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FILOSOFÍA

Reflexionar sobre filosofía es invariablemente el camino a la reflexión sobre nuestras vidas.

La aurora tras la penumbra

1/23/2024

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Por: Bobby.
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Ya es bien conocida por todos la infame frase del pensador alemán más impactante de todos los tiempos -en el punto de vista del escritor de este breve artículo-; pensador que a su vez proclamó de sí mismo «soy dinamita» para hacer notar la relevancia e importancia de su pensamiento en su época coetánea. Si no lo ha sospechado el lector, hago referencia a Federico Nietzsche: un brillante filólogo alemán que murió loco a causa de la sífilis.

Nietzsche, con el enunciado a primera vista tan soberbio sobre sí mismo, hacía referencia a su sutil pero penetrante diagnóstico de la situación cultural en la cual se encontraba la sociedad alemana y europea de su momento -y casi consecuentemente, los países colonizados que adoptaron valores judeocristianos-. Europa, en palabras de Nietzsche, había caído en una profunda crisis nihilista, en un naufragio vital a causa de la pérdida de los valores. Esto es debido a que las categorías con las cuales se sustenta la vida cultural y social han sido brutalmente desenmascaradas por el creciente dominio del humano sobre la naturaleza. El hecho de que la naturaleza haya sido sometida por el terrible monstruo de la industria y tecnología humana abrió una nueva etapa en la cultura global. El balance anteriormente tan cultivado y respetado por las culturas antiguas se encontraba caducado. El hombre, pretendidamente, es el nuevo amo de la naturaleza; logro alcanzado por la racionalidad humana que parecía dominar la realidad material.

Recordemos que Nietzsche se situaba en las secuelas de la modernidad. Misma que, recordando las palabras del matemático francés Laplace, se sabía haber llegado a las entrañas mismas de la creación de Dios; dado que, si se sigue el argumento lógico del francés, si una inteligencia pudiera conocer con precisión la ubicación y momento de una partícula conocería el destino entero del universo -y por ende, deducir la posición de las demás partículas-. Lo habíamos logrado. El humano logró situarse en la perspectiva de Dios en los asuntos de la naturaleza. Parecería que desciframos la vida: la racionalidad lógica es la tinta con lo cual esta escrito el libro de la realidad. Esto por lo menos, es lo que pensaban los filósofos modernos.
Todo estaba ante nuestras manos. Teníamos instrumentos para dominar la naturaleza silvestre mediante nuestra arma más filosa: la racionalidad universal. No obstante, como el oráculo del nihilismo pudo prever, esta -como era entendida- era una farsa. Y ya empezaba a prevenir a los europeos soberbios e ingenuamente optimistas. Nuestros sueños estaban destinados a desbaratarse como barcos de papel en el agua.

Tiempo después, tras los idílicos sueños de la política de los grandes sistemas, la pesadilla de la sinrazón mostró su cara a la humanidad. Me refiero a la herencia de los sistemas que buscaban explicar -«desde adentro» o en lenguaje filosófico: desde lo que son en sí: su «ser»- el funcionamiento de las cosas y subyugarlas bajo esa interpretación. Como es de esperar, y para aquel que recuerde un poco de historia, esto no resultó como se esperaba. Los grandes sistemas colapsaron, y, aún más, nos dejaron anonadados en la miseria y la culpa de la fría racionalidad inhumana que se llevó un numero incomprensible de vidas. El mundo cayó en la penumbra. Ya no se puede pensar -por lo menos no de la misma manera- del mismo modo que advertía Goya: «el sueño de la razón produce monstruos», ya que, por lo menos a mediados del siglo XX, nadie afirmaría lo mismo con tanta rotundez.

