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"El pirata de culiacán: algunas claves."

12/19/2017

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Autor: Hugo Toro. 
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El día de hoy amanecimos con la noticia del asesinato del así denominado “Pirata de Culiacán”, “célebre” socialité mexicano famoso por sus apariciones en redes sociales, exhibiendo estilos de vida excéntricos y excesivos; siendo la burla de sus “amigos” y colegas y por supuesto instalándose como el protagonista de una bufonería única que se inscribe dentro de la lógica mexicana de la narco-cultura.


El asesinato de este joven es uno de los 78 diarios que suceden en nuestro país según estadísticas, el año más violento para nuestro país y que sin duda, marca un parteaguas en las consideraciones referidas a los datos de violencia y malestar social; aspectos a tomar en cuenta para las próximas elecciones.


Nacido en Novolato, Sinaloa, en condiciones afectivas y económicas paupérrimas, Juan Luis Lagunas Rosales creció con su abuela, abandonado tanto por su madre como por su padre; su biografía no ofrece datos relevantes que uno pudiera considerar para desenmascarar a un personaje de tan pintoresco aspecto y conducta. Joven, comienza a lavar coches y a abrirse paso en las fiestas de personajes involucrados o relacionados al crimen organizado del negocio de los estupefacientes; los márgenes sociales son difusos cuando un jovencito menor de edad da muestras de sostenerse en actitud simpática y divertida a los muchos tragos de alcohol. Pronto Juan Luis, será un bufón permanente en las fiestas, una especie de patiño utilizado por sus benefactores y mecenas del alcohol para sus diversiones particulares.


Lo que la propia personalidad no pudo dar de manera creativa, autónoma y natural que lo dé la impostura radical de la mirada del otro.


Sólo podemos especular, pues no se trata de un análisis a profundidad porque los datos son imprecisos y las anécdotas, fuera del catálogo de fechorías y diversiones desmedidas, son pocas y de una pobreza significativa relevante. Los constantes devaneos le dotaron de un imperdible apodo, un nuevo nombre, la nomenclatura clara para una existencia derivada del exterior sin contemplación aparente por el mundo interno, nacía “El pirata de Culiacán”.


Una vida asociada a lo poco creativo. Hasta el pseudónimo adoptado carece de creatividad y se encuadra a toda una lógica de apariencias y desapercibimiento del verdadero self. Insisto en que no debe entenderse esto como un análisis sino como una aproximación que pudiera servir de exposición para la comprensión. En sus vídeos poco se puede decir o argumentar que pueda tratarse de una modalidad auténtica de vida, ni siquiera una autenticidad en la comedia; el acartonamiento se antoja insoportable por el aspecto wannabe de la personalidad que se presenta en las pantallas y que surge de manera irremediable. El falso-self, cuya cualidad primordial reside en su sumisión permanente hacia el ambiente (Winnicott, 1960, p. 195) se hace patente en cada muestra que “El pirata de Culiacán” lanzaba a la visión de sus miles de fans y admiradores.


La enajenante mirada aprobatoria para un yo pobremente estructurado, sumido en un ritmo de vida que lo había arrastrado, no hace sino funcionar como una carnada fresca para cazar a una presa débil que será devorada tarde o temprano, por sus excesos o por algo más. Lamentable y común, los estándares de vida se conjugan cada vez más en una dirección que garantiza finales tristes y dolorosos como este, “el pirata de Culiacán” descansa en paz, mientras las condiciones de vida que lo arrastraron ahí siguen más que respirando.

Referencias bibliográficas: 
Winnicott, Donald. (1993), "Los procesos de maduración y el ambiente facilitador", Ed. Paidós. 
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Cuando se está en el banquillo de los perdedores.

