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LITERATURA

Un espacio donde compartir reflexiones y sugerencias sobre literatura actual y clásica.

El llano en llamas: cuentos de la lucha masoquista por 'ser'.

4/12/2016

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POR: V. H. TORO
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Parece "seductoramente" tentativo a los ojos del lector leer la obra de Juan Rulfo, en específico el cuento “El llano en llamas” que ahora nos ocupa, con la ligereza que se lee cualquier novela o cuento; esto a la intención de quien desea obtener de ella una buena pasadera de tiempo, elucubrando imaginariamente los escenarios que genialmente nos describe Rulfo en sus escritos. Sin embargo, no podemos negar que, con la genialidad de Rulfo y en el contexto que narra podríamos bien sacar una serie de notas interpretativas a la obra general (el texto completo) y, en lo particular, al cuento del que ahora me ocupo, así como una revisión de las condiciones humanas que en ella se narran y que son, sin temor a equivocarme, dignos objetos de estudio.

De entrada, Rulfo resuelve narrar las aventuras y experiencias de un grupo de revolucionarios a través de la voz, literariamente poco común, de la primera persona; nos encontramos en un escenario de guerrilla, iniciando con los gritos de un escuadrón de la milicia federal, contrarios al grupo de nuestro protagonista (el grupo revolucionario). De un momento a otro se genera el enfrentamiento, dándose éste en la barranca. Los federales, gritan el nombre de su general “¡Viva Petronilo Flores!”, mientras que, del otro lado, los revolucionarios, sin saber bien por qué se grita, pero entendiendo instintivamente la rivalidad que arde entre ambos, también han de gritar a favor de su causa y se enfrentarán, pobremente, a los federales con algunos rifles y una mediana, por no decir ínfima, preparación militar.

Resulta casi una obviedad decir que aquel enfrentamiento termina, luego de algunos sucesos más en los que no repararé, en la disolución del grupo revolucionario. Ahora, nuestro protagonista se encuentra con cuatro más de sus compañeros en el cañón del Tozín, enfrentándose pobremente a la vida, cuidándose del asedio de los federales, alimentándose con lo que humanamente puede conseguir; al protagonista la vida de huida le resulta insensata, añora el poderío de su grupo y la fuerza revolucionaria de la que era parte, cuando afirma: “Estábamos allí, empezando a sentir que ya no servíamos para nada. Y de no saber que nos colgarían a todos, hubiéramos ido a pacificarnos.” (Rulfo, 2006, p. 201)

Habremos ahora de hacer un paréntesis en ésta parte del cuento porque es, en esencia, en la que me habré de enfocar fundamentalmente. El protagonista se encuentra ahora, relativamente, seguro, viviendo una vida austera y poco cómoda, hay que decirlo, pero lejana al sentimiento de “utilidad” (el protagonista ha de sentirse útil por la única vía de la revolución), que lo dota de sentido ontológico, a pesar del constante peligro de perder la vida.

Ahora bien, leemos, de la voz de Rulfo, la incomodidad y añoranza del protagonista respecto del batallón revolucionario. Aquí surge la pregunta central de nuestro análisis: ¿Qué impulsa al protagonista de la obra a querer regresar al peligro constante y mortal de la vida revolucionaria?

Parece ser que el protagonista, al disolverse su grupo revolucionario, se enfrenta a una realidad humana atemorizante: la intrascendencia de su vida, o bien, en términos frankleanos su “sinsentido”. Bien sabemos que el hombre virtualmente busca de una u otra manera la trascendencia por medio de diversas maneras y caminos; sería por lo demás plausible que el protagonista hubiese encontrado su oportunidad de trascender así como un buen sentido de vida a partir del movimiento revolucionario que implica, precisamente, la posibilidad de trascender. El brinco de la vida revolucionaria a la “nada” de la vida civil (que no solamente es civil sino que además, se encuentra caracterizada por la constante huida de la persecución federal), sugiere para el protagonista una angustia y añoranza que manifiesta hasta el momento en que es llamado al lugar de San Buenaventura, donde se reúne de vuelta con sus correligionarios. Ya en San Buenaventura, habla del poder del grupo en el “ayer” y lo habla con un soberano tono de orgullo de que ha vuelto dicho poderío; dicho orgullo de quien le ha regresado la trascendencia a su vida (el sentimiento de que “si sirven para algo”, acorde a la cita anterior) en su quehacer como revolucionario. El protagonista sabe perfectamente que su vida dentro del movimiento revolucionario tiene un sentido, puede no quedar claro el sentido de la trascendencia, pero al menos el sentido de pertenencia queda fielmente manifestado, cuando afirma que su general Pedro Zamora los cuida y los protege, y describe las virtudes y placeres que formar parte del batallón implica. (Rulfo, 2006, p. 208)

