Por: Hugo Toro. ![]() Nadie puede dudarlo, Borges es un genio de la literatura. Si alguien lo niega que lo encierren en un manicomio o que se le ignore por imbécil. “Ficciones”, publicado en 1944, es considerado por el diario Le Mond uno de los 100 mejores textos del siglo XX, no se equivocan. La maestría de Borges con el idioma español se deja notar en esta extraordinaria antología de cuentos que, a lo largo de sus dos partes abre temas humanos y más allá de lo humano. Borges usa el lenguaje en una prodigiosa y proverbial erudición que reúne en sus páginas no solo giros literarios valiosos por su estética sino por la integración brillante de elementos y cuestiones filosóficas esenciales, pasando por uno de sus favoritos (Schopenhauer) donde el tiempo, el espacio y la existencia se encuentran en un jardín de caminos que se bifurcan. Lectura obligada para cualquier hispanohablante interesado en la alta cultura, “Ficciones” es un referente del canon occidental, simplemente no se puede pensar en no leerse, pues sin duda será y ha sido matriz común de muchas de las obras cinematográficas, literarias y teatrales contemporáneas. La experiencia es única pues el lenguaje es empleado con una elegante economía, el lector se encuentra constantemente en sintonía e identificación a pesar de tratarse de ficciones, el orden establecido del libro supone una excelsa capacidad literaria-lingüística. Finales inesperados, historias con una originalidad excepcional son tan solo dos elementos que podrían pobremente describir aspectos de las historias que se cuentan. Por lo demás, juzgue usted, me permito compartirle una frase contenida en este texto: “Pensar, analizar, inventar –me escribió también- no son actos anómalos, son la normal respiración de la inteligencia.” (Borges, 2018, p. 116) Referencias Bibliográficas: Borges, Jorge Luis. (2018), “Cuentos completos” (Ficcionario), Editorial Lumen.
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Reseña por: Hugo Toro. ![]() Todos somos Bilbo Bolsón. Aunque escrito a lo largo de la década de los 20`s y publicado finalmente como un libro entero en septiembre de 1937, “El Hobbit” del afamado filólogo J. R. R. Tolkien es al día de hoy uno de los libros más adorados por las juventudes y por los cultos adultos. Por supuesto, en sus orígenes el libro fue desarrollado por el autor como un obsequio para sus hijos, lo que provoca que el texto tenga esos matices de “narrador para niños” que a momentos hace pequeñas intervenciones donde interactúa con el lector, sobre todo durante la primera mitad del texto. Por lo demás, tomemos en cuenta la totalidad de la obra. Bilbo Bolsón, protagonista de esta historia, es la representación más clara del “Loco” (primera carta del Tarot), de ese mítico arquetipo del no-hombre, del no-ser; de aquello que se encuentra en la comodidad de su propia existencia, sucediendo de manera circular sin pregunta y sin exigencia, propia o ajena. La novela no retrata únicamente las aventuras de un divertido personaje, retrata la vida misma, el suceder constante del crecimiento personal humano ; es un símbolo magistral de la apropiación personal de sí mismo. El Hobbit, es una muestra de lo que es la vida. Un niño al inicio, la adolescencia que se debate en conflictos (ir a la aventura o no, malhumorado), tan solo para descubrir que durante el camino habremos de encontrarnos en nuestras propias habilidades, descubriendo tesoros y márgenes más allá de los límites de la comodidad de la infancia. El conflicto personal y existencial se abre camino a lo largo de toda la novela, solo para quien desea experimentar algo más que una noble narración. Bilbo Bolsón llega a declarar: “Soy un saqueador que no puede escapar, y ha de seguir saqueando miserablemente la misma casa, día tras día […] ¡Ésta es la parte más monótona y gris de una desdichada, fatigosa e incómoda aventura! ¡Desearía estar de vuelta en mi agujero-hobbit junto a mi propio fuego, y a la luz de una lámpara!” ¿No hemos experimentado todos en algún momento una sensación similar?
El hobbit es una magistral metáfora de la vida misma, es una representación del crecimiento personal a lo largo de la vida. Una obra espléndida sobre al que se puede disfrutar y ufanarse en ese disfrute, único y perspicaz que conduce al lector a un mundo mágico en el que por más extraños que resulten los hechos y las representaciones puede fácilmente identificarse y encontrar por caminos insospechados matices de sí mismo. Gandalf, con esa sobrada sabiduría que lo caracteriza lo declarará, justo antes de terminar: “[…] No supondrás, ¿verdad?, que todas tus aventuras y escapadas fueron producto de la mera suerte, para tu beneficio exclusivo. Te considero una gran persona, señor Bolsón, y te aprecio mucho; pero en última instancia, ¡eres sólo un simple individuo en un mundo enorme!” REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS: Tolkien, J.R.R. (2002), "El Hobbit", Ed. Minotauro, Buenos Aires, Argentina. Reseña por: Hugo Toro. ![]() ¿Han tenido esa sensación de que al leer un libro se encariñan con los personajes? ¿Han sentido esa desesperación o angustia previa a cualquier despedida cuando los capítulos avanzan y avanzan y se acerca la hora de decir adiós? Never let me go… Kazuo Ishiguro, premio Nobel de literatura 2017, es el autor de la estupenda novela “Nunca me abandones” (Never let me go). Ambientada en un mundo ficticio donde se realizan clonaciones humanas a diestra y siniestra para la obtención fácil y oportuna de órganos de transplante, la novela retrata la vida de tres jóvenes que crecen en uno de los centros de “donadores”, sus vidas, las relaciones que mantienen adentro y fuera; el devenir de la adolescencia, las dudas, las certezas, las corrientes eléctricas de pasión y lujuria que hierven la sangre