6/5/2017

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Por: Hugo Toro. 
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Culmina la jornada electoral y con ello la esperanza de una movilización política en uno de los estados más representativos del priísmo nacional: el Estado de México. Si bien, se realizaron elecciones en varias entidades de la nación, ninguna fue tan relevante como la que se jugó en dicho estado; en primera porque ha sido la columna vertebral del PRI durante décadas, en segunda porque sus tendencias políticas suelen ser retomadas a manera de “muestra” para calcular la inclinación hacia las presidenciales y en tercera porque es, precisamente, de ahí de donde han surgido las figuras más representativas del poder priísta del actual sexenio. Trataré de no resultar fatalista, porque lo que ocurrió no es tanto una fatalidad, como sí una tragedia, un guión trazado con maldad por alguna entidad que nos pervierte el camino de la libertad para conjurarnos a un destino que parece ser ineludible. Destino trágico, por supuesto.
 
Y es que lejos de que MORENA fuera la opción adecuada o no para restituir el enorme malestar social, económico y político de esa entidad federativa; lo que se jugaba era más bien un intento de fracturar las cadenas de un sistema que ha operado durante décadas fomentando la pobreza y la desigualdad; queda claro a partir de esta elección que son las dos herramientas políticas por antonomasia en México. El PRI las utilizó de manera efectiva y combativa, las propuestas de un “salario rosa” convencieron a las mujeres, que dicho sea de paso son predominantes en la población, de que Del Mazo sería la mejor opción para sobrellevar la miseria en la que viven. Veinte pesos diarios nos costó un sexenio de perpetuidad de la ilegalidad, de la desigualdad y del compadrazgo. Los mexiquenses nos obsequiaron un nuevo perfilado hacia la presidencia de la república y no sólo eso, no han compartido un poco de lo que serán las próximas elecciones presidenciales. El populismo barato que hace que los más pobres se vendan a un proyecto que en realidad los beneficia en lo poco para mantenerlos, también, en lo poco.
 
El PRI, por su esencia, no puede buscar la igualdad económica, porque ésa es su mayor fortaleza política. Pervierte el sentido de las instituciones para volverlas artefactos a favor de su posicionamiento en el poder. El cinismo de declarar los beneficios sociales de dichas instituciones cierra el círculo de un entramado perfecto de ilusión política, que engaña y que lucra políticamente por los resultados de un trabajo por el que todos estamos pagando, de un trabajo mal hecho, de un trabajo condicionado, de un trabajo que no es para nosotros sino para ellos.
 
Las elecciones en el Estado de México han sido decepcionantes, tristes, si se quiere, patéticas, porque lo que se ha jugado, debo insistir, no ha sido la elección de otro partido, no ha sido tampoco la configuración de un castigo político a aquella sarna que tanto ha lastimado al país. Lo que se jugó fue la libertad, la libertad de la opresión y la prisión de la pobreza, de la desigualdad, de la injusticia, de la podredumbre moral. Ser libres del cinismo, de la apatía, de los engaños, de los chantajes y de la miseria. Lo que se pierde es mucho, porque ahora sabemos que la pobreza difícilmente rehusará la seducción de un “salario rosa”… Tengamos en mente una realidad irrebatible: cuando ganan "los de siempre", perderán inevitablemente los de siempre. 

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Al altar o al diván.

5/31/2017

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Por: Hugo Toro. 
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Es profundamente difícil conciliar dos discursos tan abismalmente alejados uno del otro como los del psicoanálisis y la religión cristiana. Los planteamientos y posicionamientos de ambos han surgido de contemplaciones del hombre distintas, en momentos históricos precisos y con motivaciones propias. No pretendo exponer aquí lo que en su esencia es un problema que llevaría varios tomos para poder abarcarlo en una medianía aceptable; sino únicamente plantear un problema que concierne a la clínica y es la superstición y utilización chamánica de Dios.
 
Constantemente en las iglesias se toma en consideración a Dios antes que al profesional de la salud mental, lo que en muchos casos funciona (ya sea por sugestión, inspiración o por auténtica revelación divina). pero en otros casos desemboca en sintomatologías cada vez más severas, pues nadie podrá discutir que ahí donde se oculta la basura bajo el tapete se pisa temerosamente el suelo. La doctrina cristiana es clara y luego del Concilio Vaticano II da su lugar a las disciplinas dedicadas a la salud mental, y aunque la vida y relaciones entre el catolicismo y el psicoanálisis han sido torpes y de mutua exclusión, la posición de respeto e inclusión mutuas deben predominar para lograr una equilibrada coexistencia, al menos en lo que una u otra realidad dejen de existir como las conocemos ahora.
 