Ya deshecho el batallón, luego del descarrilamiento del tren; el protagonista se encuentra abandonado a su suerte, ya sin líder, ya sin grupo, ahí encarcelado; pero ahora añorando el amor de una mujer, la que ahora vislumbra como “la mejor de todas” y la que ha de otorgarle otra satisfacción más, otro modo de trascender: un hijo.
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Sería pues, éste, finalmente el móvil interno que guía al protagonista a volver y volver a su grupo revolucionario, en un sentido repetitivo y masoquista, aun cuando las fuerzas federales les superan en capacidad y formación; sería pues también el motor que guía gran parte de su afán durante el relato, el asunto no es ya la propia revolución, sino su oportunidad de conseguir algo ulterior y “supremo” de su vida, la satisfacción de la misma y el sentido encontrado en una causa externa a él: la revolución, el grupo, su general y, finalmente, su hijo. 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS: 
Rulfo, Juan. (2006), "Pedro Páramo y El llano en llamas", Editorial Planeta: México, D.F.

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CALÍGULA: El ensordecedor grito de la perversión.

3/31/2016

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POR: V. H. TORO
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Impresionante y provocativa, la obra de teatro escrita por el genial Albert Camus, nos retrata un Calígula en el poder que va desde la dolorosa pérdida de su hermana Drusila, con quien se sospechaba sostenía una relación incestuosa, hasta su devenir en el jerarca del mal por el mal. Calígula no ejerce el mal para levantar ideales o alimentar sus ambiciones, por el contrario, su mal y su tiranía las ejecuta en el sinsentido de lo absurdo, retrata las formas más diversas de perversión ética, infligiendo a sus coetáneos las más dolorosas humillaciones, la peor de todas: negarles la dignidad de lo humano.

Escenificada por vez primera en 1945, bajo la dirección de Jacques Hébertot, en el legendario Théâtre Hébertot, fundado en 1838 en las sinuosas calles parisinas, el texto que recoge Alianza Editorial reproduce la edición de 1958. Deliciosa a la lectura y, supongo, delirante en su ejecución teatral la obra no solo es un producto literario que escenifica el drama y los conflictos del poder del tragicómico emperador Calígula, sino que, al mismo tiempo, representa en sí misma una complejidad y una manifestación tangible de las condiciones del poder, de la rebeldía, del mal y su vínculo con el absurdo existencial.  

A cada intervención de Calígula, que sorpresivamente es el personaje de menor intervención aunque sus dichos provean a la obra de los ejes que le darán sostén y dirección, el lector se encuentra sumergido en una atmósfera del sinsentido, tratando de decodificar las órdenes, los comentarios, los deseos, su total actuar y existir. Uno se encuentra permanentemente desubicado, la traducción del otro que cotidianamente hacemos nos es negada y por lo tanto nuestro propio lugar comienza a tambalearse, como quien, aquejado por la soledad comienza a hablarse así mismo frente al espejo como si se le hablara a un extraño. ¿O será, más bien, que todos nos somos extraños?