al inicio de la juventud y que encapsulan al amor para hacerlo más concreto y llevadero. Editado en español por Anagrama, Never let me go fue publicada por primera vez en 2005 y ha sido llevada a la pantalla grande de la mano del director Mark Romanek. La adaptación al cine, que desconozco y sin la cual puedo vivir cómodamente, le valió a Ishiguro un lugar dentro de la crítica y la concepción popular de su obra. Por supuesto, las disyuntivas éticas y políticas introducidas sutilmente en el texto acompañan al lector a lo que puede llegar a convertirse en una reflexión profunda que apela a la vida, la dignidad y el valor de la vida humana. Nacido en Nagasaki (Japón), pero crecido y criado en Londres, la prosa de Ishiguro revela las tendencias inglesas más penetrantes, no así su pasado y origen japonés que casi no se distinguen su manera de escribir. Never let me go, es a mi juicio la consolidación de una obra que pasará al canon occidental contemporáneo; excepcionalmente escrita, como pocas novelas retrata las vicisitudes de la vida más normal en un mundo distópico y por lo demás anormal. Para quien lee con corazón abierto e intelecto atento sus libros, este texto resultará una experiencia por lo demás exquisita, desde la angustia por el futuro, pasando por la superficialidad de las amistades y rematando en el tema de la muerte, Ishiguro nos conduce a una amistad única y duradera con sus personajes, a los que declaradamente habremos de desear decir: never let me go… Por: Hugo Toro. ![]() Introducción De la literatura de Alice Munro se podrían decir miles de cosas y analizarse, por lo demás, otras tantas; sin embargo, en lo que concierne a este artículo habremos de revisar algo que en mi lectura de esta extraordinaria escritora canadiense supuso una constante: la cotidianeidad. Uno de mis textos favoritos de esta escritora es, sin duda, su antología de relatos “Mi vida querida”, donde la Nobel 2011 nos aproxima a una serie de humanos personajes y a sus vivencias, en condiciones cotidianas y que no suponen una necesidad excesiva de lo que se conoce como “suspensión de la incredulidad”. Esta constante que denuncio ahora y que tiene que ver con lo cotidiano como punto de partida es el eje central de lo que aquí pretendo exponer; es importante considerar que muchas personas buscan en la lectura situaciones que confronten con circunstancias poco comunes, aventuras extravagantes como las del famoso Robert Langdon, célebre personaje del escritor pop Dan Brown. Personajes como este que recién menciono reúnen características suprahuamas, que nos mantienen al filo del asiento, no así, a lo largo de toda la antología “Mi vida querida”. En un paralelo a todo lo excepcional que puede presentar la literatura común (pop), Munro nos enfrenta a circunstancias que bien podrían catalogarse de “comunes”, cotidianas, no hay personas sobresalientes, no hay súper-humanos. Los personajes de Munro son seres en los que podemos mirarnos a nosotros mismos o a las personas que nos han acompañado a lo largo de nuestras vidas. Así pues, dos preguntas surgen a todo esto: ¿Es realmente cotidiano lo que ocurre en la obra de Alice Munro? Y ¿Para qué hace uso Munro de la cotidianeidad en su creación literaria? Trataré de responder a ambas preguntas, echando mano de la propia obra de Munro; así como de otras obras literarias que nos servirán de plataforma para construir una respuesta y así, finalmente, armar una conclusión más o menos general sobre la obra de Alice Munro “Mi vida querida”. 1. ¿Es realmente cotidiano lo que ocurre en la obra “Mi vida querida” de la Nobel Alice Munro? Antes que nada, debemos emprender una breve reflexión sobre lo que es en realidad lo cotidiano; podríamos decir que lo cotidiano es aquello que nos ocurre a diario, es algo que no supone algo extraordinario, sino que, por el contrario, es lo ordinario; lo cotidiano es lo que vivimos todos nosotros, los “normales”, los que no estamos sujetos a grandes o exageradas condiciones de vida. Dice Mauricio Baro (2001, p. 9): “Lo cotidiano por su parte, envuelve al cuerpo con sus olores, sabores, etc. En él nosotros somos protagonistas, parte de esa seducción. Porque lo cotidiano implica la presencia y uso humano masivos. Lo cotidiano requiere del “contacto” del día a día, de esa ficción, ese roce diario.” Y así es, lo cotidiano implica lo humano, la vida en su expresión más amplia, en sus detalles más comunes e íntimos: olores, sabores, recuerdos, experiencias, calles, árboles, casas, todo cuanto hay; porque es el momento y la forma en lo humano, es decir, nosotros nos manifestamos en este continuo que es la vida. Lo cotidiano implica eso a lo que estamos acostumbrados, aquello que experimentamos diariamente. Ahora bien, hemos hablado brevemente de lo cotidiano, aunque no cuanto quisiera, pero es momento de hablar de la obra de Alice Munro, “Mi vida querida”. ¿Será realmente cotidiano lo que ocurre en la obra de Alice Munro?, juzgue usted: -Cuento “Irse de Maverley” (2014, p. 75): “En los tiempos en que había un cine en todos los pueblos, en Maverley también lo había y, como tantos otros, era el cine Capital […]” -Cuento “Grava” (2014, p. 99): “En aquella época vivíamos al lado de una cantera de grava. No una de esas excavaciones enormes con maquinaria monstruosa, sino un foso de escasa envergadura con el que un granjero debía de haberse sacado un dinero años atrás. […]” -Cuento “Dolly” (2014, p. 262): “A Franklin no le gustaba comer fuera. A mí sí. Caminé un rato más, ya a paso normal, para hacer tiempo hasta que abrieran. En un escaparate vi un pañuelo que me gustaba y pensé que debía entrar y comprármelo, que me sentaría bien, ero nada más tocarlo lo tuve que soltar. Su tacto sedoso me dio náuseas.” Las dos primeras citas son la apertura del cuento; la