra y esclavo) no es otra que una cosa que no tienen, ya como principio operativo encontramos el problema (¿falocentrista?) de que Aristóteles retoma su reflexión pensando en “aquello que les falta” y, de eso que no tienen, hace principio. Si bien lógicamente no existen impedimentos para que una ausencia funcione como principio, uno no deja de extrañar en la reflexión aquello que sí hay, es decir, aquello que inherente al ente funciona como su principio. Más aún, ¿qué es ese elemento gobernante?, ¿se refiere a la disposición a comandar, a la disposición a administrar, dominar, resolver?, la única respuesta a estas preguntas también nos deja insatisfechos: “el que es capaz de prever con la mente es un jefe por naturaleza y un señor natural” (Pol, 1, 1252a2:b), ¿un esclavo o una mujer no prevén con la mente?. O el maestro Aristóteles es ignorante o no puede ver a causa del prejuicio que cubre los ojos del juicio de su razón. Aunque más adelante para resolver este problema, señale que serán almas con capacidades diferentes, esa misma descripción no hace sino dejar igualmente insatisfechos pues parece más bien un arreglo a justificar las posiciones que les otorga a hombres, mujeres y esclavos.
            Como vemos, el argumento que participa de la idea de principio no resulta sino totalmente insatisfactorio, pues ni en un sentido, ni en otro (como suele ser en otros textos) Aristóteles realmente define con claridad los diferenciales. Los principios que sostienen toda la argumentación, por el contrario, parecen únicamente dar por hecho que para todos será una obviedad superlativa la afirmación del principio, sin que éste tenga que ponerse en duda ni una sola vez para ser revisado con precisión o más en extenso.
                 Luego hace una argumentación de la naturaleza de la polis, la tendencia natural del hombre a hacer comunidad y a establecerse en vínculo con otros, para finalmente pasar al plano de la administración de la casa y sus teorías de la esclavitud, de las cuales nos arrogaremos un par de cuestiones pues, como hemos visto en la cita anterior, para Aristóteles las hembras y los esclavos comparten en cierto sentido el “no tener el elemento gobernante”.
                  Un poco más adelante, reafirma esa posición: “Y también en la relación entre macho y hembra, por naturaleza, uno es superior y otro inferior, uno manda y otro obedece. Y del mismo modo ocurre necesariamente entre todos los hombres.” (Pol, 1, 1554b7). De nuevo nos quedamos insatisfechos, pues el maestro no logra brindar con absoluta claridad una argumentación sólida que sostenga esa diferencia que da por hecho con tanta facilidad. Su argumentación parte de un símil un poco engañoso: el alma comanda al cuerpo, por lo tanto el cuerpo se somete al alma, pero ya desde ahí tenemos el problema de que no se sabe por qué asume que al hombre corresponde el estatuto superior si no se pone en comparación ni con el esclavo ni con la mujer, es decir, nunca llega a pensar que aquellos puedan también tener esos elementos, da por hecho que no los tienen simplemente. Ojalá se hubiera acordado de Platón y el método mayéutico que le habría permitido ponerse un poco más en duda.
            El prejuicio que denuncio en mi crítica llega a uno de sus puntos más agudos y determinantes cuando Aristóteles nos lanza la siguiente afirmación:
“De modo que hay que pensar evidentemente que, de manera semejante, las plantas existen para los animales, y los demás animales para el hombre: los domésticos para su servicio y alimentación; los salvajes, si no todos, al menos la mayor parte, con vistas al alimento y otras ayudas, para proporcionar vestido y diversos instrumentos. Por consiguiente, si la naturaleza no hace nada imperfecto ni en vano, necesariamente ha producido todos esos seres a causa del hombre.”  (Pol, 1, 1256b11-12)
            Marco en negritas aquello que más me interesa. Más allá del evidente “antropo-falo-centrismo” del fragmento, “toda la naturaleza ha sido concebida a beneficio del hombre”, quiero hacer el apunte más radical de mi crítica. Hemos dicho ya que los principios son aquello que se llama a lo que es causa del movimiento, del ser, ya sea intrínseco o no, o por lo cual se conoce algo, de acuerdo con las definiciones que revisamos con anterioridad. Parece entonces que los prejuicios le hacen decir a Aristóteles un desvarío un tanto insostenible pues la frase que subrayo no deja claro si de acuerdo a su propia doctrina de los principios, el principio de todos esos seres sería la naturaleza por ser el motor o el hombre por ser a quien va dirigido; si fuera el hombre estaremos en plena contradicción con muchos otros de los libros de Aristóteles, incluyendo la Física, conceptos como el demiurgo carecían de relevancia y mucho más. Por la posesión de razón, Aristóteles eleva al hombre a causa del ser de todos esos entes, pero ¿no existen y predominan causas que, sin capacidad racional, lo son respecto a otros elementos? En este sentido, no parecen ser la razón, la capacidad adquisitiva, ni el elemento gobernante presentes en el hombre, suficientes para poder sostener que la naturaleza ha producido todos esos seres a causa del hombre, y lo importante para nuestra reflexión es que este párrafo destaca de manera radical el prejuicio con el que se impregna todo el texto aristotélico, no prejuicio en el sentido ordinario, sino en el sentido más epistemológico que se le pueda dar, no es ni siquiera una doxa informada, es plenamente la desviación de la reflexión por los supuestos de los que el autor participa y que le hacen estructurar una visión que prescinde de su una mínima autocrítica.