​Comoquiera que sea, la recomendación es alta. Lea Calígula, sumérjase en él, déjese seducir y manipular por el agridulce emperador romano, el grito de la perversión aguarda para taladrarle los oídos en este excepcional texto de Camus. 
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS: 
Camus, Albert. (2013), "Calígula", Alianza Editorial: Madrid, España.
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"La ruta de la seda o los hipervínculos de la memoria"

3/2/2016

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POR: GUADALUPE VÁZQUEZ

Seda, una palabra, casi una onomatopeya. “Seda”, un libro, un flujo semántico que contiene lagos helados, océanos, estepas, caballos, viajeros, a Flaubert y a Pasteur, hojas de té, hojas de morera, pequeños huevecillos, orugas blancas y suaves, aves y peces, parpadeos, una mirada, el amor, ¿el amor?, el deseo, una oscuridad suave, una oscuridad de muerte, la nostalgia.
  Cada párrafo está cargado de evocaciones, invocaciones. Esto no es ni una reseña ni un ensayo sobre el libro de Baricco, es mi memoria saltando entre sus páginas.
 
                                                                      
[ Seda ]
    Cuando tenía ocho años decir seda era una caja de zapatos con seis orugas gordas. Las sostenía en mi mano ¡qué tacto delicado! Trepaban, se erguían, colapsaban el tiempo en sus movimientos, un time lapse espontáneo en el que con voraces mordiscos hacían desaparecer las hojas de morera. Las orugas crecieron, engordaron aún más. Pronto estuvieron listas para envolverse en sus crisálidas: una maraña tejida de lo invisible. Veinte días después, demasiados para mi paciencia de niña, seis mariposas blancas, nada gráciles y más parecidas quizá a las polillas, levantaron el vuelo.
    Algunos años después, seda fue un pañuelo azul. Fue también una película, “Le cri de la soie”, recuerdo vagamente una mujer, una fetichista, el frufrú de la seda entre sus manos, su placer.
    Hoy seda es el vestido más bonito del mundo, con flores atrevidas que han florecido por cincuenta años, el tiempo recorrido desde que una modista aplicada lo cosió. La tela conserva su belleza, su lustre. Me sienta como un guante y me recuerda a otro vestido, uno que estrené a los 16 años. Nunca caminé más erguida y orgullosa que con ese vestido de faldas amplias y pequeños lunares celeste sobre fondo blanco.
 
                                                                     [ Oriente ]
    El oriente de mi infancia no incluía al Japón; empezaba en su frontera difusa, con zares llamados Vladimir; continuaba en la estepa mongola y luego viraba al oeste donde la voz de Sherezade me hablaba de cuarenta ladrones y un tal Simbad; al final me esperaban los tesoros ocultos de la Alhambra en un oriente que había extraviado la brújula. “Cuentos populares rusos”, “Las mil y una noches” y Washington Irving, en un tiempo en el que decir Bagdad era como decir babucha, turbante, alfombra voladora, en lugar de misil, muerte, despojo. ¡Cómo ha cambiado mi oriente!
 
                                                                    [ Viajeros ]
Al principio no hubo más viajero que Marco Polo, el primero de todos. Ahí mi oriente mongol se acercó a China, donde según Michael Ende hay árboles de cristal y plazas atestadas de hombres que cuentan uno a uno los cabellos de otros hombres, era pequeña y me lo creí. Luego supe de Colones, Pizarros y Elcanos, nuevas tierras, nuevas historias, de pupitre casi todas.
 Con el tiempo llegaron las viajeras. Alexandra David-Néel, una larga cabellera, una mirada infinita, una vida de cien años. Y Daisy Bates, acampando en el desierto de Nullarbor, siguiendo los pasos de los aborígenes; alguien me regaló un libro, en la portada Daisy Batesanciana saltaba a la cuerda.
 Los hijos de Caín no saben de viajes, envidian a los viajeros; los hijos de Caín saben de exilios y destierros, saben marcharse. Sé marcharme. Estoy ensayando volver.
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                                                                     [Japón ]
   Fujiko y su cara redonda y macilenta, teníamos 15 años, el mismo uniforme de peto verde y la misma aula gris.
    Yoshio Furukawa, hacía aparecer entre sus manos un zoológico de papel solo para mi; me encantaban la historias de su bisabuelo samurái huyendo a México con la mujer de su daimio, una mujer que quizá también habría enamorado a Hérve Joncour. Yoshio contaba cómo los esclavizaron en una hacienda de Veracruz y cómo huyeron nuevamente.
   Saiko Tsuzuku, de Nagoya, fue a España a aprender flamenco, me regaló una delicada tacita de porcelana azul; también conocí a su hermana Chiko, tan frágil, al saludarla se derrumbó temblando en mis brazos, la sostuve.
  