última cita es uno de los comentarios de la protagonista del cuento. En el primero, el recuerdo de un pueblo y su cinema; nos acoge y nos acomoda magistralmente en un ambiente provinciano. En la segunda cita, una descripción de un lugar de vivienda que se vivía en una cantera, pequeña, con la que se ganaba “algo” de dinero en otro tiempo, algún granjero. En la última, un marido al que no le gusta comer fuera, un pañuelo, un deseo de poseerlo. Juzgue el lector si no queda plenamente manifiesto lo cotidiano en estas tres citas; nada fuera de lo ordinario, ningún asesinato sin resolver, ninguna clave por revelar, no hay ninguna transformación en un bicho, ni una invasión a Marte; no hay más que hechos, recuerdos y experiencias que tanto usted como yo podríamos haber compartido, eso es lo cotidiano. Aunque pobre en la cantidad de citas, considéreselas representativas y, seguro, en los demás cuentos encontrarán inicios semejantes, más aún en aquellos de la última parte de libro “Finale”, que son relatos autobiográficos de la infancia y juventud de Alice Munro. ¿Qué más cotidiano que la vida misma de la autora? Ahora bien, es precisamente este aspecto en la obra de Munro lo que nos envuelve y nos consciente al leerla. La genialidad de la obra de Munro está en el hecho de que ha sabido entretener con algo que pareciera ser poco o nada entretenido. Munro ha logrado fijar la atención del lector por cientos de páginas, con una estructura literaria poco moderna o, mejor dicho, poco “de moda” como lo es el cuento, a través de la narración de hechos que por lo demás, nos podría estar contando nuestro abuelo o que bien podríamos estar viviendo nosotros. Eso a lo que pocos le apostaban por pretenderse “aburrido” o incluso desolador, Munro con su magistral e innegable talento, lo ha convertido en joyas literarias que te mantienen atento hasta la última palabra. Es lo cotidiano un nuevo tema, es el cuento algo vivo; amabas cosas, un nacimiento y un renacimiento, se los debemos, sin duda, a Alice Munro. 2. ¿Para qué echa mano Alice Munro de lo cotidiano en su creación literaria? Sí, lo que ocurre en la obra de Munro es cotidiano. Sí lo es y ése es el brillo particular de su obra, el gran tesoro que encontramos al leer a la Nobel canadiense. Franzen (2013, p. 308) en su octálogo sobre el valor de la obra de Munro comenta: “Su tema son las personas. Personas personas personas”. Y Franzen tiene justa razón; el tema de Munro son las personas y hablar de las personas es hablar de lo cotidiano, es convertir a los personajes en una extensión de nosotros, porque sus vidas, son las nuestras, son, como he dicho, un buen espejo donde mirarnos. El para qué Munro escribe sobre lo cotidiano, cuando, como hemos visto, podría ser un tema aburrido o poco atractivo para los lectores modernos acostumbrados a estimularse con temáticas extraordinarias. Es una pregunta que no podemos responder, sólo hacer pequeñas conjeturas. Aquí va la mía. La respuesta parecer ser clara para mí e incluso, el propio Franzen en su benevolente ensayo a la obra munroviana la responde sin quererlo conscientemente, cuando dice: “Leer a Munro me lleva a ese estado de reflexión tranquila en que pienso en mi propia vida: en las decisiones que he tomado, las cosas que he hecho y no he hecho, la clase de persona que soy, la perspectiva de la muerte. […] Porque mientras me hallo inmerso en un cuento de Munro, estoy concediendo a un personaje imaginario el mismo respeto solemne y callado y el profundo interés que me concedo a mí en mis mejores momentos como ser humano.” (Franzen, 2013, pp. 313-314) Ese efecto es lo que la lectura de Munro ocasiona, a través de sus personajes, de los recuerdos, hechos, experiencias de los seres humanos que protagonizan sus cuentos nos vemos a nosotros mismos, o bien, vemos a alguien más de nuestra propia vida; observamos lo que somos porque lo cotidiano nos abraza como seres humanos y nos encontramos, lo cual en una lectura narrativa es complejo de lograr, pero cuando ocurre es un gran placer. He aquí nuestro para qué, creo firmemente que este efecto de reflejo, en el que nos miramos a través del espejo de lo cotidiano de los cuentos, es el motivo de Munro para soportar desde ese lugar sus narraciones. Algunas conclusiones Lo cotidiano en la obra de Alice Munro es evidente, se encuentra en cada página, en cada personaje, en cada palabra que nos ofrece la autora canadiense en sus narraciones. El efecto que produce en quien lo lee ya lo hemos revisado, si lo que ocurre es auténticamente cotidiano o no, también; sin embargo, el elemento de la cotidianeidad es un elemento peligroso en la literatura, porque puede convertirse en el peor enemigo de un escritor, lo cotidiano requiere genialidad en la escritura, debido a que no cualquiera puede entretener o poner el ojo o la lente literaria adecuada para que eso se convierta en algo digno de leerse o, por lo menos, no aburrido. Así pues, lo cotidiano en la obra de Munro no hace más que convertirse en la prueba más manifiesta de la genialidad de esa autora. Finalmente, bien podría usarse lo cotidiano para criticar la obra de la canadiense; aludiendo a lo poco “de moda” que ese tema se encuentra en la actualidad, o podría ponerse el acento en la crítica en otro lado en el campo de lo cotidiano; sin embargo, ¿no es, como hemos visto, lo cotidiano algo que nos hace reflexionar sobre nosotros mismos”, ¿no encontramos en los cuentos munrovianos entretenimiento, reflexión, datos históricos y nociones claras de un tiempo y alejano? La respuesta a estas preguntas es un sí categórico y en ese sí, encuentro yo, o mejor dicho, fundamento el auténtico valor de la obra munroviana, quien lee a Munro, se enfrenta humildemente a una obra digna y por lo demás extraordinaria, porque supera las