Sabemos de antemano que la noción de inconsciente subvierte mucho de lo que el cristiano corriente da por hecho y es el libre albedrío dado por Dios, del cual no se escapa y al cual se remite en sus peticiones, pero del que huye toda vez que la toma de responsabilidad por lo propio se le presenta cercana. Pensemos así, que si bien la naturaleza (sea su causa primera un demiurgo o el devenir insondable de la naturaleza viva) ha dado al hombre cualidades volitivas conscientes, la cultura ha estropeado la unidad del hombre para fracturarlo en una división permanente y de la que nunca más podrá escapar, la religión forma parte de esta división por grácil e irónica que pueda parecer la idea, y esta división es la que coloca al inconsciente en su sitio, el hombre no sólo actúa por voluntad consciente y ahí donde tiene la ilusión de que lo hace es por propio pie, se le escapa como una débil fuga de gas tóxico aquello que lo hace tropezar incluso cuando de rodillas frente a la virgen “se jura”.
 
En fin, es común escuchar una apelación a la naturaleza omnipotente de Dios para dar a entender que las afecciones psicológicas como las obsesiones, las perversiones, etc., serán sanadas vía la oración permanente. Lo que no contempla esta superflua consideración es que si bien Dios puede todo, no significa que todo lo quiera; y para profundizar, si Dios quiere, no significaría tampoco que quiera ser siempre el medio aunque sí pueda ser la causa primera, aunque la neurosis pudiera plantearle al sujeto la idea de que el “Padre” mueve los hilos de todo para su bienestar (que en realidad es una idea apoyada en el temor del no-control del sujeto sobre la inmensidad de su vida y su mente); podría el creyente aventurarse a algo más cercano a su doctrina, que es pensar que Dios ha echado a andar un universo que ya opera bajo sus propios regímenes, no bajo las voluntades alteradas de Dios, quien en ese caso sería un niño con una lupa; la sabiduría máxima y potencial de Dios se expresa más en la perfección absoluta de aquello que ha echado a andar y que funciona desde su propia naturaleza (que Él le habría dado) y sobre la que interviene no a capricho sino a respeto de aquello que en su omnisapiencia ya sabría cómo modificar respetando las leyes que él mismo ha dado a su creación. Como quiera que fuese, no se confunda mi lector laico o abiertamente ateo, no es esto una clase de catecismo, es una invitación a separar.
 
La salud mental implica una responsabilidad por uno mismo, no una superficial “responsabilidad” que por lo fácil pide al todo poderoso, y por lo difícil rehúsa aquello que es efecto de la causa primera. Sólo alguien mentalmente insano, en condiciones de salir bien librado, se negaría a la atención médica para la extracción de un tumor maligno; ¿Por qué habría de ser diferente para la salud mental?. Aprovecho para aclarar que cuando hablo de salud mental no me refiero a una higiene mental, la mente pocas veces está limpia y siempre está fracturada y manchada por el conflicto, la salud estará en el sujeto que se enfrenta a eso y lo retoma creativamente, para sí mismo y para otros.
 
El caso es que se apertura una constante de malestar, cuando el sujeto acude al altar para pedir la resolución de algo que en su esencia es psicológico se aventura en una empresa que puede funcionar (por su propia estructura que encuentra en el acto la definición y resolución de su conflicto), pero también puede salir terriblemente. Sabemos bien que ahí donde la religión se apropia de lo que no le es propio los resultados son funestos. Si lo que se busca es la ayuda de Dios que se la busque mediante aquello de lo que es causa primera; sólo un psicótico se atendería únicamente con oraciones de un SIDA o de un cáncer terminal. Suponer un “sí” a la petición y al medio de satisfacción de nuestra petición, no es más que un residuo de un narcisismo patológico que aleja al sujeto de sus propias causas y circunstancias. Pensar, siempre es más difícil que dar por hecho, ahí donde la creencia se impone se sofoca el sentido de proceso de pensamiento y profundización. 

