POR: V. H. TORO “El adolescente realiza tres duelos fundamentales: el duelo por el cuerpo infantil perdido, base biológica de la adolescencia […], el duelo por el rol y la identidad infantiles, que lo obliga a una renuncia de la dependencia y a una aceptación de responsabilidades que muchas veces desconoce y el duelo por los padres de la infancia…” (Aberastury y Knobel, 1988) Lo anterior fue dicho hace casi treinta años, hoy debemos agregar un duelo más: el duelo de lo posible forzado. Éste escrito verá en sus líneas la declaración que fundamenta que todo adolescente y púber en la actualidad se enfrenta a una imposición, como el esclavo al que se le era forzado a realizar la imposibilidad de las pirámides de Guiza, así igual el mundo moderno ejecuta sobre sus jóvenes la imposición de un futuro venidero prometedor, que pocas veces llega (al nivel que les es prometido y exigido llegar) y cuya condición (porque, como todo en lo social, no es gratuito) será una exigencia perpetuada sobre el profesionalismo y la labor productiva. La gran utopía de bienestar será solamente para aquellos que cumplan con los requerimientos exigidos para el “éxito”, éxito que se contempla a lo lejos como la abundancia de recursos materiales y cuya mira y satisfacción siempre serán insostenibles; el así llamado “mito de Sísifo” queda corto en comparación a la exigencia contemporánea sobre el joven, quien pudiendo llegar a lo que se les exigido (una carrera, por ejemplo) no hace más que arribar a otro nivel de exigencia que les impuesto la mayor de las veces, no que se es autoimpuesto, por el Otro, que ahora le exige categóricamente “haz la maestría, la licenciatura ya no basta en éstos tiempos”, como si la bastedad fuera algo tangible y claro, como si el límite de lo que basta fuera una realidad que el Otro esté dispuesto a aceptar, no es así, por el contrario yendo cualquier joven a la proximidad del límite que le fue asignado se sorprenderá al encontrar una exigencia más que ha duplicado los límites de la exigencia original. Por no decir que el sistema actual genera las condiciones para que la exigencia sea “válida”, la obtención de trabajo vendrá dotada de una selección por títulos, no por capacidades, y la exigencia de consumo tendrá como contraparte la necesidad de un empleo mejor remunerado, solo conseguible con las condiciones anteriormente planteadas. El adolescente, el púber, ya no se enfrenta solamente a un duelo biológico (por la renuncia al cuerpo infantil), o a un duelo por el rol (por su lugar y posición de ser dependiente), o más aún, a un duelo por la figura de los padres que ahora ya no son los ideales, como Aberastury dirá, atinadamente, en 1988; no sólo es devenir en otra cosa de lo que se era, en la actualidad el asunto es abandonar lo que se era para cumplir con algo que se nos comienza a exigir, ahora a todos éstos duelos se le debe agregar otro más, el de la exigencia social que promueve un desarrollo de vida acelerado basado en el consumo permanente de insumos que rápidamente son sustituidos por sus versiones más novedosas (Apple, claro ejemplo de ello) y cuya obtención solo puede venir de una acumulación de riqueza que le garantice al sujeto una mayor capacidad adquisitiva de ésos elementos que “proveen la felicidad” anhelada por el sujeto que ni siquiera llega a comprender que a ésa felicidad lo han hecho renunciar desde mucho tiempo atrás. Los índices de depresión en los jóvenes bien podrían ser un indicador de ésta realidad en la que forzosamente se es exigido permanentemente, no me atrevo a afirmarlo, quién sabe; igualmente, los devaneos cada vez más desmedidos pudieran ser un grito, un síntoma de lo que sucede a nivel del individuo adolescente. No es ésto una generalidad ni una ley universal, es algo que ocurre en algunos lugares, no se me tache de generalizador y mucho menos de querer imponer una verdad a todos los casos, una vez más, quién sabe. El valor del joven, adolescente o púber, está en su nivel y capacidad productiva, ya