Ante todo esto, y particularmente en tiempos gobalizados e hipermodernos, donde toda la información se mueve a la velocidad de la luz, donde todo se conoce, pero se pregunta qué en realidad se sabe, nos quedamos con la pregunta, ¿qué queda de la razón? ¿Es viable todavía? Y si sí, ¿bajo que rubros y matices? ¿Cómo puede el humano buscar bienes «objetivos» cuando todo la época moderna pretendió vislumbrar la primacía del «sujeto» sobre el «objeto»?, ¿dónde cada quién tiene «su» verdad? Asimismo, ¿qué se puede decir de la confianza en la palabra del otro? Si ya no creemos tampoco en los grandes relatos ni en lo discursivo, ¿qué queda de la promesa e integridad de uno? ¿Tendrá que interceder lo contractual para soslayar la deficiencia?, ¿lo legal? ¿La sociedad se vuelve una sociedad del «deber» más que de la «virtud»? ¿La verdad está afuera o adentro? ¡¿Dónde se ha escondido la verdad?!

Nuestra época esta marcada por el fracaso de las grandes teorías políticas, sociales y culturales. Hemos sido testigos a unos saltos sorprendentes de la tecnología, particularmente en el procesamiento de la información -el cual parece abrir una nueva e imponente caja de Pandora: pensemos en los modelos grande de lenguaje- y en el rápido acceso a medios de comunicación que posibilitan la transmisión de flujos.

Ahora bien, esto ha sido un bosquejo veloz y burdo, pero no por ello menos relevante. «La» verdad en nuestros tiempos ha quedado relegada a un mero fantasma que uno construye desde la nada y afirma con la pura fuerza de la voluntad. Estamos volcados a un mundo en el cual hemos perdido la orientación hacia lo que constituye la verdad. ¿Se encontrará en lo material?, ¿discursivo?, ¿volitivo?, ¿qué hay de lo espiritual?, ¿el arte?, ¿se puede conducir una sociedad puramente a través del arte? Son tantas los diversos ámbitos que uno se marea cuando piensa en ello, y más aún si uno piensa hacer sentido coherente de todo lo que esta a su alrededor. Poner todo en un plano donde pueda ser explicable -¿o comprensible?- todo lo que vemos a nuestro alrededor.

Nietzsche fue un pensador que pudo avizorar una realidad que permeaba a la cultura y los valores europeos -ojo que me refiero en general a los valores judeo-cristianos y el desarrollo histórico de la sociedad bajo esos valores-. Bien, estos valores, según el nativo de alemania, son entre otros los siguientes: la solidificación de los valores del bien y del mal en un plano absoluto -la dogmatización de una jerarquía de valores.-, la moral de esclavo -es decir, la asumida superioridad de los demás y la carencia de esfuerzo para buscar ser mejor que el otro-, el surgimiento del espíritu del resentimiento -el odio contra los «superiores de espíritu» nacido de una impotencia medrosa-, y finalmente la «transvaloración» de los valores europeos desde los griegos hasta la irrupción de los cristianos.

Ahora bien, no quisiera dar ningún sermón particular sobre el camino y el modo como una persona debe vivir su vida, todo lo contrario, pretendo presentar una alternativa distinta para todos estos modelos caducos que intentan imponer su ser desde encima de la realidad que el hombre vive. El pensamiento de Nietzsche fue tomado de múltiples maneras -cualquier lector de la historia lo sabría: la interpretación nazista de Nietzsche puede ser de las más conocidos interpretaciones-, pero es de notar que algunos pensadores de la línea hispanoamericana lo han tomado como baluarte. Se puede hacer una genealogía del pensamiento nietzscheano desde su muerte que permite hacer una reasunción que otorga vitalidad al sujeto humano sin perder su coherencia con una filosofía «a la altura de los tiempos». Me refiero, por supuesto, a pensadores como Miguel de Unamuno -con su «sentimiento trágico de la vida-, José Ortega y Gasset -con su «perspectivismo raciovitalista»-, Xavier Zubiri -con su «inteligencia sentiente»-, Jesús Conill -con su «antropología de la experiencia» y Ricardo Espinoza Lolas -con su concepto del «NosOtros» que pretende articular una crítica al capitalismo siguiendo la línea de Nietzsche, Hegel, Zubiri y la teoría crítica- entre muchos otros (Dussel, Basave, Laín Entralgo, etc.).