tendencias de la actualidad e incluso aventurándose de esa manera, provoca en el lector múltiples y valiosos efectos. Se debe leer a Munro, si no como un ejercicio de aproximarse a la buena literatura, sí como un ejercicio para aproximarse a uno mismo… REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS: Baros, Mauricio. (2001), “La seducción de lo cotidiano”, ARQ. Mes julio, núm. 48. Franzen, Jonathan. (2013), Más afuera (Farther Hawai). Editorial Salamandra: Barcelona, España. Munro, Alice. (2014), Mi vida querida. Editorial Lumen: Ciudad de México. Autor: Hugo Toro. ![]() Sería interesante hablar de "La sonata de Kreutzer", candente y ácida obra del escritor ruso León Tolstoi, en términos del contenido del mensaje que su protagonista Pózdnyshev va declarando a lo largo de la obra; el autor logra poner en voz de este satírico personaje una serie de concepciones impresionantes, por no decir extremistas, que se van desarrollando a lo largo del melancólico recorrido de un tren que transporta a Pózdnyshev y a su interlocutor. Ahora bien, quisiera enfocarme en dos aspectos, a mi gusto fundamentales para la comprensión de esta obra, el primero: la voz poco común de la primera persona, encarnada por el mismo Pózdnyshev y que brinca de una manera sublime hacia la tercera persona de manera casi imperceptible; segundo, el interlocutor de Pózdnyshev, ¿Quién es ese hombre que con paciencia escucha las inapetecibles palabras de aquel sujeto desagradable y mordaz? ¿Quién es aquel quien en su voluntad está permanecer sentado en un tren, torturado (o no) por las palabras de un censurable personaje como el que se le ha plantado en frente?. Éstos dos serán los puntos centrales de esta pequeña reseña. En relación al primer punto, podemos decir que esta novela abre el paso al lector en una trama que surge desde una discusión poco sustanciosa, que poco tiene que ofrecer, quizá hasta pueril y común, cuyo tema central es el amor. Durante esa charla entra en escena una anécdota concerniente a Pózdnyshev, aunque quien la relata no conoce que dicho personaje se encuentra ahí mismo. Tiempo después Pózdnyshev se revelará como el asesino de dicha anécdota y no sólo eso, también desplazará a los demás interlocutores de la discusión para incorporarse en una especie de monólogo. Ya por esto esta voz intercambiable entre personaje y personaje es poco usada en términos de primera persona; nos encontramos ante dos narradores, uno primario (poco importante, que narra pobremente los aspectos emocionales de Pózdnyshev) y uno secundario (Pózdnyshev, que narra su propia experiencia y cuya voz es la que más habremos de ver con mayor extensión y recurrencia dentro de la novela) ; no sólo este cambio de "batuta" impregna la novela de un fuego apasionado, sino que (y esto tiene que ver con el segundo punto) el autor brinca, en igual intermitencia, de la primera persona a la tercera persona en la narración; la lectura de un texto con estas características se vuelve turbio, ensombrecedor y apasionado, delimita magistralmente la línea del discurso de tal suerte que no se pierda la noción en el lector de que se lee una novela y no un diálogo platónico sobre el amor y sus pasiones, la candidez del personaje principal y de su vehemencia envuelve la mirada del lector y el contenido de su mensaje lo arropa en suspiros de coraje y taquicardias de horror y desprecio. Esto en lo concerniente al primer punto, hemos dicho ya que el discurso de Pózdnyshev es pesado, pesimista y, en ocasiones, brutal; aunque también muy humano. Pero, ¿Qué personaje ha de ser este que globalmente nos narra y al mismo tiempo es los oídos del loco Pózdnyshev? No puedo responder de otra manera que diciendo que ese ser sentado, en aquel vagón de tren, que mira el nerviosismo, la angustia y la pasión de nuestro asesino no es otro que el lector; la clave de la novela está en que dicho interlocutor en el tren no es otro que el propio lector, el que sostiene el libro es el que está sosteniendo una conversación con el personaje principal; la poca intervención el interlocutor escrito (no del real que somos nosotros) genera en la mente la poderosa sensación de estar escuchando de primera mano el testimonio del asesino Pózdnyshev, los pocos momentos descriptivos del interlocutor escrito, dan al interlocutor real un respiro dentro de ese tren; casi podemos saborear el aroma del té que bebe religiosamente Pózdnyshev cada estación y a cada oportunidad; estamos ahí, sentados, anonadados, arrojados a escuchar un discurso que no callará hasta que las ruedas del tren se detengan, hasta que Pózdnyshev se detenga, sólo ahí acontecerá el final. Únicamente el lector podría aguantar semejante discurso y, permitiéndome ir más allá, lo aguantamos porque dicho discurso nos enfrenta a la realidad más cruda de un ser como nosotros mismos, la crudeza de lo humano. Si somos masoquistas o valientes (según sea el caso, quizá ambos) no huimos y seguimos leyendo y el interlocutor escrito no se va "como habríamos hecho nosotros" se queda, pero en realidad el que se queda es el lector, sólo él y nadie más que el es ese oído del que necesita Pózdnyshev para descargar su patética historia... Por: Hugo Toro Michel Houellebecq no me es ajeno y se ha convertido en uno de mis escritores y poetas franceses favoritos. Su estilo único, irreverente y evocador de la finitud del hombre supone un incorruptible bloque que azota la estabilidad del suelo en los pies del lector. Un temblor como pocos es el más reciente poemario de Houellebecq titulado “Configuración de la última orilla”, editado por Anagrama, el texto constituye una serie de poemas subversivos e irreverentes, la naturaleza del contenido, los temas, las metáforas y los significados atraviesan lo humano en sus facetas más ruinosas, en una