Entre la obediencia y el desafío: una aproximación subjetiva al análisis del 'Hombre de las ratas'.4/8/2016 POR: GUADALUPE VÁZQUEZ “No solo yo, Pamela soy un ser partido por la mitad y separado, también tú lo eres y todos. Ahora tengo una fraternidad que antes, entero, no conocía: con todas las mutilaciones y carencias del mundo” (p. 69). Italo Calvino, El Vizconde demediado. El vizconde Medardo, herido en la guerra contra los turcos se ve escindido en dos mitades: una de ellas desafiante, sádica y voraz; la otra mansa cual cordero, llena de buena voluntad, quizá demasiada. Ni una ni otra mitad logran hacer, como es lógico, un hombre completo. Esto nos narra la ágil pluma de Calvino, quien al final concluye que la experiencia de ambas mitades refundidas y conciliadas nuevamente en una, hacen de Medardo un sujeto sabio y feliz. Esta clase de ambivalencia, de tirante lucha entre “el bien y el mal”, entre el odio y el amor, que leemos en el personaje de Calvino, puede observarse en los caracteres generales de los neuróticos obsesivos. Es Freud quien recoge y abunda en los síntomas y la génesis de esta patología, cuando, con maestría, nos hace el relato de Ernst Lanzer o “el hombre de las ratas”, un joven abogado que acudió a su consulta abrumado por sus obsesiones. Freud narra con detalle la historia clínica y desarrollo de un tratamiento que se prolongó por nueve meses y que presume ser unos de sus mejores casos, tanto por los resultados de la cura analítica como por el rigor lógico con el que lo estructuró. Cuando Ernst visita a Freud, en octubre de 1907, lo hace tras leer “Psicopatología de la vida cotidiana”, sin embargo, hay un motivo ulterior, desea la connivencia del médico para poder llevar a cabo un complejo tramado de acciones, que pronto se descubren como una suerte de “ensalmos” destinados a aliviar la ansiedad producto de sus pensamientos obsesivos. En estas representaciones mentales, el joven, sufría con la idea de que su padre- ya muerto entonces- y la mujer amada pudieran ser sometidos a una atroz tortura en la que ratas serían introducidas por sus anos para roerlos, a menos que él lograra saldar una deuda de un modo muy específico y a todas luces irracional. Imaginemos la sorpresa de Freud, cuando en el relato del tormento, halla en la ambigua expresión facial de Ernst, el “…horror ante su placer, ignorado [unbekennen] por él mismo” (p. 133). Aún y cuando es disuadido por Freud de llevar a cabo las rocambolescas exigencias de su obsesión, Ernst Lanzer continúa desgranando su historia bajo la escucha atenta de Herr Doktor. Revela sin tapujos sus tempranas y turbadoras experiencias sexuales, algunas a merced de sus institutrices. Sus evocaciones están desprovistas de afecto, de emoción, se sabe entonces que, aún de forma ineficaz, la represión tuvo lugar. Reconstruye una infancia plagada de impulsos sexuales e impulsos hostiles. Un despliegue temprano de la enfermedad, donde se anudaban a partes iguales el deseo y la culpa. Al inventario de síntomas del pequeño Ernst se añadía “una formación delirante de raro contenido”(p.131), en ella albergaba la idea de que sus padres conocerían la naturaleza de sus pensamientos. Es justo este padre, de fantaseados dotes telepáticos, quien habría de erigirse como el perturbador su prematura sexualidad, y por esta vía como objeto de su hostilidad. : “si yo tengo el deseo de ver desnuda a una mujer, mi padre tiene que morir” (p.131). Este mecanismo se extendió a lo largo de la primera juventud de Ernst, donde cada moción hostil engendraba sentimientos de culpa, que se traducían en impulsos suicidas, prohibiciones y acciones obsesivas. Una danza en dos tiempos, uno para el