no más en la vuelta de un hombre, poco importa la ontología del devenir infante-hombre porque de lo que se trata es de la productividad personal que me permita formar parte de éste todo que se auto-legitima como el “Todo Auténtico” o el “Todo de la autenticidad” previendo entonces que cualquier sujeto ajeno o encontrado fuera de ése Todo social será irremediablemente un mediocre, un mequetrefe sin escrúpulos, criticable por lo demás por haber renunciado a la “brillante y prometedora” carrera profesional que le garantizaba el discurso de la felicidad consumista, o de consumo mejor dicho, por una autonomía que en todo desconoce al “Leviatán posmoderno”, cuya regulación de los individuos viene velada por la autoafirmación de la pertenencia de éste modelo de existencia basado en el consumo, nos encontramos por lo tanto frente al monstruo Leviatán transformado en una maquinaria narcisista de autosatisfacción que exige al niño, desear; que exige al joven, “llegar lejos”; que exige al trabajador, adquirir. Será el fenómeno “Ni-ni” un reflejo de un síntoma convulso de la juventud que clama por su autolegitimidad ontológica. Que no se confundan mis lectores como si mi pluma estuviera ajena y en contra del “llegar lejos” como meta personal, por el contrario me opongo a que ése “llegar lejos” sea indiferente a la satisfacción del ente en cuanto a su autonomía, en cuanto a su ser en ésta vida, me opongo a que el “llegar lejos” sea una meta estandarizada para todos, como si mi “llegar lejos” fuera el mismo que el suyo, querido lector, y como si tuviéramos que compartir las vías de acceso a ése mítico lugar; si bien, el sujeto siempre estará incompleto, más incompleto se encuentra con la frágil cáscara de huevo en la que se le mete para portar como estandarte los valores de un consumo al que irremediablemente jamás accederá por completo pero al que se le promete ése acceso de completud. El joven debe plantearse así mismo su camino, camino que devendrá el adecuado a sus propias capacidades, no deberá venir impuesto por una sociedad que le exige lo que no quiere y le promete lo que no ha de cumplir. Estoy hablando aquí de ontología no de derecho, mucho menos de ética, lo que sí le es exigible a cualquier sujeto y a lo que se le debe introducir. En este panorama lo que la posmodernidad, el consumo y la producción imparables, le hacen a nuestros jóvenes no es más que la manifestación más clara de un genocidio ontológico que nos ha de deparar “zombies”, mejor digamos autómatas que se ignoran así mismos para cumplir su capricho (el capricho del "monstruo social", disfrazado del propio capricho) de “ser” y de “valer” en una era donde solo se vale y solo se es cuando se cumple y se satisface al monstruoso Leviatán, donde elijo lo que me depare el favor del gran monstruo (“elijo medicina porque los médicos ganan bien”, “seré economista, porque a ellos les pagan muy bien”, se escucha en cada preparatoria, en lo mayoritario al menos, lejos quedaron las épocas de elegir carrera por gusto, al menos) frente a la posibilidad impuesta ("Haz de lo posible que te exijo tu realidad"), que le ha de deparar a todo joven que se enfrente tortuosamente a ella. El duelo es claro: "me he renunciado para ser justo lo que el sistema social quiere que sea"; un nuevo obstáculo en la adolescencia actual, al que pocas veces se le dejan alternativas en un diálogo "sí o sí", que si bien ha estado presente a lo largo del tiempo (las disputas del adolescente con el sistema le son propias a la etapa), ahora no se escatima en volver dicho obstáculo lo más fuerte posible y, debo insistir, infranqueable: operas como parte de mí o simplemente no sobrevives. ¿Hay un modo de proceder distinto? ¿Qué se puede hacer? ¿Cómo conjugar el desarrollo personal y la supervivencia en un sistema que exige ser parte de su "modus operandi"? ¿Es posible tan siquiera hacerlo?, las preguntas son planteadas, las respuestas habrá que pensarlas...
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