correspondencia directa entre lo sublime y los alcances del fin de lo sublime, una poderosa reseña del hombre en un breve poemario que no se extiende más allá de las cien páginas pero se extiende más allá en el alma del lector. Si mis opiniones resultan copiosas e incluso vanaglorian al autor por encima de sus verdaderos atributos no se me puede juzgar tratándose de un poeta y escritor tan genial como Houellebecq. Pienso que no me equivoco cuando afirmo que desde Camus no habíamos encontrado un escritor francés que pusiera el acento de la perfidia humana y su eminente autodestrucción en el centro como lo hace Houellebecq, aunque habríamos de salvar ciertas distancias al respecto. El amor, la vejez, el enamoramiento y la felicidad son puntos nodales de la experiencia humana, como vivencia o como aspiración, como condena o como resultado de la vida misma, como quiera que se quiera entender el extraordinario texto de Michel Houellebecq comprime el corazón a recordar su pasado y lo orienta a no ignorar su futuro. Una cita de belleza: “Il existe des amours parfait, accomplis, réciproques et durables. Durables dans leur réciprocité. C’es là un état suprêmement enviable, chacun le sent; pourtant, paradoxalement, ils ne suscitent aucune jalousie. Ils ne provoquent aucun sentiment d’exclusion, non plus. Simplement, ils sont. Et, du même coup, tout le rest peut être.”* El amor ahí, como lo recíproco, como aquello que sostiene en la transacción de la reciprocidad y que nos envuelve en lo común de lo no pasional, no suscita ningún tipo de celos, dice Houellebecq, parecen existir con todo lo demás, como la compañía de una paloma en la cornisa de la ventana al amanecer o los claxons de los coches por la mañana en la ciudad. Es así. Houellebecq vuelve a imponernos su crudeza, la banalidad de la existencia y del amor, de un pene erecto, de un recuerdo tortuoso, de la soledad y de la frustración; elementos, debo insistir, enteramente humanos y que nos recuerdan nuestra propia existencia, no sin antes advertir que de todo eso nos distanciamos, distrayéndonos de la crudeza de nuestra existencia y de los vínculos sobrados que imprimen máscaras de suficiencia ahí donde lo único que hay es el sabor amargo del devenir en una vida finita, condensada en unos cuantos amores, ni siquiera muchos detestables o muchos dignos de recordar. El lector encontrará en este libro las pasiones, las frustraciones y los vínculos de lo humano condensadas en una bomba que amenaza con detonarse todo el tiempo… * ”Hay amores perfectos, plenos, recíprocos y duraderos. Duraderos en su reciprocidad. Es ése un estado supremamente envidiable, todos lo sentimos así. Sin embargo, paradójicamente, dichos amores no suscitan ningún tipo de celos. Tampoco provocan ningún sentimiento de exclusión. Simplemente existen. Y, simultáneamente, todo lo demás puede existir.” (Traducción de la edición en español por Editorial Anagrama.) REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
Houellebecq, Michel. (2016), "Configuración de la última orilla.", Ed. Anagrama. POR: V. H. TORO
Frecuentemente conocido por su carácter casi siniestro, solitario y huraño, el escritor francés Michel Houellebecq nació en Francia en febrero de 1958; dedicado a la poesía, a la novela y a los ensayos sus obras son referentes de la literatura francesa contemporánea y se erigen con complejos códigos morales y éticos, estructurados en la mira de polémicas socio-políticas actuales. Su última novela “Sumisión”, editada por ANAGRAMA y escrita en primera persona, es una obra plagada de reflexiones éticas, humanas y políticas; se trata, para efectos de esta reseña, de la obra a la que dedicaré mis reflexiones. “Sumisión” supone ya desde el título una aproximación operante (quiero decir en movimiento) a una condición que implica la liberación de la propia libertad, si es que alguna vez se fue libre, a favor de condiciones que se desean o que convienen, pero que para realizarse requieren un sacrificio: la libertad. La trama de la novela, ambientada en el año 2022, desarrolla el escenario de una Francia en la que las condiciones políticas van menguando hasta tal punto que el partido islámico consigue el poder, lentamente y a la vista del personaje central, los movimientos políticos se van introduciendo cada vez más a la cotidianeidad, las intrigas, las renuncias y los movimientos de la alta esfera política reflejan un clima de constante inestabilidad que se va fugando de la novela hasta el corazón del lector que termina por dejarse envolver. Justamente el modo de operación del cambio, que no se realiza de un modo abrupto sino, por el contrario, lenta y paulatinamente, es lo que va dando una impresión de realismo; constantemente las afrentas éticas y de defensa de los ideales libertarios occidentales se ven puestos a prueba y terminan por ser olvidados bajo el pragmatismo personal de los personajes, a los que se les ofrece la comodidad de una vida de estatus y riqueza resuelta a cambio de su aportación silenciosa al nuevo régimen. El tema del feminismo impregna la novela desde la primera página, como si de lo occidental que cosifica a la mujer se fuera pasando lentamente a otro tipo de cosificación; de la pornografía barata, las prostitutas y las estudiantes facilotas, hacia un régimen de opresión y devaluación a la mujer, que le impide de manera definitiva formar parte del gobierno y de la educación; que de ahora en adelante educará “mujeres” en el sentido de pertenencia a un hombre, a un hombre que además tiene todo el derecho de casarse polígamamente. Dos condiciones no esencialmente opuestas. ¿Es la burka más ofensiva que la pornografía occidental? Usted sabe responder. Si “Sumisión” (2015) es valiosa, es valiosa justamente porque nos confronta con la hipocresía humana; con situaciones que ponen entredicho la propia respuesta y que juega en todo momento con la perturbadora y clásica pregunta ¿Qué haría yo en esa situación? Pregunta que en la novela no se resuelve fácilmente y que solo aparece a los finos lectores. “Sumisión” (2015), es un llamado a la confrontación con nosotros, con una sociedad que reclama las libertades que ordinariamente restringe y mutila por medios diferentes, como si la pobreza moral y el abandono de las prácticas de derechos humanos fueran válidos siempre y cuando se hagan al modo y usanza de occidente. Lacerante, ardiente y perturbadora, así como tragicómica en ocasiones, la más reciente novela de Michel Houellebecq constituye una joya permanente de la literatura universal y contemporánea. No queda mucho que decir: Leamos a Houellebecq. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS: Houellebcq, Michel. (2015), “Sumisión”, Ed. ANAGRAMA, México: CDMX. POR: GUADALUPE VÁZQUEZ. De los personajes casi arquetípicos que mueven a profundas identificaciones, destaca el Parsifal o el Sir Percival de las leyendas artúricas. En el romance escrito en el siglo XI por Chrétien de Troyes, Parsifal se presenta casi como un “niño salvaje” un “niño lobo”, que se ha criado fuera del mundo y fuera del quehacer de los hombres. Crece en un bosque solitario, en compañía de su madre, Herselojde, quien habiendo perdido a su marido y dos hermanos, decide apartar a su hijo de la caballería y sus peligrosos lances. Cuando por fin Parsifal, contrariando la voluntad materna, sale a los caminos de Gales dispuesto a convertirse en caballero, todos reparan en su estrafalario aspecto, lo confunden con un loco y se mofan de su torpeza y de su ignorancia. A menudo me pregunto ¿qué especie de Parsifal sería yo sin la lectura? Y ¿quién habría sido él con el amable tutelaje de las letras? Si Parsifal, por ejemplo, hubiera aprendido a leer, habría sabido que los bosques no son solo cotos de caza donde arrojar venablos a los jabalíes. En los bosques se refugian animales mitológicos y se esconden amantes; es punto de partida de aventuras iniciáticas y lugar de abandono de huérfanos hambrientos; el bosque era y es el escenario predilecto de Perrault y de los Grimm. Con un libro abierto, como un puente tendido hacia otras realidades, el mundo se habría vuelto más grande. Quizá a falta de libros, Herselojde le narrara a Parsifal algún cuento antiguo consagrado en la tradición oral, pero sería sin duda una fábula que lo disuadiera de alejarse del bosque, que mantuviera el mundo reconcentrado y diminuto bajo la foresta. Le contaría algo así como “La corneja fugitiva” de Esopo: “Un hombre cazó a una corneja, le ató un hilo a una pata y se la entregó a su hijo. Mas la corneja, no pudiendo resignarse a vivir prisionera en aquel hogar, aprovechó un instante de libertad en un descuido para huir y tratar de volver a su nido. Pero el hilo se le enredó en las ramas de un árbol y el ave no pudo volar más, quedando apresada. Viendo cercana su muerte, se dijo: ¡Hecho está! Por no haber sabido soportar la esclavitud entre los hombres, ahora me veo privada de la vida” (pág 98). Pero sigamos imaginado que Parsifal sabía leer, que tenía una biblioteca completa a su alcance, y que recordando de viejas lecturas de caballería, lo allí descrito y las gentiles ilustraciones de sus páginas, no habría cometido el error de trastocar caballeros de yelmos dorados por ángeles celestes. Mucho menos habría salido vestido de tal guisa que, más que por guerrero audaz, le tomaran por el tonto del pueblo. Leer lo enfrentaría al relato de los combates, a su atrocidad; lo haría asomarse al campo de batalla, y entre apretados renglones y letras capitales vería a los heridos sacudirse el acecho torvo de los buitres. ¿Abandonaría entonces su vocación caballeresca?¿Le anunciarían los libros los peligros de la contienda?¿sería capaz un libro de salvar su vida? Y de la soledad en el bosque, ¿lo salvarían los libros? Al menos por un rato… Uno puede sentarse en un café a leer con placidez sin la oprobiosa imagen de aquel que sin compañía, solo y solamente, espera. Parsifal a falta de amigos de su edad hubiera podido encontrar como sustitutos a Dick Sand (1) o en su defecto a Holden Caulfield (2), como lo hicimos por un tiempo aquellos que, siendo tímidos, preferíamos esconder nuestra nariz en un libro. Con todo, lo que más distingue la lectura, a mi entender, es el placer que esta produce: las gozosas horas empleadas en pasar las páginas, hasta que la oscuridad nos sorprenda aún con el libro entre las manos. Con certeza, este Parsifal lector se habría procurado un candil que le permitiera concluir al menos un último capítulo, incluso en la noche más cerrada del bosque galés. Como aquella querida amiga miope que con una linterna y una lupa de aumento, se empeñaba en llegar hasta el final del relato; la misma que robara libros de tiendas y bibliotecas, y que pidiera prestados algunos para no devolverlos jamás, sin que esto último importe demasiado, a sabiendas de que son libros leídos, libros amados. Llegados a este punto, me confieso, fui un Parsifal empujado a la lectura en ausencia de televisión u otras distracciones. Un Parsifal que vivió en una fortaleza de libros y que hizo de los libros su fortaleza. Con toda la torpeza social que delata al autodidacta salí al mundo cometiendo, quiero pensar, menos desatinos que el Parsifal de Chrétien, y sin olvidarme de llevar conmigo la memoria de las historias leídas y releídas. Aún así esa misma rigidez de autodidacta ha hecho de mi una lectora temerosa de autores nuevos; una lectora desmemoriada que olvida novelas completas a beneficio de otras no mucho mejores; una lectora de medio pelo. A mi favor diré que soy una lectora crédula, con candidez parsifalesca ingreso al relato