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El aroma en Sachsenhausen: reflexiones sobre la sensibilidad a la crueldad en la posmodernidad.

5/5/2017

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Por: Hugo Toro. 
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Hace un par de meses tuve el privilegio de visitar el campo de concentración de Sachsenhausen, Oranienburg; estar en un lugar así, aún cuando no se trata de uno de los grandes campos de Birkenau es una experiencia abrumadora, el dolor en las paredes aún es palpable, la falsa promesa que abría los portales de aquella máquina de asesinatos sigue generando una repulsión vomitiva, provocada por la realización (30,000 veces repetida) de un destino anticipado con la burlona frase de bienvenida: Arbeit Macht Frei (El trabajo los hará libres). Libertad que nunca llegaba por más trabajo que los prisioneros hicieran y que arropaba a la gente en la oscuridad de la podredumbre humana, la única. 

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Si el sentido del universo es el orden, éste se fracturó definitivamente en los campos de concentración. Atravesar las áreas donde estaban los barracones y respirar el frío y silencioso aire de aquellos que aún se encuentran en pie confronta con un aliento de muerte, que luego de más de sesenta años permanece.
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​Murales pintados por los prisioneros en la cocina del campo, alegres patatas que se bañan unas a otras, coles que alegremente se colocan toallas al salir de la bañera; alegrías penosas, pues sus autores se encontraban ahí para la muerte. ¿Era judío, homosexual, testigo de Jehová, gitano, preso político? ¿Quiénes eran? ¿Quiénes les lloraban? ¿Cuántas noches lloraron de desesperación antes de morir? ¿Cuántas heridas coleccionaron durante su estadía? 

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El campo, ahora un memorial-museo, está desarrollado con un gusto exquisito, que casi incomoda pero que uno agradece. No se lucen uniformes, más que unos cuantos de los prisioneros y tan sólo uno de los SA del partido nacionalsocialista. Se relata la historia como se debe, sin triunfalismos (al menos en la parte no influida por los soviéticos) y sin exageraciones. Fotografías, historias, artículos personales, tanto de prisioneros como de soldados nos recuerdan que fueron reales, que se trataba de personas y estimula a la fantasía de que la propia navaja de afeitar bien podría encontrarse ahí, con todas las historias que hay detrás de una simple navaja de afeitar.

El dolor consume en un lugar como este y está bien que así sea; sentir los fríos muros, los pisos y afuera de los edificios las ventiscas heladas que aún con una buena chaqueta permean en el cuerpo erizando el alma y cortando la piel, todo nos recuerda el sufrimiento y con ello que el extremismo es peligroso y de que ahí lo humano se consume y acelera la patética degradación.

Ante todo esto, de lo que sólo pronuncio un esbozo, pues cosas deben quedar en la intimidad de la experiencia, me encontré con un espectáculo particularmente horrendo, casi tan nauseabundo como la propaganda nazi expuesta ahí: el recinto se ha vuelto un lugar de chacoteo, deja de ser un memorial para convertirse en el escenario perfecto para presunciones futuras y fotografías venideras. Las selfies no se dejan esperar, con los uniformes de los prisioneros, en los baños, jóvenes que se acomodan en las letrinas para realizar una toma “graciosa”, los caminos se pervierten y se pisan áreas que están destinadas a servir de honrosa memoria. El memorial ha dejado de serlo para convertirse en un simple tablón con un escenario pintado y dos agujeros para que uno meta la cabeza dentro y tomen la foto.

