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​Laguna de letras.

"Laguna de letras" es un espacio dentro de nuestra sección cultural "Desviaciones", donde nuestros colaboradores publican escritos breves de carácter literario, de ensayo, de crítica, así como textos de inventiva narrativa o cultural que no encajan en nuestras demás secciones.

M de madre, M de muerte.

2/21/2018

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Por: Hugo Toro. 
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Miré sobre mi propio hombro y alcancé a distinguir las siluetas de mi muerte, que se acercaban presurosas para huir de su propio verdugo. Así eran las cosas desde hace un buen tiempo, iban y venían, nadie confiaba en nadie y la muerte nos aguardaba a cada paso como la exhalación que sucede a la inhalación.
Sin mayor temor sentí el aire salino una vez más, los pasos pesados se iban acercando con ese ritmo acompañado que dan los yelmos con su sonido metálico. La suavidad de mi vestido, la hermosura de mi rostro que no había sido destruído por los años, a través de los cuales recibí en mis brazos y alojé en mis piernas a incontables amantes, los mejores y los más nauseabundos hombres de Roma. De Claudio a Calígula, lejos quedaban esos tiempos…

              - ¡Orden del César! Por traición, sentencio a muerte a la mujer que decía ser mi madre, sin conocer desde entonces mi divinidad, Agripina. Que muera por mano propia si tiene el valor y si no facilítenle la faena. Mujer aquí tienes tu sentencia… - me extendió un cuchillo, lindo el cuchillo, seguramente el César lo había dado personalmente.  

Por supuesto, no acepté. Por cobardía o por teatralidad deseaba que mi muerte fuera digna de recordarse, como mi vida, como mis pasiones, como mis intrigas, mis mentiras y mis casi inexistentes verdades. La puta chacala de Roma. Esa era yo y me había llegado la hora.
Me di la vuelta, conservando la elegancia de mis hombros que soportaban mi noble y soberbia cabeza, donde mi cabello se alzaba castaño, feliz, mar de perdición para los hombres y para alguna que otra esclava.
Miré al centurión que frente a mí se encontraba directamente a los ojos, la muerte me llegaba pero no fue nada impactante, yo esperaba algo más. Con mis fuerzas cogí las telas de mi vestido a la altura de mi ombligo lo rasgué, dejé mi vientre al desnudo, como lo había hecho tantas veces y con las últimas de mis voluntades grité:

          - ¡Apuñaladme aquí!, justo aquí, que se abra la sangre paso desde el vientre que parió al que ahora es su asesino, ¡mi hijo Nerón! ¡Occidat, dum imperet!*

El centurión apenas se inmutó, desplegó el cuchillo y con compasiva fuerza me apuñaló justo al vientre, ardía pero no disfrutaba, mi vientre se llenaba de muerte y mis venas la transportaban hasta los confines de mi alma y de mi cuerpo… Al fin morí y no queda claro cómo es que lees esto. Pero así fue.

*¡Que me asesine con tal de que reine!
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