Me parece interesante en este momento poder articular una propuesta que sea liberadora de la razón del sujeto humano que pueda permitirle no perder el contacto con lo real y la verdad. Ahora bien, esta tarea parecería ser complicada, no tenemos que ir más lejos más que a los conflictos políticos actuales para poder atestiguar la increíble cantidad de debates que puede suscitar la noción, en primera vista tan simple, de «verdad».

En mi perspectiva, no ha habido mejor punto de partida para poder comprender este punto más que adentrandose en la filosofía de Xavier Zubiri -un pensador español que supo articular magistralmente la filosofía con las ciencias para elevar a la primera a la, en palabras suyas, «altura de los tiempos»-. Zubiri fue un ávido lector de la filosofía, habiendo ocupado el cargo de la cátedra de historia de la filosofía en la Universidad de Madrid a los 28 años, formidable científico -desarrollándose ampliamente en las áreas de la física, química, biología, lingüística y muchas otras áreas y además haciéndose amigo íntimo de Edwin Schrodinger (vid. Janés Nadal, 2015 El saber y el mar) y frecuentando a personajes como Einstein, Planck, entre otros- y , para los que les interesa, siendo teólogo de alto calibre -elaborando una propuesta filosófica que él llama «dimensión teologal del hombre» que propone un acercamiento a una dimensión intrínseca del hombre donde se haya enfrentado al «poder de lo real» y a su «fundamento».

Bien entiéndase que cuando hablo de estos conceptos se habla desde una propuesta altamente original y en ciertos sentidos oscura -primeramente por la falta de reconocimiento y difusión a este gran filosofo, y también por la misma complejidad de los escritos zubirianos (factor que influyó en su escasa lectura)-.

Zubiri propone una propuesta que pretende atender a lo que él considera el peor fallo de la historia de la filosofía occidental: la escisión entre el sentir y el inteligir (la noción de que son dos facultades dentro del humano). Para el filosofo de Donostiarra, esto es un grave error que conduce a incomprensiones del contacto del humano con la realidad y la verdad. Él, en su magna trilogía de la Inteligencia sentiente (1981-82), pretende dar una respuesta coherente con la filosofía y ciencia de lo que es el momento de la inteligencia en el acto de la aprehensión humana.

Para Zubiri afirma que hace una simple descripción de los hechos de la aprehensión humana: la realidad y la inteligencia son en su raíz «estrictamente congéneres». Es decir, no puede haber una sin la otra. A la unidad actual de los dos momentos Zubiri llama «actualidad». «La intelección humana es mera actualización de lo real en la inteligencia sentiente», entendiendo que la actualización se refiere a la impresión de lo que es de suyo (la realidad) «en» la inteligencia sentiente, y donde la «actualidad es un estar, pero un estar presente desde sí mismo, desde su propia realidad».

Aquí hay que ser precisos y no confundir términos. Para Zubiri, dentro del acto del vivir humano, este se haya «aprehendiendo» -unitariamente- la realidad. Ahora bien, ¿qué es la realidad? La realidad es aquello que es «de suyo», es decir, aquello que, otra vez, unitariamente, es aprehendido por el cuerpo psico-orgánico del hombre: pueden ser las notas sentientes o intelectivas de lo escuchado, lo visto, lo palpado, lo pensado, lo valuado -entiéndase «sentiente» como un «sentir inteligente», e intelectivas como un «inteligir sentiente»: dado que se comprende desde la inteligencia sentiente-.

Para atender a este problema que había ocasionado la filosofía occidental, desde Parmenides nace esta distinción entre el sentir y el inteligir, Zubiri, recogiendo aportaciones de la filosofía desde las tradiciones escolásticas, modernas y fenomenológicas, propone la noción de inteligencia sentiente. Esta, como ya se dijo, aprehende la realidad o lo que es de suyo. Lo aprehende en todo momento, pero de una manera particular. Siempre que el humano esta viviendo, aprehende realidad, pero, dentro de la inteligencia sentiente, esta se despliega en diversos momentos. Uno «primordial» donde se aprehende directa e inmediatamente la riqueza de la realidad en la inteligencia sentiente -teniendo primacía el momento sentiente-; donde, prelógicamente y prejuicialmente se capta a través del sentir lo que es de suyo. Pero bien, ¿cómo se despliega el sentir en perspectiva de Zubiri? La estructura formal del sentir -o impresión- está constituida por la unidad de tres momentos: (1) la «afección del sentiente por lo sentido», (2) «la impresión [como] la presentación de algo otro en afección» y (3) «la fuerza de imposición con que la nota presente en la afección se impone al sentiente».

