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​Laguna de letras.

"Laguna de letras" es un espacio dentro de nuestra sección cultural "Desviaciones", donde nuestros colaboradores publican escritos breves de carácter literario, de ensayo, de crítica, así como textos de inventiva narrativa o cultural que no encajan en nuestras demás secciones.

"Las llaves de Auschwitz"

6/17/2016

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Por: Uh Otorgo.
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NOTA PRELIMINAR: El presente cuento de Uh Otorgo es una inspiración creada a partir de la reciente noticia del redescubrimiento de más de 16,000 objetos personales de los prisioneros del infame campo de concentración nacionalsocialista. 
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¡Por fin he vuelto a sentir el calor del Sol!

He pasado la mayor parte de mi vida en las tinieblas, soportando fríos despiadados y estremecedoras humedades, que oxidan mi cuerpo y que mutilan mis hendiduras… Desde que nací en 1939 viajé de un lado a otro, transportada en la fina calidez y sensación de la seda, en el ropaje soberbio de la lana, y en las manos recubiertas de guantes de algodón egipcio. Fui posada en los más elegantes escritorios de caoba y aprendí a reconocer los estilos más vanguardistas y elegantes; brillaba dorada como una estrella cuando la luz de los candelabros me tocaba, como quien toca a una joven virgen que acaba de renacer, ahora, como mujer…

Dos años desde mi nacimiento y la vida iba bien, mi casa era grande y mis portadores refinados. Había nacido en la mejor de las vidas, había renacido llave.

Soportando mi peso en un cuenco de cristal sobre una mesilla al lado de la puerta de entrada esa noche escuché el atronador sonido de una bestia inmunda, que no sabía tratar bien a una dama, a mi amiga, que tanto había pasado desde que tan solo era un débil abedul; la puerta tronó como un rayo que se impacta en la suave tierra de un plantío, como una arrolladora hacha que detona los cimientos de un viejo roble. Esperé que se tratara de una emergencia, una impertinencia funesta, quizás, alguna mala noticia: ¡no eran horas de llamar a la puerta!.

Mi portador bajó, cubierto con una suave pijama de algodón y una suave bata de seda. Abrió la puerta y hasta mi piel de metal pudo sentir el atronador temor que sintió al ver esa figura mitológica, erguida frente a él, con un traje de funerarias consecuencias, negro como el odio que los motivaba, acompañado por dos mozalbetes que acudían en su auxilio. No podía hacer nada, solo una llave. La familia se alistó para partir, y al salir de casa mi portador me usó una vez más, cerró la casa, esperando guardara seguridad la cerradura, "para cuando regresáramos" -dijo-, para cuando regresáramos…

De noche, de madrugada; llegados a un pestilente lugar, al que ni ellos ni yo estábamos acostumbrados, una pocilga móvil, echa de los desperdicios de los aserraderos, ni una silla para mi bella portadora, mucho menos un sillón para mi distinguido portador. Entramos a aquel vagón y en medio del frío nos consolaban los cuerpos de nuestros acompañantes que apenas podían brindarnos algunos milímetros de distancia, pero sí podían compartir calor suficiente para aguardar y sobrevivir a ese castigo. Solo esperaba que todo fuera parte de una insulsa broma. Yo y mis portadores no podíamos estar en esa situación, tan lustrosos como siempre, desentendidos de la furia y de la tempestad de la miseria, acostumbrados al brillo lujoso del color dorado y a la suavidad de nuestras prendas, ahora estábamos encerrados en una caja negra, de mierda y podredumbre.

Al fin llegó la hora de salir de ahí. Salimos. No lo debimos hacer…

No puedo relatar lo que siguió porque no importa, solo sé que mis portadores se desnudaron y me dejaron junto con otros compañeros en un montón de miles y miles de artefactos con los que ni siquiera había cruzado mirada: afeitadoras, relojes, pañuelos, dentaduras; todos amontonados, perdiendo la poca dignidad que nos quedaba… Mis portadores desaparecieron y solo podía esperar, ¿Cómo haría mi portador para abrir la puerta cuando volviéramos a casa? Esperaba que no olvidara dónde me había puesto…

En un momento, un hombre de uniforme negro ordenó que nos enterraran, “cosas sin valor”, nos llamó. ¡¿Cosas sin valor?! ¡Yo que en mi dorada piel había abierto la más venturosa puerta, de la más elegante mansión, en la ciudad más distinguida de Alemania, soportada por la mano de un representante de un largo linaje familiar.! ¡¿Cómo se atreve?!

Mi reclamo no surtió efecto.

Terminé en medio de desconocidos, sumergida en una tierra sucia, regada de sangre, humedecida con el sufrimiento de cientos de miles, absorbida en la oscuridad.

Ahora, no sé en qué momento estoy. Solo me dormí y por fin desperté; ya no reconozco nada, y no veo venir a mis portadores por ningún lugar; espero que no me hayan olvidado, porque sin mí no podrán abrir la casa cuando vuelvan…


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