El aroma en Sachsenhausen: reflexiones sobre la sensibilidad a la crueldad en la posmodernidad.5/5/2017 Por: Hugo Toro. Hace un par de meses tuve el privilegio de visitar el campo de concentración de Sachsenhausen, Oranienburg; estar en un lugar así, aún cuando no se trata de uno de los grandes campos de Birkenau es una experiencia abrumadora, el dolor en las paredes aún es palpable, la falsa promesa que abría los portales de aquella máquina de asesinatos sigue generando una repulsión vomitiva, provocada por la realización (30,000 veces repetida) de un destino anticipado con la burlona frase de bienvenida: Arbeit Macht Frei (El trabajo los hará libres). Libertad que nunca llegaba por más trabajo que los prisioneros hicieran y que arropaba a la gente en la oscuridad de la podredumbre humana, la única. Si el sentido del universo es el orden, éste se fracturó definitivamente en los campos de concentración. Atravesar las áreas donde estaban los barracones y respirar el frío y silencioso aire de aquellos que aún se encuentran en pie confronta con un aliento de muerte, que luego de más de sesenta años permanece. Murales pintados por los prisioneros en la cocina del campo, alegres patatas que se bañan unas a otras, coles que alegremente se colocan toallas al salir de la bañera; alegrías penosas, pues sus autores se encontraban ahí para la muerte. ¿Era judío, homosexual, testigo de Jehová, gitano, preso político? ¿Quiénes eran? ¿Quiénes les lloraban? ¿Cuántas noches lloraron de desesperación antes de morir? ¿Cuántas heridas coleccionaron durante su estadía? El campo, ahora un memorial-museo, está desarrollado con un gusto exquisito, que casi incomoda pero que uno agradece. No se lucen uniformes, más que unos cuantos de los prisioneros y tan sólo uno de los SA del partido nacionalsocialista. Se relata la historia como se debe, sin triunfalismos (al menos en la parte no influida por los soviéticos) y sin exageraciones. Fotografías, historias, artículos personales, tanto de prisioneros como de soldados nos recuerdan que fueron reales, que se trataba de personas y estimula a la fantasía de que la propia navaja de afeitar bien podría encontrarse ahí, con todas las historias que hay detrás de una simple navaja de afeitar. El dolor consume en un lugar como este y está bien que así sea; sentir los fríos muros, los pisos y afuera de los edificios las ventiscas heladas que aún con una buena chaqueta permean en el cuerpo erizando el alma y cortando la piel, todo nos recuerda el sufrimiento y con ello que el extremismo es peligroso y de que ahí lo humano se consume y acelera la patética degradación. Ante todo esto, de lo que sólo pronuncio un esbozo, pues cosas deben quedar en la intimidad de la experiencia, me encontré con un espectáculo particularmente horrendo, casi tan nauseabundo como la propaganda nazi expuesta ahí: el recinto se ha vuelto un lugar de chacoteo, deja de ser un memorial para convertirse en el escenario perfecto para presunciones futuras y fotografías venideras. Las selfies no se dejan esperar, con los uniformes de los prisioneros, en los baños, jóvenes que se acomodan en las letrinas para realizar una toma “graciosa”, los caminos se pervierten y se pisan áreas que están destinadas a servir de honrosa memoria. El memorial ha dejado de serlo para convertirse en un simple tablón con un escenario pintado y dos agujeros para que uno meta la cabeza dentro y tomen la foto. Finalmente un lugar es lo que hacen de él sus visitantes. En Sachsenhausen no hay souvenirs, gracias a Dios, pero no faltó la turista española que insistente preguntó por ellos; hay libros, empolvados y nuevos en las estanterías, pues el turista actual busca presunciones, se place en el ilusorio campo de lo imaginario. La imagen prevalece sobre la experiencia y el pensamiento, aquello que podría dar pie a la reflexión de los miles de turistas que acuden por año al Campo se vuelve tan sólo una árida fotografía en selfie de un par de jóvenes que no comprende la magnitud de lo que ahí ocurrió. Ante ello el pronóstico es adverso, queda claro por qué la derecha ignorante está tomando las curules y las sillas presidenciales en Europa y en el mundo; la reflexión por los extremos se cae a pedazos cuando lo valioso es perpetuar la imagen de goce permanente de los sujetos. La línea de vergüenza ética se ha desdibujado con los objetivos posmodernos de lucimiento personal, el aire de Sachsenhausen vuelve a tener aroma de podredumbre humana…
3 Comentarios
IDDIA VEITIA
5/6/2017 07:42:06 am
Muy bueno, por lo mesurado y contundente de enlazar lo real, lo simbólico y lo imaginario en la actualidad. Es un estadio del espejo que perpetua el self(ie) falsamente. Y lo irónico es que tu grito sea desde un campo de concentración que hoy sigue siendo real.
Responder
Hugo Toro
5/7/2017 05:25:55 pm
Gracias por leerme, Iddia! Quedamos pendientes para charlar sobre el triunfo de Macron y la derrota de Le Pen. ¿Será esto un atisbo del triunfo de lo simbólico? ¿Roudinesco será nombrada Ministro de la Defensa? Preguntas al fin y al cabo, la primera mejor que la segunda, la segunda complemento cómico que nunca sobra.
Responder
Art
5/7/2017 05:55:28 pm
De todo lo bueno que puede haber en el mundo, lo que más me llena de esperanza son... las patatas dibujadas. Sus autores pasaban por las peores experiencias y aún así algo dentro de ellos permanecía vivo, vivo y con la intención de compartir tan alegre imagen de las patatas.
Responder
Deja una respuesta. |