Finalmente un lugar es lo que hacen de él sus visitantes. En Sachsenhausen no hay souvenirs, gracias a Dios, pero no faltó la turista española que insistente preguntó por ellos; hay libros, empolvados y nuevos en las estanterías, pues el turista actual busca presunciones, se place en el ilusorio campo de lo imaginario. La imagen prevalece sobre la experiencia y el pensamiento, aquello que podría dar pie a la reflexión de los miles de turistas que acuden por año al Campo se vuelve tan sólo una árida fotografía en selfie de un par de jóvenes que no comprende la magnitud de lo que ahí ocurrió. Ante ello el pronóstico es adverso, queda claro por qué la derecha ignorante está tomando las curules y las sillas presidenciales en Europa y en el mundo; la reflexión por los extremos se cae a pedazos cuando lo valioso es perpetuar la imagen de goce permanente de los sujetos.
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La línea de vergüenza ética se ha desdibujado con los objetivos posmodernos de lucimiento personal,  el aire de Sachsenhausen vuelve a tener aroma de podredumbre humana… 

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La barriga de Gaga: crítica a la crítica.

2/6/2017

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Por: Hugo Toro.
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Me sorprendió el impacto mediático que generó la, aparentemente, apabullante barriga de “Lady Gaga” luego de su presentación en el Súper Bowl de este año. Las críticas llovieron como alfileres sobre la reconocida artista pop; más allá del cuestionable exceso de luces en el escenario, de la superflua (hilarante) “proclama” anti-racismo y las mediocres coreografías (hay que reconocerlo), las críticas giraron predominantemente alrededor de una barriga. Una barriga desbordada en un atuendo que “no era el adecuado” y que fue la invitación más abierta al linchamiento en redes sociales.
​
El espectáculo me gustó, debo reconocerlo, ¿se pueden hacer cosas mejores? No se permitan contestar con psicóticas respuestas de ‘performance’ y artistas de alta cultura que podrían haber ejecutado presentaciones infinitamente mejores, la realidad es una y nos cobija: la intención es comercial. Por más que deseemos que en esos quince minutos se presente Marina Abramović o el hermoso en su ejecución, Petr Andreevich Pavlenski, no es así y jamás lo será. El súper tazón es uno y difícilmente saldrá de su esquema. Me gustó el espectáculo de Gaga porque no pretendo que sea otra cosa, porque no le exijo la complejidad suprema de aquello que en su esencia no es (y lo que en su esencia es así, no podría ser de otra manera).

Si se dice que aún tratándose de un espectáculo popular no se llevó a cabo una ejecución adecuada estamos en terreno más fértil para la crítica, pero si la crítica desemboca en la barriga de Gaga, estamos en el estéril estereotipo de la posmodernidad.

No se confundan, lo que aquí declaro no es poca cosa y lo voy a revelar. El sentido de la crítica por la barriga no es más que, a mi gusto, la representación más clara del incentivo posmoderno, capitalista, de la mira hacia la perfección. Gaga falló, no por su ejecución (que fue medianamente buena en comparación a las presentaciones de medio tiempo recientes que la antecedieron), sino por no cumplir con el canon estético de una era que se ahoga de perfecciones sin sentido.

¡¿Cómo ha de ser posible que quien no luce en la perfección del producto estético se presente en el súper tazón?!

El escándalo por una barriga es uno y nos decodifica, nos denuncia y nos devela. Estamos aquí, en el Tiempo donde las barrigas son importantes y quien la tenga no lo es. Hemos llegado al momento cumbre de la sociedad de consumo, donde las maniobras del espectáculo se han petrificado para convertirse en ruinosas estatuas de sal, descomponiéndose a la erosión del oleaje de las críticas que ella misma alimentó.

La barriga de Gaga es una y nosotros otra, si fue cuestionable lo somos nosotros también, porque ya no sabemos distinguir las clases de cultura, porque ya no sabemos distinguir la estética y porque el valor por el canon de la belleza nos ha convertido en los perseguidores de un ideal del que ni siquiera somos herederos legítimos…

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Bowie: la trascendencia de lo diferente.  

4/1/2016

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POR:
ARTURO ESPINOSA CABALLERO
V. H. TORO SALAZAR

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"Siempre he tenido una necesidad
​repulsiva de ser algo más que un humano"
(David Bowie)

Dentro del canon musical de los últimos años y en la cultura pop que ha impregnado la vida cotidiana desde los años 70s, ninguna voz se ha escuchado con tanto estruendo y con tanta constancia y permanencia que la de nuestro, ahora desaparecido en este plano, David Bowie. Marcado desde lo físico por lo diferente, con una mirada que invitaba al pensamiento y al arrojo sobre el abismo de su ser, Bowie no sólo consolidaba un referente musical que revolucionaba la música, la moda, el arte en general, sino todo un estilo de posicionarse frente a la vida y frente a la creación artística.