y desde el primer renglón mi juicio crítico capitula para darle paso a eso, que ahora sé, dan en llamar suspensión de la incredulidad. Este salto al vacío no es para lectores de manuales, sujetos concretos que regatean ladinamente con la fantasía y con los que no me sentaría a desayunar, pues habrán de disculparme, soporto menos la falta de imaginación que la falta de modales en la mesa. La imaginación es un requisito tan indispensable para el lector como lo es la fe para el creyente. Regreso a Parsifal, tras mirarme en su espejo; regreso con la presunción de que los libros habrían liberado su imaginación y entonces sería capaz de escribir sus propios poemas de amor cortés, vencer así la resistencia de las damas, recibir de ellas besos y joyas, hacerlas suyas con las mismas palabras de Chrétien: “Asmath apartó la cortina, yo seguía estando fuera, de pie. Vi una doncella y una lanza traspasó mi corazón y mi mente. Asmath llegó y yo le tendí los faisanes con el alma en llamas. ¡Desgraciado de mi! Desde aquel día un fuego inextinguible me devora” (Chrétien de Troyes, s,f, estr. 361). Y si las palabras bien engarzadas sirven para hacer trastabillar la virtud, sirven también para elevarla, para mostrar lo que hay en nosotros de humano, es la palabra la que nos separa de las bestias a las que con la misma palabra nombramos. En los libros Parsifal o un lector cualquiera, puede encontrar un retrato preciso del carácter del hombre, la expresión de una mente clara o del desvarío. De la sabiduría de la Porcia de Shakespeare a los estúpidos dislates de Ignatius J. Reilly3. La histeria de Madame Bovary; la locura y el fetiche en el cuento “La cabellera” de Guy de Maupassant: “Me estremecí al sentir entre mis manos su tacto acariciador y ligero. Y me quedé con el corazón latiendo de repugnancia y de deseo, de repugnancia como al contacto de los objetos arrastrados en crímenes, de deseo como ante la tentación de algo infame y misterioso. El médico prosiguió encogiéndose de hombros: -La mente del hombre es capaz de cualquier cosa” (Pag. 235). Del conflicto intrapsíquico nos da ejemplo El vizconde demediado (1952) de Italo Calvino, quien cuenta la fantástica desventura de un hombre escindido; su mitad malvada enfrentada a su otra mitad, tan bondadosa que empalaga y que nos hace querer elegir el sabor acre del mal. Esta novela pertenece a una trilogía, en la que se incluye El caballero inexistente, de la cual el propio autor nos dice: “…como en mis dos anteriores novelas fantástico – morales o lírico – filosóficas, o como se las quiera llamar, no me he propuesto ninguna alegoría política, sino tan solo estudiar y representar las condiciones del hombre de hoy, la forma de su alienación, las vías para la consecución de la humanidad total”. Bondad, maldad, juicio y locura y todos los claroscuros que van de uno al otro extremo, caben en un libro. En Hambre, del escritor noruego Knut Hamsun, libro insignia de autores como Thomas Mann, Henry Miller o Paul Auster, leemos la historia un hombre arrojado al delirio y a las alucinaciones por el ayuno que impone la miseria. Un joven y orgulloso escritor cuya voluntad se ve quebrantada y azuzada al mismo tiempo por el demonio del hambre. En este punto podríamos pensar la literatura como un inventario de todo lo que es humano. Dicho esto viene a mi memoria Georges Perec, quien, con precisión de relojero, logró registrar la vida en sus mínimos detalles a través de su novela La vida instrucciones de uso, un rompecabezas de más de 1500 personajes, para los que el autor utilizó un algoritmo matemático que permitió dar coherencia y estructura a una obra monumental y documental. Su lectura, admito, me resultó ardua, un libro cuesta arriba para una mente como la mía, poco entrenada en descubrir los sofisticados andamiajes de la narración. Pero más allá, ¿Son los novelistas quienes más conocen el alma del hombre? Me contó un amigo que en la primera entrevista con su psicoanalista, escéptico y arrogante como es, le preguntó ¿Qué puede mostrarme usted que no pueda encontrar en la literatura? El psicoanalista lo miró con seriedad y le contestó con una mano a la altura del pecho para indicar cierta talla: Mire Freud está aquí, y quizá Lacán, pero-continuó mientras levantaba la mano tanto como la longitud de su brazo lo permitía- a Proust o Dostoievski los encuentra usted aquí. Por mi parte, en espera que los exégetas más fervorosos de Freud no reclamen mi cabeza, me inclino a pensar que su apreciación, aún siendo injusta, no está tan desencaminada. De los libros se disfruta y se aprende. Y de nuevo vuelvo a Parsifal, que tan poco sabía de todo lo existente más allá de la linde del bosque y al que tal vez le habría sobrevenido una epifanía con un tomo de enciclopedia, con un atlas o con una simple receta de cocina. ¿Qué nuevos conocimientos le brindaría un libro? Esas descripciones mediadas por símbolos le habrían dado lo que a mi: un primer mapa del mundo y quienes lo habitan; un lugar desde el que mirar y desde el que trazar, mejor pertrechado, su itinerario de viaje. Imploro hoy que el espíritu ingenuo de Parsifal no me abandone del todo, que siga imantando mi ánimo de curiosidad y que los libros sigan guardando un secreto, el Santo Grial de la dicha entre sus páginas. Notas al pie de página: (1) Dick Sand, personaje principal de la novela de Julio Verne Un capitán de quince años (Un capitaine de quinze ans) publicada en 1878 . (2) Holden Caulfield, personaje de la novela El Guardián en el Centeno (The Catcher in the Rye) del escritor estadounidense J. D. Salinger, publicada en1951. (3) Ignatius J. Reilly, personaje de La conjura de los necios (A confederacy of dunces), novela de John Kennedy Toole, publicada póstumamente en 1980 y ganadora del Pulitzer en 1981. Bibliografía.