                                                                    [ Francia ]
 Solo el sur, una ruta ciclista, un campesino mal encarado, restaurantes cerrados al medio día. Perfumes. Un amante breve. Escritores, todos: Yourcenar, Jean Genet,  Michel Tournier, André Gide, Proust, Maupassant y Flaubert, por supuesto Flaubert.  Un salto, pienso enYourcenar de nuevo, en su cuento “Cómo se salvó Wang Fo”, transcurre en China, no en Japón, pero para mi se funden ambas imágenes, ¡qué ofensa!  Recalo finalmente en Puccini, en Madame Butterfly, en Madame Chrysanthème, en el amor de un oficial francés y una geisha.
 
                                                             [ Francia y Japón ]
 Otra película y otra escritora. “Hiroshima mon amour”. Marguerite Durás. Una mujer y un hombre, una francesa, un japonés. El recuerdo del amor, el recuerdo de la guerra: “Él. — Tú no has visto nada de Hiroshima. Nada.
Ella. — Lo he visto todo. Todo”. 
 La memoria que me lleva a la memoria de Hiroshima, la explosión, el horror inabarcable, la voz fluctuante de Harry Truman anunciando una lluvia de ruina sobre la tierra. Un crisantemo nuclear, su corola flamígera estallando en el verano japonés.
 
                                                                    [ Pasteur ]
 Mis nueve años. “Los cazadores de Microbios”, un libro de Paul De Kruif. Capítulo tres, Louis Pasteur ¡Los Microbios Son Una Amenaza! Hidrofobia, fauces cubiertas de espuma, experimentos, matraces.
 La palabra matraz me gusta muchísimo.
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                                                                        [ Amor ]
 Pienso “amor” y la cabeza se me llena de Dantes y Beatrices, de versos salomónicos; de amor de madre, de madres de Gorki y de madres Coraje; de amores ligeros y vanos como el de Radiguet. De amores existenciales como el de Sartre y Beauvoir. De mis propios amores, infantiles, adolescentes, nunca del todo adultos.
 Se puede amar hasta a las piedras. Se puede amar de muchas maneras, en tanto se pueda amar.
 A menudo canjeamos un sustantivo por otro, llamamos dolor al amor perdido.
 Puedo evocar un primer dolor, el primero del que conservo registro. Sin embargo no logro evocar el primer sentimiento amoroso. El amor, como el miedo, es inmanente.  
 
                                                                      [ Deseo ]
 Es un arco, una ballesta, la tensión de la cuerda, la mirada sostenida, la flecha que nos lleva prendidos de su afilada punta y nos arroja fuera de nuestro propio dominio. A lo lejos la manzana sobre la cabeza; el hombre, la mujer; la esquiva Cierva de Cirinea, con su cornamenta de oro y pezuñas de bronce; una promesa.
 No lo extrañaba a él, extrañaba mi deseo de él, esa alerta, esa conciencia del propio cuerpo vivo. Es tan difícil sustraerse al deseo.
 
                                                                   [ Nostalgia ]
 Morriña dirían mis abuelos, con su acento gallego. Nostalgia de la infancia. Nostalgia como en el tango de Cobián. La nostalgia fabuladora de lo que no fue y no ha sido. La “Nostalgia de la Muerte” de Villaurrutia, lejos de la nostalgia por los muertos.
 La nostalgia es oximorónica, es un deseo retrospectivo, un miembro fantasma, una mirada al horizonte del ayer.
  
