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EL MITO DE LA SEXOLOGÍA

2/25/2018

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Por: Hugo Toro. 
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Antes de comenzar esta breve reflexión deseo curarme en salud de los comentarios estúpidos y poco edificantes que podrían hacerse a este escrito, para ello debo reconocer ante el lector que lo último que deseo es hablar mal de una disciplina, mucho menos desconocer lo que estoy seguro son muchos logros y riquezas; esto es únicamente una breve reflexión, que sostiene todo mi respeto por los practicantes de esta disciplina y sus teorizaciones, aunque mi lenguaje pueda considerarse tosco, beligerante.
 
Desde hace un buen tiempo la sexología se ha colocado en uno de los primeros lugares de especialización en las universidades, cada vez una mayor cantidad de jóvenes y profesionales de la salud mental se inclinan por esta disciplina; programas nacionales de televisión abren sus tiempos para brindarle a los sexólogos el beneficio del micrófono el cual, muchas veces, usan de una manera riesgosa y poco inteligente. Por lo demás, países con una raigambre cultural e intelectual menos ordenada bajo la égida norteamericana, como Francia, Argentina, Reino Unido, etc., siguen abriendo micrófonos a filósofos, psicoanalistas, artistas, literatos, etc., quienes mucho tienen que decir sobre las relaciones sexuales aunque no sea lo más atractivo de ser escuchado.
 
Por supuesto, la promesa es la misma que se desarrolla desde la lógica del Amo capitalista, una promesa que además se articula bajo la forma de un imperativo: ¡goza! o, mejor, ¡gozarás!.
Tal es el sentido de algunas de las elaboraciones que se desprenden de la sexología, la mítica promesa de relaciones sexuales plenas, satisfactorias por entero, completas, perfectas, “saludables”, desvergonzadas, individualistas, subjetivas, provocativas, permisivas.
 
Justo ahí es donde se descuida el aspecto fundamental de lo inconsciente y donde se articula la promesa vacía de completud satisfactoria. El sujeto no puede nunca sentirse plenamente satisfecho a lo que su sexualidad refiere, a no ser que su estructura desfallezca de ciertos elementos. Además, ¿es necesario apelar a la satisfacción completa y perfecta?, ¿no es, precisamente esa barrera del no-goce la que permite la función más hermosa y placentera del sexo?, ¿no es eso lo que nos coloca por encima del plus de goce lacaniano?
 
Por supuesto, en un mundo donde se prioriza lo inmediato, lo gozoso, el no pensamiento; la promesa de relaciones sexuales sin presión, sin vergüenza, plenas, satisfactorias, es mucho más atrayente que la tradicional capa de belleza que cubre y que nos sostiene lejos de ese goce mortífero que solo el perverso atraviesa o busca atravesar. El orgasmo comienza justo ahí donde ha terminado.
 
Se trata pues, de una disciplina que apela a aquello de un orden establecido, no a su cuestionamiento. Pues si hay algo que el capitalismo exacerba es convertir al sujeto en un ente hipersexualizado, realizado en sus relaciones corporales, satisfechos o más allá, auto-satisfechos; el vínculo amoroso doloroso, es vilipendiado para apuntalar la idea de la satisfacción individualista libre de frontera con el goce. Si bien, el amor no necesariamente debe ser sacrificio, amar sí implica todo el tiempo una operación mental dolorosa, profunda y amplia, en el sentido bioniano. Por supuesto, la inscripción del hombre como seres “corporales” para justificar el alcance de dichas relaciones “completamente placenteras” es condición, pues se niega el contenido mental para acentuar las realidades corporales, como si éstas no estuvieras cubiertas bajo el manto del fantasma…
 

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Tinder ya no rinde.

2/7/2018

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​Autor: Hugo Toro.
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Si la apuesta era generar vínculos cercanos a través de una forma contemporánea de citas a ciegas, se falló por completo. Todo esto se debió a que se obvió el hecho de que la juventud de nuestros días se encuentra patéticamente rehusada a las relaciones de largo plazo. El nulo pensamiento profundo, aunado a una tendencia cada vez más cercana a la inconsciencia de sí, hace que los sujetos sean para sí mismos un ignoto al que ni siquiera le dan el valor de búsqueda.


Tinder reúne perfiles varios, ordenados a manera de catálogo que urge a sus usuarios a deslizar los dedos en un sentido o en otro compulsivamente, sin un sentido claro de la estética, la ética o el poco conocido amor, al menos su búsqueda.


Lejos de impregnar mi pensamiento de tintes moralistas, que sí tiene, la argumentación que aquí sostengo no invita a nadie a dejar de utilizar la herramienta, por el contrario expone una descripción de lo verdadero, no así de la verdad, en el sentido hegeliano del término (al menos como se puede deducir de las lecturas kojevianas de la Fenomenología del espíritu). Lo que denuncio, como suelo hacer, es la putrefacción del sistema de relaciones que urge a los sujetos a despojarse de cualquier visión teleológica de las relaciones que van construyendo.


Acostarse con quien otrora fuera un amigo y después se desplazó a la categoría de amante, la siempre apasionante aventura de descubrir un cuerpo que había estado cubierto por el velo del pudor durante un tiempo, el tacto que desea alimentarse por más de una noche y que se ahoga en el hambre de “más, más, más”; todos éstos son aspectos de la vida que se van nulificando ante la sombra perniciosa de las herramientas como Tinder, pocos sujetos serán los merecedores de encontrar el amor en esas plataformas que no lo garantizan, pero sí garantizan el triunfo maniaco de un narcisismo que sugiere la realidad no de un solo individuo sino de una época, el sentido del amor ha quedado supeditado al sentido de la eyaculación.


Graciosos son los intentos por levantar la realidad carenciada de las relaciones contemporáneas justificándolas, luchar por generar vínculos profundos y verdaderos, donde uno se encuentra permanentemente comprometido, vulnerado por la vergüenza, el hartazgo, el peligro de perderse en el otro, la manifestación de la escucha y la mirada del otro que observa atento quiénes somos o, al menos lo que logramos mostrar. Deber de lucha que debemos sostener quienes apelamos a un amor más romántico y pensado, sufrido y esperanzador que acoja en sus raíces el gotero del tiempo y las consecuencias de su paso por nuestra vida…
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