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LITERATURA

Un espacio donde compartir reflexiones y sugerencias sobre literatura actual y clásica.

¿A quién habla Pózdnyshev?: Brevedades sobre la novela "La sonata de Kreutzer"

7/10/2017

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Autor: Hugo Toro.
Picture"Sonata de Kreutzer" por René François Xavier Prinet
Sería interesante hablar de "La sonata de Kreutzer", candente y ácida obra del escritor ruso León Tolstoi, en términos del contenido del mensaje que su protagonista Pózdnyshev va declarando a lo largo de la obra; el autor logra poner en voz de este satírico personaje una serie de concepciones impresionantes, por no decir extremistas, que se van desarrollando a lo largo del melancólico recorrido de un tren que transporta a Pózdnyshev y a su interlocutor. 

Ahora bien, quisiera enfocarme en dos aspectos, a mi gusto fundamentales para la comprensión de esta obra, el primero: la voz poco común de la primera persona, encarnada por el mismo Pózdnyshev y que brinca de una manera sublime hacia la tercera persona de manera casi imperceptible; segundo, el interlocutor de Pózdnyshev, ¿Quién es ese hombre que con paciencia escucha las inapetecibles palabras de aquel sujeto desagradable y mordaz? ¿Quién es aquel quien en su voluntad está permanecer sentado en un tren, torturado (o no) por las palabras de un censurable personaje como el que se le ha plantado en frente?. Éstos dos serán los puntos centrales de esta pequeña reseña. 

En relación al primer punto, podemos  decir que esta novela abre el paso al lector en una trama que surge desde una discusión poco sustanciosa, que poco tiene que ofrecer, quizá hasta pueril y común, cuyo tema central es el amor. Durante esa charla entra en escena una anécdota concerniente a Pózdnyshev, aunque quien la relata no conoce que dicho personaje se encuentra ahí mismo. Tiempo después Pózdnyshev se revelará como el asesino de dicha anécdota y no sólo eso, también desplazará a los demás interlocutores de  la discusión para incorporarse en una especie de monólogo.  Ya por esto esta voz intercambiable entre personaje y personaje es poco usada en términos de primera persona; nos encontramos ante dos narradores, uno primario (poco importante, que narra pobremente los aspectos emocionales de Pózdnyshev) y uno secundario (Pózdnyshev, que narra su propia experiencia y cuya voz es la que más habremos de ver con mayor extensión y recurrencia dentro de la novela) ; no sólo este cambio de "batuta" impregna la novela de un fuego apasionado, sino que (y esto tiene que ver con el segundo punto) el autor brinca, en igual intermitencia, de la primera persona a la tercera persona en la narración; la lectura de un texto con estas características se vuelve turbio, ensombrecedor y apasionado, delimita magistralmente la línea del discurso de tal suerte que no se pierda la noción en el lector de que se lee una novela y no un diálogo platónico sobre el amor y sus pasiones, la candidez del personaje principal y de su vehemencia envuelve la mirada del lector y el contenido de su mensaje lo arropa en suspiros de coraje y taquicardias de horror y desprecio. 

Esto en lo concerniente al primer punto, hemos dicho ya que el discurso de Pózdnyshev es pesado, pesimista y, en ocasiones, brutal; aunque también muy humano. Pero, ¿Qué personaje ha de ser este que globalmente nos narra y al mismo tiempo es los oídos del loco Pózdnyshev? No puedo responder de otra manera que diciendo que ese ser sentado, en aquel vagón de tren, que mira el nerviosismo, la angustia y la pasión de nuestro asesino no es otro que el lector; la clave de la novela está en que dicho interlocutor en el tren no es otro que el propio lector, el que sostiene el libro es el que está sosteniendo una conversación con el personaje principal; la poca intervención el interlocutor escrito (no del real que somos nosotros) genera en la mente la poderosa sensación de estar escuchando de primera mano el testimonio del asesino Pózdnyshev, los pocos momentos descriptivos del interlocutor escrito, dan al interlocutor real un respiro dentro de ese tren; casi podemos saborear el aroma del té que bebe religiosamente Pózdnyshev cada estación y a cada oportunidad; estamos ahí, sentados, anonadados, arrojados a escuchar un discurso que no callará hasta que las ruedas del tren se detengan, hasta que Pózdnyshev se detenga, sólo ahí acontecerá el final. Únicamente el lector podría aguantar semejante discurso y, permitiéndome ir más allá, lo aguantamos porque dicho discurso nos enfrenta a la realidad más cruda de un ser como nosotros mismos, la crudeza de lo humano. Si somos masoquistas o valientes (según sea el caso, quizá ambos) no huimos y seguimos leyendo y el interlocutor escrito no se va "como habríamos hecho nosotros" se queda, pero en realidad el que se queda es el lector, sólo él y nadie más que el es ese oído del que necesita Pózdnyshev para descargar su patética historia...


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