       A lo largo de la vida artística de Bowie, que la humanidad debe celebrar sin olvidar un agradecimiento velado por la memoria permanente de su obra, varios de nuestros artistas favoritos llegaron a hacer al menos un cover, muchos incluso más de uno, de este tal Bowie. Esta realidad musical de las últimas cuatro décadas provocó que Bowie atravesara los tiempos y llegara a nuestros oídos, los oídos de generaciones que en lo común no tendrían por qué conocerlo. Naturalmente, al escucharle fue instantáneo el deseo de haberlo conocido desde antes, de haber podido ver sus cambios mientras pasaban, nos referimos a como se reinventaba de un álbum al siguiente. Cuando pensamos en escribir este artículo sobre Bowie trazamos la línea de la dirección de nuestras palabras justo a lo que Bowie representaba, el cambio, la trasmudación y la posición que implicaba una no posición, sino un camino continuo; al sentarnos a reflexionar sobre la obra de Bowie, Arturo no pudo dejar de esbozar: “Algo que me parece sumamente necesario para cada artista es  que entre más facetas tengamos más le podemos enseñar al mundo, más lo podemos maravillar, pero sobre todo… cambiar.” Lección aprendida a través de la escucha del arte de Bowie.

       Han pasado ya cuarenta años desde que Bowie comenzó a formar parte de la cultura popular, y al abrir este año, los desplegados anunciaban la inminente noticia de un deceso insospechado e incomprensible: “Muere David Bowie a los 69 años”, “David Bowie murió de cáncer de hígado y sufrió seis ataques al corazón en los últimos años”, y otros titulares por el estilo anunciaban el suceso del pasado 10 de enero.

     Al leerlos, la posición de muchos fue permanecer inconsolables, suscitó en otros tantos una indiferencia de la que se arrepentirían si comprendieran el legado musical, artístico y filosófico del gran David Bowie… No quedaba mucho más que hacer, la posición más auténtica tratándose de Bowie era preguntarnos: “¿De qué hablan? David Bowie es inmortal.” Podría sonar soberanamente cursi lo que planteamos aquí, pero lo pensamos como un hecho categórico, muchos podrían cuestionar el lugar desde el que fue dicho esto, el lugar de dos admiradores que se niegan a aceptar la pérdida; la primera fase del duelo: la negación. Tal vez todo depende de cómo uno percibe la muerte.

      Para nosotros, y estamos seguros de  que para muchos más también, David Robert Jones no falleció,  sino que se fue a otro planeta, tal vez al suyo, o tal vez a uno nuevo, a hacer lo mismo que hizo con el nuestro: revolucionarlo;  por lo que no hay que estar tristes, ni padecer el sufrimiento de la ausencia sino todo lo contrario.

       No podemos negarlo, David Bowie ha permeado en la realidad cultural actual y por lo tanto en todas las generaciones que venerando a la poco genial, en comparación a nuestro artista, Lady Gaga por su grito por lo diferente no sospechan que su antecedente, y el de muchos otros, ha sido Bowie. Bowie llega directa o indirectamente a todos los planos de la actualidad y los sigue redefiniendo, justamente la revolución de lo diferente principio a través de lo cual se vive la actualidad.

       Las pasadas épocas musicales tuvieron a grandes músicos como Bach o Beethoven, nosotros tuvimos a Bowie, el camaleón. Él ha influenciado y seguirá influenciando a infinidad de artistas, no sólo a hacer música sino a revolucionar cualquier tipo de arte. Pero no todo es arte en esta vida, su legado trasciende la música y el arte y nos enseña una forma de experiencia que se consolida en la autenticidad del ser. Su herencia más trascendental a la humanidad es que aprendamos a aceptarnos tal y como somos, en el plano de la natural y permanente imperfección humana,  el aliviador descanso de no tener que ser como los demás para ser feliz, o para triunfar. Que ser diferente es bueno…
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La última batalla adolescente.