Este simple análisis da para mucho de qué hablar, pero intentaré ser sucinto en los puntos principales. De los tres momentos, el primero es el mayoritariamente atendido por la filosofía occidental, con deficiente atención dados a los segundos dos. Es en el segundo paso por el cual, principalmente, el sentir se presenta como inteligente, dado que, lo afectado «queda» como otro en la inteligencia sentiente. Esto otro, o lo notado*,* es autónomo y queda como contenido en la inteligencia sentiente. Es desde esta autonomía independiente que la realidad tiene de suyo un momento de «formalidad». Y es debido a este carácter de suyo que la realidad puede imponerse sobre el aprehensor. (Ojo que aquí uno puede pensar que el aprehensor es diferente al cuerpo, como una especie de dualidad alma y cuerpo, esto es incorrecto, el aprehensor es una unidad psicorganica que tiene la capacidad de aprehender la realidad de sí mismo; a esto Zubiri lo llama «cenestesia», es uno de las diversas formalidades del sentir: visión, audición, olfato, gusto, sensibilidad laberíntica y vestibular, contacto presión, calor, frío, dolor, kinestesia y cenestesia o sensibilidad visceral.)

Ahora bien, desde este momento primordial, se despliega otros dos momentos que Zubiri llama «logos» y «razón». El primer momento, la aprehensión primordial de realidad, nos presenta actualizada las cosas reales, que podemos inteligir como reales o realidades. No obstante, este momento prelógico y sentiente no nos dice nada sobre lo que la realidad es «en» realidad, es la función del logos. Sucintamente, el logos es una re-actualización de la aprehensión: es el «distanciamiento» intelectivo en la aprehensión -no se erradica el momento «primordial» ya que este es la base de los dos momentos del logos y razón.-. En este, se permite a la inteligencia distanciarse en la misma aprehensión y establecer la campalidad entre las diversas realidades aprehendidas sentientemente. Aquí es importante notar que en esta re-actualización se efectúa un movimiento desde la cosa real a la «afirmación» de lo que ella es «en» realidad. Es decir, en la «afirmación» intelectiva se toma distancia, retrae, o suspende la realidad real en la aprehensión sentiente para saber que son aquellas realidades. A este momento también se le llama simple aprehensión.

Zubiri realiza un rodeo grande en el cual él empieza a establecer las condiciones para el análisis intelectivo de las cosas «en» realidad. Es un momento en el cual se da prioridad a la creación libre de contenido desde la determinación del «sería», al momento irreal de la intelección. Es desde este momento irreal del «sería» en donde se puede desrealizar por retracción el contenido de la cosa real para establecer su «esto» (precepto), su «como» (ficto), o su «qué sería» (concepto). A partir de entonces se puede regresar a la cosa real real para afirmar lo que «es» en realidad (lo que Zubiri llama aprehensión dual que ya se realiza en el marco de lo aprehendido sentientemente e intelectivamente a través del ser).

Desde este rodeo intelectivo, se empiezan a establecer diversos modos lógicos para saber lo que la cosa «es» «en» realidad. No obstante, la intelección no se agota en la mera presentidad de la cosa y su intelección lógica, también hay un momento en el cual se «prueba» la realidad. Es decir, se pone en «probación» experimental para asegurarse que el esbozo del contenido de la realidad se corresponde de la mejor manera a la realidad que aprehende el aprehensor. Este es el momento de la razón.