            Dichos supuestos quedan manifiestos, nunca puestos en duda o sometidos a revisión, como por ejemplo en: “Pues también hay que gobernar a la mujer y a los hijos, como a seres libres en ambos casos, pero no con el mismo gobierno, sino a la mujer como a un ciudadano y a los hijos monárquicamente. En efecto, el hombre es por naturaleza más apto para mandar que la mujer -a no ser que se dé una situación antinatural-,” (Política, 1, 1259b1-2). Establece por lo tanto el principio de naturaleza, sin destacar sus causas, únicamente dándolo por supuesto, de nuevo el principio parece recoger lo que García Miranda (2025) en su clase dedicada a este mismo libro señalaba: la inclinación empirista de Aristóteles a observar y erigir por medio de la observación una condición de principio supuesto como natural y universal, sin preguntarse si lo observado es realmente un reflejo de las condiciones. Esto último le lleva al error de asumir que toda mujer que posea aptitud para mandar será antinatural y su equivalente, todo hombre que carezca de ello también será antinatura. Así, todas las relaciones persisten en una idea: se establecen en relación con el hombre, esposo hacia la esposa, padre hacia  los hijos, amo hacia los esclavos, pero ninguna parece estructurarse en un estudio realmente profundo de las cualidades y capacidades de estos elementos, sino en el supuesto que brindan las relaciones sociales que establecen.
            Lo anterior se refuerza a cada vuelta de página cuando hace al esclavo y la mujer criaturas con alma, pero con un alma limitada como ya adelantábamos: “Y en todos existen las partes del alma, pero existen de diferente manera: el esclavo no tiene en absoluto la facultad deliberativa; la mujer la tiene, pero sin autoridad; y el niño la tiene, pero imperfecta.”  (Política, 1, 1260a7). Este planteamiento, pretende fincar en la naturaleza (principio causal del ser, pues como bien recoge Llovet Abascal los principios ontológicos en Aristóteles anteceden a los dianoéticos) esas características limitadas de disposición del alma en estos agentes (mujeres, esclavos y niños). Parece intentar matizar las cualidades del alma, sin dar pruebas (o darlas insuficientemente) de por qué los hombres las poseen de modo distinto a los otros y únicamente participando de un pretendido principio de superioridad del hombre que, al menos en este texto (sabemos que en otros hay argumentación más “sólida”), no es justificado ni argumentado más allá de su aceptación de antemano y sin discusión.
            Mi crítica a lo que se establece en este libro, como intento hacer apreciar, no es una crítica a su contenido, pues a lo dicho hay que cuestionarlo no sobre su contenido (que puede o no gustarnos), sino en relación con la lógica que lo sostiene y después con la correspondencia con la verdad de esa lógica.
            Ya Llovet Abascal (2020, p. 190-191) tomando la idea de la ciudad como principio del individuo, que se establece en este texto, señala que existe una contraposición si al concepto de principio admitimos el concepto de temporalidad, pues la antecedencia temporal y no lógica de la ciudad sería la pareja sexual y así, el concepto de principio es variado tal como establecimos al inicio de nuestras reflexiones. Sin embargo, revisemos, el andamiaje de argumentación lógica en este libro toma el principio fundamental y manifiesto: que el hombre libre es por naturaleza superior y posee el don de mando por sobre las demás criaturas y ello lo erige como principio desde el cual se establecen las relaciones en el oikós y es él a quien se rinden incluso las condiciones de la naturaleza.