3/20/2016

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POR: V. H. TORO
Cuadro


​“El adolescente realiza tres duelos fundamentales: el duelo por el cuerpo infantil perdido, base biológica de la adolescencia […], el duelo por el rol y la identidad infantiles, que lo obliga a una renuncia de la dependencia  y a una aceptación de responsabilidades que muchas veces desconoce y el duelo por los padres de la infancia…” (Aberastury y Knobel, 1988)

​Lo anterior fue dicho hace casi treinta años, hoy debemos agregar un duelo más: el duelo de lo posible forzado. Éste escrito verá en sus líneas la declaración que fundamenta que todo adolescente y púber en la actualidad se enfrenta a una imposición, como el esclavo al que se le era forzado a realizar la imposibilidad de las pirámides de Guiza, así igual el mundo moderno ejecuta sobre sus jóvenes la imposición de un futuro venidero prometedor, que pocas veces llega (al nivel que les es prometido y exigido llegar) y cuya condición (porque, como todo en lo social, no es gratuito) será una exigencia perpetuada sobre el profesionalismo y la labor productiva. La gran utopía de bienestar será solamente para aquellos que cumplan con los requerimientos exigidos para el “éxito”, éxito que se contempla a lo lejos como la abundancia de recursos materiales y cuya mira y satisfacción siempre serán insostenibles; el así llamado “mito de Sísifo” queda corto en comparación a la exigencia contemporánea sobre el joven, quien pudiendo llegar a lo que se les exigido (una carrera, por ejemplo) no hace más que arribar a otro nivel de exigencia que les impuesto la mayor de las veces, no que se es autoimpuesto, por el Otro, que ahora le exige categóricamente “haz la maestría, la licenciatura ya no basta en éstos tiempos”, como si la bastedad fuera algo tangible y claro, como si el límite de lo que basta fuera una realidad que el Otro esté dispuesto a aceptar, no es así, por el contrario yendo cualquier joven a la proximidad del límite que le fue asignado se sorprenderá al encontrar una exigencia más que ha duplicado los límites de la exigencia original. Por no decir que el sistema actual genera las condiciones para que la exigencia sea “válida”, la obtención de trabajo vendrá dotada de una selección por títulos, no por capacidades, y la exigencia de consumo tendrá como contraparte la necesidad de un empleo mejor remunerado, solo conseguible con las condiciones anteriormente planteadas.

            El adolescente, el púber, ya no se enfrenta solamente a un duelo biológico (por la renuncia al cuerpo infantil), o a un duelo por el rol (por su lugar y posición de ser dependiente), o más aún, a un duelo por la figura de los padres que ahora ya no son los ideales, como Aberastury dirá, atinadamente, en 1988; no sólo es devenir en otra cosa de lo que se era, en la actualidad el asunto es abandonar lo que se era para cumplir con algo que se nos comienza a exigir, ahora a todos éstos duelos se le debe agregar otro más, el de la exigencia social que promueve un desarrollo de vida acelerado basado en el consumo permanente de insumos que rápidamente son sustituidos por sus versiones más novedosas (Apple, claro ejemplo de ello) y cuya obtención solo puede venir de una acumulación de riqueza que le garantice al sujeto una mayor capacidad adquisitiva de ésos elementos que “proveen la felicidad” anhelada por el sujeto que ni siquiera llega a comprender que a ésa felicidad lo han hecho renunciar desde mucho tiempo atrás. Los índices de depresión en los jóvenes bien podrían ser un indicador de ésta realidad en la que forzosamente se es exigido permanentemente, no me atrevo a afirmarlo, quién sabe; igualmente, los devaneos cada vez más desmedidos pudieran ser un grito, un síntoma de lo que sucede a nivel del individuo adolescente. No es ésto una generalidad ni una ley universal, es algo que ocurre en algunos lugares, no se me tache de generalizador y mucho menos de querer imponer una verdad a todos los casos, una vez más, quién sabe. 

