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FILOSOFÍA

Reflexionar sobre filosofía es invariablemente el camino a la reflexión sobre nuestras vidas.

El rincón del amor en el discurso capitalista.

3/18/2016

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POR: V. H. TORO
Cuadro
"Los amantes" de René Magritte

                                                               Aspiramos al amor que no nos han enseñado a sentir.

Colette Soler, eminente psicoanalista francesa lacaniana, llega a afirmar en alguna entrevista que “El capitalismo no habla del amor, hace comercio del amor”, ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que para el capitalismo, como discurso, discurso de un Otro para el que hemos contado incluso mucho antes de contar (dice Daniel Gerber), y discurso en el sentido de un modus creativo de un método de existencia, método, no experiencia existencial, quiero precisar esto, el amor no está contemplado dentro de ese discurso en el sentido de darle un lugar de valor en sí mismo, sino como un medio de valor para acoplarlo a la amplitud del discurso capitalista que ordena de manera definitiva y total “goza”, en éste gozar al que el sujeto es ordenado a realizar (y cuyo remanente permanente es el diagnóstico de distimia y depresión para todo aquel infeliz, que ejerciendo su derecho a la tristeza, siguiendo a Guadalupe Vázquez, sea diagnosticado en el papel de los “otros”, enfermos, que no se han adecuado al goce que impone el amo, Otro, capitalista) el valor del amor en sí mismo queda absolutamente cubierto, encubierto o, quisiera decir, hundido o sumergido como una herramienta de sentido para perpetuar el goce al que se nos es impuesto en éste discurso de Otro capitalista, estamos pues, definitivamente ante una forma de concepción del amor que lo establece como un producto sobre el cual el sujeto podrá experimentar un goce permanente, el capitalismo ha reivindicado el amor pero no para preguntarse sobre él, sino para entenderlo como la sombra que atraviesa lo humano, quiero decir, como aquello que no puede ser deslindado de cualquier existencia humana: sabemos que está ahí [el amor] y eso nos basta, lo que sea que sea poco importa.
        
Ése sería, a mi juicio, el lugar del amor en el discurso capitalista: un elemento a través del cual se puede acceder a ése imperativo de gozar que encuentra al sujeto ligado a un consumo permanente y al cual no puede renunciar y sobre el que irremediablemente se encuentra en anhelo o inclinación de cubrir. Y ¿por qué el discurso capitalista no se pregunta sobre el amor? En primera porque toda pregunta por el amor debe ser efectuada por el individuo (porque la experiencia del amor nos es individual), no por el colectivo, y en segunda, porque toda pregunta que contemple el acercamiento a lo que el amor es, implica necesariamente, la pregunta por el sí mismo, que en todo no conviene al discurso capitalista, por el contrario, lo liga a una contemplación permanente de su existencia por sí, la lógica del discurso será como lo he explicitado antes: sabemos que usted existe, está ahí, eso nos basta, sea lo que sea que usted sea poco importa, porque para nosotros cuenta y lo hacemos contar [el dinero, sobre todo, para pagar].
     
      Por lo tanto el amor como valor ontológico valioso como fin en sí mismo, no encuentra lugar en el discurso capitalista a no ser que sea el de la compraventa de ese elemento, el amor se vende, dirá Soler, en el amor a los niños (Día del niño), en el amor a las madres (Día de las madres), en el amor a los padres (Día del padre); pero solo en el sentido de una existencia dada, sobre la que no conviene preguntarse porque entonces, la respuesta inevitable a esa pregunta sería que la forma de vivir el amor puede diferir (y de hecho diferirá) de la que dicho discurso capitalista intenta imponer. No hay, pues, mayor lugar para el amor en el discurso del Amo (A) capitalista que aquel rincón destinado a la maquinaria de producción. 
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