odio y otro para cancelar el odio en un aparente acto de amor. ¿Cómo sucedió esto? A partir del material brindado por su paciente, Freud ubica la génesis del conflicto neurótico en los deseos y la actividad sexual infantil, haciendo especial hincapié en la masturbación. Infiere que el padre castigó con severidad alguna conducta masturbatoria, dando lugar a un odio y un temor perenne en el hijo, que a merced de la paradoja obsesiva, sentía a la par un profundo amor. Esto era inconciente, y era asimismo infantil. Freud nos demuestra que la infancia no se abandona, permanece anidando en nuestra psiquis, y con ella sus inclinaciones, deseos, temores y esa condición de omnipotencia, que rige también a los caracteres obsesivos. El Hombre de las Ratas de Freud, es también, retomando a Calvino, el hombre demediado: niño y adulto a la vez, ama y odia a su padre, ama y odia a Gisele, quien sería años después su esposa; todas sus relaciones están traspasadas por este equívoco. Se somete obediente a la orden del padre y de allí nace un odio que lo invita al desafío. De este trashumar entre el amor y el odio, se alimenta la ambivalencia del paciente obsesivo, de ahí también sus dudas, una duda que permea todo y se desplaza a menudo sobre asuntos irrelevantes y que, trabajosamente, busca compensar la compulsión. Como un afanoso arqueólogo, Freud desentierra los recuerdos del paciente, preservados por capas de olvido y afectos desplazados. Va uniendo, con impasible objetividad, todas las piezas; las hace encajar a través de palabras, omisiones y de los vestigios que dejan los sueños. De la resistencia inicial de “el hombre de las ratas”, recoge el contenido transferencial, a menudo sexual, sádico, cargado de hostilidad hacia el propio Freud y su familia y lo reorienta con amabilidad hacia ese primer objetivo del análisis: la cura por la palabra. Schiller, el poeta alemán, escribió “La palabra es libre; la acción es muda; la obediencia ciega” (p.27). Freud, heredero de una época y con ella heredero de Schiller, halló en la palabra libre una manera de exorcizar el pesar, de seguir el hilo de una conversación con el propio pensamiento, y más allá incluso: un hilo trenzado de palabras que conduce, como a Teseo, al centro mismo del laberinto; al lugar donde duerme el minotauro, el hombre bestia, la mitad vil del hombre demediado, al que no queremos decapitar si no comprender, aprehender, invitar a ser uno completo con aquella otra parte de sí, que lo espera al borde mismo de la conciencia. Bibliografía. Calvino, Italo. El vizconde demediado (1952). Madrid: Siruela. Colección Biblioteca Calvino 4. Ernst Lanzer. (s.f.). En Wikipedia. Recuperado el 11 de mayo de 2015 de http://es.wikipedia.org/wiki/Ernst_Lanzer Freud, Sigmund. Obras completas de Sigmund Freud. Volumen X. A propósito de un caso de neurosis obsesiva (1909). Buenos Aires: Amorrortu editores. Freud, Sigmund. Obras completas de Sigmund Freud. Volumen VI. Psicopatología de la vida cotidiana (1901). Buenos Aires: Amorrortu editores. Magritte, René. Lautréamont [ilustración] (1948). Les chants de Maldoror. Bruxelles, La Boétie. Recuperado de: http://livresraresetanciens.com/index.php?title=DUCASSE%2C_Isidore_(Comte_de_Lautr%C3%A9amont)._MAGRITTE%2C_Ren%C3%A9_(ill.)._Les_chants_de_Maldoror._1948._Bruxelles%2C_La_Bo%C3%A9tie. Meltzer, D. The Rat Man (Obssesional Neurosis) (1978). Londres: Kleininan Development Karnach Books. Rivera García, A. Schiller, arte y política (2010). España: Universidad de Murcia, Servicio de Publicaciones. Schiller, Friederich. Sämtliche Werke (3-4) (1869). Stuttgart: Verlag der J. G. Cotta'schen Buchhandlung.
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