                                                                 [ El libro y yo ]
 El placer de la lectura de Baricco, un texto suave y luminoso, de incontables hilos. Un libro con los atributos de la seda. Recojo las palabras, los paisajes, los temas. Me detengo, los pienso. Hay una resonancia, una correspondencia, me entrego al ejercicio dadaísta y freudiano de la asociación libre.
 La memoria del hombre, no tan distinta de la memoria de las máquinas, también se mueve en hipervínculos. El libro unido a mi memoria, a la de cada lector, se hace más vasto. Leo, me adueño de las palabras, hago del libro un libro infinito.  


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

Seda. Alessandro Baricco. Ilustraciones de Rebecca Dautremer. Traductores Carlos Gumpert y Xavier González Rovira. Edelvives, Madrid. 2013. 216 páginas.
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“¿A quién habla Pózdnyshev?”

3/2/2016

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AUTOR: V. H. TORO

“La Sonata de Kreutzer”
(2004), candente y ácida obra de León Tolstoi, publicada por vez primera en 1889, es sin duda una novela enigmática no solo por su contenido sino por los efectos que produce en el lector. La trama comienza en una especie de diálogo cuasi platónico sostenido por los pasajeros de un tren cuyo tema es el amor y las relaciones carnales, el cual desemboca en el anecdotario de un hombre que ha asesinado a su esposa, sin saber (quien comenta la anécdota) que dicho hombre se encuentra entre ellos; al darse cuenta, el pequeño grupo se dispersa y Pózdnyshev (el asesino) queda asolas con quien será su único compañero de viaje y a quien compartirá, dramática y vehementemente, sus apreciaciones sobre la vida amorosa y  a la sexualidad humana.

Por lo demás sería interesante hablar de “La sonata de Kreutzer” (2004) en términos del contenido del mensaje que su protagonista Pózdnyshev manifiesta a lo largo de la obra; el autor logra poner en voz de este satírico personaje una serie de concepciones extremistas que se van desarrollando a lo largo del melancólico recorrido del tren que transporta a Pózdnyshev; sin embargo, prefiero enfocarme en un aspecto fundamental de la obra: el interlocutor de Pózdnyshev.

Hemos dicho ya que el discurso de Pózdnyshev es pesimista y brutal en ocasiones, aunque muy humano en otras. Pero ¿Qué personaje ha de ser este que globalmente nos narra y al mismo tiempo es los oídos que atienden al loco Pózdnyshev? No puedo responder de otra manera que diciendo que ése ser sentado en aquel vagón de tren, que mira la angustia y la pasión de Pózdnyshev no es otro que el mismo lector; la poca intervención del interlocutor escrito (no del real que somos quienes lo leemos) genera en la mente la poderosa sensación de estar escuchado de primera mano el testimonio de Pózdnyshev (sensación hábilmente generada a partir de la voz poco común de la primera persona encarnada por el personaje principal ya mencionado), los pocos momentos descriptivos del interlocutor escrito da al interlocutor real (nosotros) un respiro dentro de ese tren; casi podemos inhalar el aroma del té que bebe religiosamente Pózdnyshev cada estación; estamos ahí, sentados, escuchando un discurso que no callará hasta que las ruedas del tren se detengan, hasta que Pózdnyshev se detenga; solo nosotros podríamos aguantar semejante discurso. No huimos y seguimos leyendo y el interlocutor escrito no se va “como habríamos hecho nosotros” se queda, pero en realidad el que se queda es el lector, solo él y más que él es ese oído del que necesita Pózdnyshev para descargar su patética historia…

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
Tolstoi, León. (2004), “La sonata de Kreutzer”, Alianza Editorial: México, DF. 
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"De Colombia con amor: reflexiones sobre la obra de Fernando Vallejo."