              Hemos citado a Aristóteles con anterioridad: “Así, pues, a todos los principios es común ser lo primero desde lo cual algo es o se hace o se conoce.” (Met Δ: 1, 1012b34-1013a23). ¿Puede decirse que el principio que sostiene toda la lógica argumentativa se cumple realmente? No parece ser el caso. Para que ello se cumpliera el hombre tendría entonces que ser: causa de existencia, de realización o movimiento y medio para llegar a conocer. Aunque Aristóteles afirma que es el caso, ya en su tiempo esto no dejaría de encontrar sus contradicciones y detractores.
            Demos un paso más en la crítica, ¿qué hace que el “elemento gobernante” no se encuentre en el esclavo?, ¿será que no lo tiene porque la naturaleza no lo dotó de eso o será que no lo ejerce porque cultural y militarmente se encuentra dominado?, Aristóteles parece ni siquiera preguntarse por estas cuestiones, pues al apegarse al empirismo de su observación confunde en este caso el ἀρχή con el fenómeno observado. En su avance iusnaturalista equipara, por lo tanto, lo observado a la ley natural pero no se da cuenta que todo en cuanto es humano corresponde a una dinámica que no es fundamentalmente natural, sino desprendida de ella, así lo que es tomado por ἀρχή es equívoco y de ahí toda la argumentación se queda en deuda con la verdad de lo observado. Sabemos bien que no porque la observación nos indique al sol como centro de nuestro sistema solar, lo pensamos como ἀρχή de toda la galaxia.
               Aristóteles da por hecho que esa superioridad tanto biológica como “psicológica” es un hecho evidente y natural, toma cualquier excepción como una antinaturalidad y por ello no reconoce que en realidad es la comprobación de la igualdad (como su maestro Platón hace en relación a la capacidad intelectual en el Libro V de La República), de este modo parece inadvertir que toda la argumentación no cumple realmente con los requisitos indispensables de su propia concepción del ἀρχή según nuestro entendimiento del mismo. Las posiciones y principios adjudicados al hombre y la mujer son tan solo reflejos de las disposiciones sociales y los mecanismos simbólicos de relación, control y dependencia.   
 
Conclusión
La revisión del concepto de ἀρχή en el Libro I de la Política parece mostrar que Aristóteles, pese a su rigor lógico en otros tratados, aquí incurre en una contradicción fundante. Mientras en la Metafísica el principio se define como causa primera o fundamento del ser, en la Política lo convierte en un dato empírico no demostrado: la supuesta superioridad natural del varón. Al tomar como “principio” una carencia, la falta de elemento gobernante en mujeres y esclavos, confunde observación social con principio ontológico y lo presenta como ley de la naturaleza lo que, en realidad, es una práctica histórica. Este desliz revela que incluso el pensamiento más sistemático puede ceder ante prejuicios culturales, dejando en evidencia que la “naturaleza” aristotélica es, en este caso, una naturaleza ya interpretada o asumida desde un canon que Aristóteles no está dispuesto a evaluar en relación con la verdad que le concierne. Así mismo, fue para mí importante no incurrir en una categórica discriminación del contenido, pues la crítica desde el rechazo puramente no habría tenido sentido, a pesar de que quizá fue ambicioso a mis capacidades, lo que he intentado es criticar los puntos de vista expuestos en este primer libro pero sólo a condición de revelar lo que considero, una falla en la lógica argumentativa que los sostiene.
                Recordar esta fractura no busca desautorizar la magnitud de su obra, sino mostrar que la verdad filosófica exige someter a crítica los propios fundamentos, incluso cuando provienen de uno de los mayores maestros de Occidente.
 

Bibliografía
Aristóteles. (2020). Metafísica [Traducción y notas de Tomás Calvo Martínez]. Ed. Gredos.
Aristóteles. (2023). Política [Traducción y notas de Manuela García Valdéz], Ed. Gredos.
García Miranda, M.L. (2025, 18 de septiembre). Comentarios en clase del Seminario La Mujer en la Antigua Grecia. Universidad Panamericana.
Llovet Abascal, José María. (2020). “La noción artistotélica de principio: una reconstrucción”, Ed. Eunsa.


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