http://www.medellindigital.gov.co/Mediateca/repositorio%20de%20recursos/Troyes,%20Chr%C3%A9tien%20De/De_Troyes_Chretien-Historia_De_Perceval_O_El_Cuento_Del_Grial.pdf
POR: V. H. TORO Burguesía, simplicidad, cotidianeidad, son tal solo algunas de las cosas que caracterizan la más célebre obra de teatro escrita por Chéjov, “El jardín de los cerezos”, escrita en 1903 un año antes de morir , la obra retrata las desdichas económicas de una familia de buena ascendencia que habrá de someterse al duro tránsito de vender, en subasta, la tan apreciada propiedad que abarca una casa y el propio jardín de cerezos. Los diálogos de los personajes no se caracterizan por la intensidad padeciente que aparece en los otros grandes autores del realismo ruso del siglo XIX y principios del siglo XX, Tolstoi y Dostoyevski, los diálogos van transcurriendo en la simplicidad característica de la burguesía aristocrática agonizante de finales del 1800 (por las reformas instauradas en 1861 por el zar en relación a la esclavitud, entre otras muchas razones), incluso, podría decirse que uno pocas veces puede percibir el acontecimiento de “grandes cosas”, lo acontecido opera en un segundo nivel, en un nivel emocional que no puede ser otro que el lugar personal del personaje; leer de los amoríos de la servidumbre, las intenciones de alianzas matrimoniales entre familias para compensar las desdichas económicas, los recuerdos de los muebles finos y sus antigüedades, así como el afanoso y anciano mayordomo que cuida con soberano cariño y dedicación a sus amos. Todo esto no es más que una manifestación tangible de la superficialidad de la burguesía aristocrática cuyos sufrimientos tienen lugar en el orden del estatus, sufrimientos ajenos a la "auténtica" miseria del hombre: la pobreza, la desazón, la desesperanza; hablamos del tipo de miseria que conocemos y que se encuentra en otros autores, una miseria con un olor característico: “la miseria tiene olor”, diría la maestra y estudiosa de la Biblia y teología, Teresa Ulloa. Nos encontramos lejanos a los extraordinarios escenarios que nos propone Tolstoi en “La sonata de Kreutzer” o Dostoyevski en “Los hermanos Karamázov”, aquellos relatos que nos hacen erizar la piel y que enturbian y aceleran el torrente de sangre en nuestras venas. Chéjov no plantea éste tipo de condiciones tan padecientes y sensibles de entrada. En “El jardín de los cerezos”, por el contrario, las platicas, como he dicho, son superfluas, aburridas si se quiere, y se enfrenta el lector ante la expectación inapelable en la que la aparente inactividad va reinando de manera coyuntural en la vida de los personajes, cuyos problemas no encuentran solución en los personajes quienes podrían pasar por timoratos o tibios. Sin embargo, tuvo que pasar un tiempo para darme cuenta que lo que en apariencia era un tranquilo jardín de cerezos no era más que el despliegue de una serie de sentimientos y acontecimientos fuertemente emocionantes. Si en apariencia el jardín parece tranquilo, una vez internándose y dejándose abrazar por él, el fuego infernal del acontecimiento doliente va ingresando a la lectura y, más específicamente, al corazón del lector. Lo que Chéjov nos narra es emocionante a un nivel no tangible y observable, lo que acontece, acontece en el alma de cada uno de los personajes, la sincera melancolía por lo que pudo llegar a ser y no fue, el insostenible camino de riqueza al que se está renunciando, la vida que se ha ido en servirle a los amos, la vejez que nos ha alcanzado en el olvido de nuestros amigos y conocidos… No. No es aburrido ni es "nada" lo que ocurre en “El jardín de los cerezos”, por el contrario el fuego permanente de los sentimientos y de las emociones, del estatus que está por cambiar, de la renuncia y del dolor, la enfermedad y la muerte, atraviesa a cada uno de los personajes, pero lo hace a un nivel, al nivel de lo interno, al nivel espiritual del alma, al nivel del silencio burgués aristocrático, que está agonizando y que habrá de callar de manera definitiva en unos años… Escrita en 1903 y puesta en escena por vez primera en 17 de enero de 1904, la obra es considerada la más famosa escrita por Antón Chéjov, sin duda una joya de la literatura y el teatro que habrá de sobrevivir a los siglos. Su autor, habría de morir víctima de la gravedad intensa de su tuberculosis el 15 de julio de ése mismo año. El legado cultural de Chéjov requiere ponerle corazón a la lectura, requiere sumergirse en ella y dejarse ahogar en el mar emocional que están padeciendo sus personajes, lo que se requiere es, por lo tanto, empatía… REFERENICAS BIBLIOGRÁFICAS: Chéjov, Antón. (2010), “El jardín de los cerezos. El oso. La boda”. Ed. Losada. POR: V. H. TORO "Federico García Lorca sin espinas" (Autor: Aguijarro, 2007) Referencias groseras han sido todos los intentos de describir la obra de García Lorca, groseras, incluso ésta, porque de la multitud de cosas que pudiéramos decir a favor del escritor andaluz ninguna supondría más que una ligera aproximación a la belleza que experimenta, la sensación estética única que experimenta quien lo lee. La prosa y el verso que encontramos en él confunden la vista entre la poesía y la vida simple de la provincia, la vida de las costumbres; ¿será que la poesía es también el canto de la calidez de las costumbres?, quién sabe. Lo que es seguro es que “Bodas de sangre”, tragedia estructurada en verso y prosa, escrita en 1931, nos retrata la belleza amarillenta, amarillenta de la orden de lo cálido, amarillenta como el ocaso o como el crepúsculo de los días que acontecen en Andalucía. De ése amarillo que arropa, que cubre, que calienta, que se siente, que se respira y en el que se desea morir…
La muerte, ulterior destino de todo cuanto existe, supone también el destino trágico del amor. No diré más. Alguien debe morir, para dejar con su deshonra en la soledad de la vida desdichada a quien otrora fuera fuente vida. “Bodas de sangre”, como en toda buena tragedia, esconde entre los recovecos simbólicos de sus palabras mensajes cifrados: una luna que despide venganza, que con su luz azul siniestra el escenario y al espectador (imaginario o de facto), tres leñadores, la trinidad encarnada en varios lugares, deliberando, asumiendo, confesando y acusando; la viuda, la madre sola, apesadumbrada por las pérdidas que le ha dejado la vida y las que habrá de dejarle. Si usted quiere leer algo de intensidad, de hiper-sensibilidad, lea “Bodas de sangre”, no solo se siente, no es la vulgaridad de la sensación la que se recoge, sino el sublime y estético encanto del dolor en el verso, del dolor en la prosa. La seguridad permanente de que no nos iremos bien librados, pero de que la desdichada liberación de la hablamos no será en vano. El mensaje es claro y está ahí: vida, desilusión, impulso, agonía y muerte… García Lorca era un genio literario arrebatado de nuestra lectura prematuramente, por el brazo insaciable y monstruoso de la revolución armada, como quiera que se quiera denominar a ésta. Nos queda más que leerlo, como obligación ontológica, porque al leerlo, nos leeremos; pero bajo el lente amable de la belleza poética que hace que lo sentido, aún lo doloroso y quebrantador, se encuentre con el plus de gozar. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS: García Lorca, Federico. (2014), "Bodas de sangre", Madrid, España: Ed. EdimatLibros. |