             El valor del joven, adolescente o púber, está en su nivel y capacidad productiva, ya no más en la vuelta de un hombre, poco importa la ontología del devenir infante-hombre porque de lo que se trata es de la productividad personal que me permita formar parte de éste todo que se auto-legitima como el “Todo Auténtico” o el “Todo de la autenticidad” previendo entonces que cualquier sujeto ajeno o encontrado fuera de ése Todo social será irremediablemente un mediocre, un mequetrefe sin escrúpulos, criticable por lo demás por haber renunciado a la “brillante y prometedora” carrera profesional que le garantizaba el discurso de la felicidad consumista, o de consumo mejor dicho, por una autonomía que en todo desconoce al “Leviatán posmoderno”, cuya regulación de los individuos viene velada por la autoafirmación de la pertenencia de éste modelo de existencia basado en el consumo, nos encontramos por lo tanto frente al monstruo Leviatán transformado en una maquinaria narcisista de autosatisfacción que exige al niño, desear; que exige al joven, “llegar lejos”; que exige al trabajador, adquirir. Será el fenómeno “Ni-ni” un reflejo de un síntoma convulso de la juventud que clama por su autolegitimidad ontológica.
     
          Que no se confundan mis lectores como si mi pluma estuviera ajena y en contra del “llegar lejos” como meta personal, por el contrario me opongo a que ése “llegar lejos” sea indiferente a la satisfacción del ente en cuanto a su autonomía, en cuanto a su ser en ésta vida, me opongo a que el “llegar lejos” sea una meta estandarizada para todos, como si mi “llegar lejos” fuera el mismo que el suyo, querido lector, y como si tuviéramos que compartir las vías de acceso a ése mítico lugar; si bien, el sujeto siempre estará incompleto, más incompleto se encuentra con la frágil cáscara de huevo en la que se le mete para portar como estandarte los valores de un consumo al que irremediablemente jamás accederá por completo pero al que se le promete ése acceso de completud.

           El joven debe plantearse así mismo su camino, camino que devendrá el adecuado a sus propias capacidades, no deberá venir impuesto por una sociedad que le exige lo que no quiere y le promete lo que no ha de cumplir. Estoy hablando aquí de ontología no de derecho, mucho menos de ética, lo que sí le es exigible a cualquier sujeto y a lo que se le debe introducir. En este panorama lo que la posmodernidad, el consumo y la producción imparables,  le hacen a nuestros jóvenes no es más que la manifestación más clara de un genocidio ontológico que nos ha de deparar “zombies”, mejor digamos autómatas que se ignoran así mismos para cumplir su capricho (el capricho del "monstruo social", disfrazado del propio capricho) de “ser” y de “valer” en una era donde solo se vale y solo se es cuando se cumple y se satisface al monstruoso Leviatán, donde elijo lo que me depare el favor del gran monstruo (“elijo medicina porque los médicos ganan bien”, “seré economista, porque a ellos les pagan muy bien”, se escucha en cada preparatoria, en lo mayoritario al menos, lejos quedaron las épocas de elegir carrera por gusto, al menos) frente a la posibilidad impuesta ("Haz de lo posible que te exijo tu realidad"), que le ha de deparar a todo joven que se enfrente tortuosamente a ella. El duelo es claro: "me he renunciado para ser justo lo que el sistema social quiere que sea"; un nuevo obstáculo en la adolescencia actual, al que pocas veces se le dejan alternativas en un diálogo "sí o sí", que si bien ha estado presente a lo largo del tiempo (las disputas del adolescente con el sistema le son propias a la etapa), ahora no se escatima en volver dicho obstáculo lo más fuerte posible y, debo insistir, infranqueable: operas como parte de mí o simplemente no sobrevives. ¿Hay un modo de proceder distinto? ¿Qué se puede hacer? ¿Cómo conjugar el desarrollo personal y la supervivencia en un sistema que exige ser parte de su "modus operandi"? ¿Es posible tan siquiera hacerlo?, las preguntas son planteadas, las respuestas habrá que pensarlas...
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