1/13/2016

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POR: VÍCTOR HUGO TORO SALAZAR

INTRODUCCIÓN
Completamente diferente a cualquier otro autor latinoamericano, Fernando Vallejo es ya una institución de la literatura hispana. La consistente mezcla entre sus anécdotas, ideología, opiniones y acontecimientos históricos y ficticios, convierten la obra de Vallejo en una de las más enriquecedoras experiencias literarias de la actualidad. Un modo de escribir que constituye un agasajo de placer que raya en el orgasmo para el lector y que en entre sus cualidades proyecta novedades de carácter posmoderno en el modo de escribir, que él mismo instituye como una mecánica moderna de la escritura, fundamentándola como un nuevo camino que sí debe ser considerado un sustituto de todo lo anterior.
Dicho camino, establecido en la base estructural sólida de la voz en primera persona; una “barbaridad” sin razón de ser la tercera persona en la actualidad serán los motivos que se encuentran detrás de este modo de escribir y que él mismo menciona. 
Ahora bien, en lo que constituye el presente ensayo, la labor será realizar una revisión estética de la obra, una estética concebida desde las concepciones tradicionalistas de Harold Bloom, en el mismo sentido en que las hubo planteado en “El canon occidental” (2009.)
¿Por qué debemos detenernos a estudiar lo estético en la obra de Fernando Vallejo?
Sencillamente porque en lo que concierne a su obra literaria (habrá que excluir de aquí sus ensayos de física, biología e historia) el tema central serán siempre tabúes sexuales y sociales; desde la pederastia de la iglesia (no reprobada por él) hasta el fenómeno del sicario, pasando por la homosexualidad, la vida, la muerte,  la dignidad humana y animal, el amor y el desprecio; todos estos, temas que por sí mismos podrían ser los cimientos para una obra que podría degenerar en lo impío, lo detestable, sin que a la vista del lector se perciba así, incluso, contrariamente a lo esperable por los temas, uno termina de leer a Vallejo con un buen sabor de boca. Ahora bien, qué obra habremos de escoger para ejecutar este ensayo con objetivos hacia encontrar en qué se edifica dicha estética en las novelas Vallejo, no habrá otra elección posible que su célebre novela “La virgen de los sicarios” (1994).
 
LO ESTÉTICO
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Para comenzar un análisis de la estética en la voz de la primera persona en la novela “La virgen de los sicarios” de Fernando Vallejo, primero tendríamos que detenernos y hacer un alto, para conceptualizar nuestra propia visión de lo estético, de la belleza en la literatura o de las diferentes emanaciones estéticas en ésta. Para conseguir esto, no hay mejor referente que la obra de Harold Bloom, quien es considerado uno de los críticos literarios más importantes (si no es que el más importante) y de quien habremos de obtener nuestra idea de la estética, a partir de la cual fundamentaremos afirmativa o negativamente éste elemento en la obra de Vallejo.
Harold Bloom, posee una consideración sobre la estética literaria muy ortodoxa para las cosmovisiones más posmodernas;  incluso podría decirse que todo lo que contempla la lente crítica de Bloom es  limitado en términos de su apertura a la literatura de lugares no occidentales. Bloom es un buen referente para concebir la literatura occidental más no la de otros lugares, lo que restringe en cierta medida sus propias apreciaciones. Sin embargo, para el objetivo de este ensayo nos funcionarán sus opiniones.
“El canon occidental” (2009) podría considerarse como la obra cumbre de Harold Bloom, es un texto llamativo cuya intención es volverse el catálogo fundamentalista de la alta cultura literaria; dentro de este texto Bloom afirma acerca de la estética varias cosas que bien convendrían y serían suficientes para elaborar un ensayo solamente de esto; sin embargo, para el tema que nos ocupa habremos de decir que para Bloom la estética literaria está fuertemente englobada en un carácter individual, no grupal; esto es, es obra y producto-para una élite. (Bloom, 2009, p. 26)
Llegará a decir también: “[…] El valor estético surge de la memoria, y también (tal como lo vio Nietzche) del dolor, el dolor a renunciar a placeres más cómodos en favor de otros mucho más difíciles.” (Bloom, 2009, p. 49)
Ésta última frase llega a funcionar a modo de resumen, muy esquemático, de las consideraciones estéticas de H. Bloom. Para él la estética literaria estará enmarcada en dos principios fundamentales, según veo: el primero la dirección hacia la élite intelectual de toda obra literaria; el segundo, la exploración de la obra de lo cómodo y superfluo (de lo Camp, en términos de Zuzan Zontag) hacia lo doloroso y desconocido.
Así pues, respecto a lo estético habremos de repasar estos dos aspectos, a mi vista fundamentales (no los únicos, de acuerdo estoy, pero sí los que he querido imprimir en este trabajo con respeto a la extensión) de la estética planeando con vista de halcón si la obra de Vallejo cumple al menos con estos elementos.