Aquí es de suma importancia recalcar que, dentro del análisis de la inteligencia sentiente, el contenido es de creación libre, pero atiende a ciertas condiciones analógicas sobre lo que lo real puede ser. Siempre atiende a lo impuesto por la realidad misma -no meramente el ser- y desde ahí construye el «sería», y «prueba» un esbozo de lo que es «la» realidad. La «metafísica», en este sentido, vendría a ser el esbozo que cada uno construye desde su experiencia probatoria de la realidad (recordemos las inmemorables palabras de Zubiri: «la realidad antecede al ser»). Así queda soslaya la deficiencia de los sistemas lógicos, y la noción de pérdida de suelo común en nuestros tiempos. La realidad se impone, y dado que la realidad se impone de suyo -como tu realidad que esta en juego entre estas realidades-, hay un momento estructural del hombre en el cual se encuentra «religado» a la realidad. (Ojo, nuevamente, esta religación es un momento antecedente de la determinación de un sistema religioso, si es que lo hay, abriendo la posibilidad de hablar de trascendencia sin hablar de un sistema religioso específico.)

Ahora, ¿cuál es la relevancia con Nietzsche? ¿Cuál es la relevancia con todo lo anteriormente mencionado? Según Jesús Conill, Zubiri recoge formidablemente todo lo criticado por Nietzsche para establecer radicalmente lo que una persona puede aprehender de la realidad y critica adecuadamente la deficiencia intrínseca del ser -el lenguaje- y los sistemas lógicos. Para Xavier Zubiri, junto con Nietzsche y Conill, el humano se haya volcado a la realidad donde tiene preeminencia la construcción creativa de contenido que, en la medida que el contenido de la realidad no ser haya atado a una determinación específica este es abierto y puede tomar . Es la diferencia entre la talidad -la construcción del objeto científico «tal» como es- y la transcenden-talidad -la construcción de lo que «es» la cosa real-.

A partir de los análisis de Zubiri, complementados con las aportaciones experienciales sobre la experiencia subjetiva de la voluntad del poder, la transvaloración de los valores anteriormente sostenidos y la busca perenne de buscar reinventarse a uno mismo en la marcha mediante la creación libre -aplicable tanto a Zubiri como a Nietzsche-, puede empezar a comprenderse la noción de verdad que sea coherente para nuestros tiempos. Zubiri realiza un análisis de la verdad. Él propone que puede hablarse de la verdad en dos sentidos principales: la verdad real y la verdad dual. La verdad real hace referencia a la adecuación entre lo aprehendido sentientemente -la aprehensión más rica- y el movimiento intelectivo. «Verdad no es identico a la realidad, pero si atiendo, en la actualización de lo real, a la actualización misma a diferencia de lo actualizado, tendré verdad: es la verdad real» (El Hombre y Dios: Zubiri, p. 106). Esta verdad, se nos dice, tiene tres momentos constitutivos: la verdad real es «ostentiva» (el momento más atendido por los griegos: el ser así), la verdad real es «fidelidad» («Es el momento en el cual algo es real si responde a lo que promete […] fue el sentido de verdad para los semitas. Mientras para un griego verdad es ser así, para un semita verdad es así sea (amén, de emeth, verdad). Tratándose del hombre, verdad es seguridad.») y, por ultimo, la verdad real es «efectividad» (la verdad real es lo que «efectivamente está siendo»).

Este análisis nos vuelca hacia una noción más profunda de lo que es la verdad y la realidad. Una noción que no se sofoca en el remolino de las interpretaciones y discursos, antes bien, las radicaliza para construir desde su raíz la verdad posible que de la realidad misma emerge (otra vez, no puedo decirlo suficiente, la verdad real es aquella que está «en» la aprehensión, no «allende» a ella como por algún constructo discursivo: que puede desviarse de la realidad en aras de una ambición o lo que sea).

Hemos reconstruido un camino que, desde Nietzsche hasta Zubiri, se ha valido de una crítica a la filosofía tradicional hasta radicalizarla en su momento más vital y real. En un momento en el cual las oleadas de la sofística pueden ser superadas. Zubiri advierte del riesgo de no caer en la logificación de la inteligencia (la reducción de la inteligencia a su momento procesual lógico y discursivo) y a la entificación de la inteligencia (la reducción de la realidad a su momento del ser). Esto abre muchos caminos creativos posibles e incita a cada individuo a reconstruir la filosofía desde su lugar más sagrado: el interior de cada uno.

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