LA VIRGEN DE LOS SICARIOS
“La Virgen de los sicarios” (1994) es una novela del escritor colombiano Fernando Vallejo que trata sobre las aventuras amorosas de Fernando, personaje principal y voz narrativa, con un joven sicario de dieciséis años llamado Alexis; la obra transcurre como una vereda en descenso de la memoria del personaje principal. Escrita en primera persona y con toda una serie de elementos políticos, ideológicos y filosóficos, así como construida en forma de una memoria oscilante entre un recuerdo y otra es una obra en sí misma interesante y que no deja indiferente a nadie.
Ahora bien, ¿Contiene esta obra una estética literaria como la propuesta por Bloom y que desarrollamos en el apartado anterior? La respuesta es un categórico sí, un sí, sí, sí. En el presente capítulo lo que habré de hacer es fundamentar ésta afirmación e ir encajando las piezas para que el lector de modo breve y esquemático pueda en cualquier caso determinar la respuesta.
“[…] Y sí, me morí en mi ley, en primera persona como viví y escribí, despreciando al novelista omnisciente, ese pobre diablo con ínfulas de Dios Padre Todopoderoso, de sabelotodo” (Vallejo, 2013, pp. 287-288)
Como he dicho, la voz de esta novela (y de todas sus demás novelas, cabe decir) es la de la primera persona, una voz difícil, poco manejable que no deja mucho espacio para jugar con los personajes que no sean el propio narrador; una voz poco común y que Vallejo, desde siempre, eligió como suya, la voz propia.
Desde este primer elemento encontramos “la primera palomita”, si de eso se trata (aunque de eso se trata la vida en gran medida), para afirmar una estética tradicionalista en la obra de Vallejo, él ha renunciado a la condescendiente (con el escritor), amable (con el lector), voz de la tercera persona; así que desde esa elección ya nos vamos emparejando a la individualidad de Bloom, en un sentido más bien de unicidad, de lo único, así como que nos vamos aproximando más a la idea de la estética como algo que abandona lo cómodo de un placer (la tercera persona) por un placer más profundo, oscuro, indomeñable: la primera persona.
Sabrá usted, estimado lector, que la gran mayoría de los textos han sido escritos en tercera persona, una tercera persona que nos ha regalado grandes narrativas, grandes personajes y escenarios, profundas reflexiones e inmersiones en mentes; pero también una tercera persona que en la literatura ya se está convirtiendo en un soporte a modo de colchón para que descansen, en su obesa comodidad los escritores. “Como si escribir fuera sencillo”, podría argumentarme usted, y yo refutaría: “Como si no hubiera visto esto antes”.
Por otro lado, y ¿“La Virgen de los sicarios” está escrita para las élites intelectuales?, juzgue usted si no es así  con los siguientes fragmentos de la obra:
“[…] Su cuento era que ‘los ricos son los administradores de los bienes de Dios”. ¿Habrase visto mayor disparate? Dios no existe y el que no existe no tiene bienes. Además el que ayuda a la pobreza la perpetúa. Porque ¿cuál es la ley de este mundo sino que de una pareja de pobres nazcan cinco o diez? La pobreza se autogenera multiplicada por dichas cifras y después, cuando agarra fuerza se propaga como un incendio en progresión geométrica. Mi fórmula para acabar con ella no es hacerles casa a los que la padecen y se empeñan en no ser ricos: es cianurarles de una vez por todas el agua y listo; sufren un ratico pero dejan de sufrir años. Lo demás es alcahuetería de la paridera.” (Vallejo, 1994, p. 97)
Si Vallejo despotrica contra la pobreza, despotrica contra la gran mayoría de los seres humanos en este planeta, y ¿quién será el oído de ese despotricar?, qué otro si no son las élites. He aquí el elemento de lo individual, no de lo colectivo, que exige Bloom para el valor estético de la literatura, he aquí el primer elemento crucial de su concepción de la estética literaria que va en favor de unos cuantos, Vallejo, como él mismo me comentó escribe “para  unas 5000 personas”, no más, es decir, escribe para una élite y no para las colectividades, quiero decir, para las masas; clases que “[…] ya tiene suficientes angustias, y prefieren la religión como alivio.” (Bloom, 2009, p. 49)
Si la anterior cita de Vallejo y sus consecuentes reflexiones no le bastaron, estimado lector, sírvase de la siguiente, que será la última de la que me valdré, de otro modo, esto se prolongaría demasiado:
“¿Se les hace impropio un viejo matando a un muchacho? Claro que sí, por su puesto. Todo en la vejez es impropio: matar, reírse, el sexo, y sobre todo seguir viviendo. Salvo morirse, todo en la vejez es impropio. La vejez es indigna, indecente, repulsiva, infame, asquerosa, y los viejos no tienen más derecho que el de la muerte.” (Vallejo, 1994, p. 126)
No abordaré mayor reflexión sobre esto, más que el hecho de que cumple con la construcción de una ideología dentro del aparato literario de la novela y que no desentona con ella. Por lo demás, una única pregunta para usted: ¿No es belleza lo que acaba de leer? No el contenido, sino la forma de decirlo, la forma de descifrar lo que en el inconsciente colectivo se viene pensando, lo sublime de imprimirle belleza al peor de los sentires lo impropio de la vejez y la muerte.
Cierro a todo esto, con una sola frase de Harold Bloom, lente que nos ha servido para este trabajo: “[…] En la práctica, el valor estético puede reconocerse o experimentarse, pero no puede transmitirse a aquellos que son incapaces de captar sus sensaciones y percepciones. Reñir por él nunca lleva a nada.” (Bloom, 2009, p. 27)
 
 CONCLUSIÓN
Adelanté mi conclusión en el segundo capítulo, ya sabe usted que a la pregunta planteada en la introducción sobre la estética en la obra de Vallejo he respondido con una afirmación, pero ya conoce usted los motivos que se encuentran detrás de esa afirmación y que defiendo a capa y espada. No nos detengamos más en conclusiones que no vienen al caso porque creo que éste trabajo habla por sí mismo en términos de querer demostrar lo que se planteó demostrar, esto es: que la obra de Fernando Vallejo constituye un referente de lo que para Harold Bloom era la estética y el valor estético en la literatura; unas concepciones dedicadas para las élites culturales y una consideraciones de la belleza por demás ortodoxas, pero siempre así en la línea de la alta cultura.
Finalmente, he de decir que también la obra de Vallejo habla por sí misma, considero que incluso debatir la estética de su obra ha sido pueril, fácil si se quiere. Tan evidente a mis ojos es una estética que surge en la medida en que te vas empapando de las palabras y las frases; una estética que vas recorriendo sobre cada renglón con tus ojos descifrando las letras y formando palabras, comprendiendo frases y enunciados, para finalmente deleitarse con un paisaje sublime de algo que no es una novela, es algo más. “Lo llamamos ‘novela’ porque con esa etiqueta designamos infinidad de libros que no se parecen. Pero no, no es novela, es otra cosa. ¿Qué cosa? ¡Lo que sea, qué más da! Empezando el siglo XXI eso ya no tiene importancia.” (Vallejo, 2013, p. 293)
 
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Bloom, Harold. (2009), “El canon occidental”, Ed. Anagrama: Barcelona, España.
Vallejo, Fernando. (2013), “Peroratas”, Ed. Alfaguara: México, D.F.
Vallejo, Fernando. (1994), “La Virgen de los sicarios”, Ed. Alfaguara: México, D.F. 

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