Por: Guadalupe Vázquez Se habla a menudo de los miedos del terapeuta, si es principiante se apunta a temas técnicos: cómo iniciar y terminar la sesión, cómo tasar los honorarios o el resquemor ante su capacidad de “ayudar”– o no– a su paciente. Se omiten, sin embargo, aquellos miedos con los que resulta mucho más complejo lidiar, por ejemplo: el paciente que se excita sexualmente durante las sesiones o nos trae contenido sexual muy explícito -transferencia erótica mediante; los que exhiben una carga fuerte de hostilidad y violencia; aquellos donde la enfermedad grave y la muerte están en juego, y ni qué decir del temor respecto a los pacientes con potencial suicida. Son temas que en la mayoría de los entornos resultan tabú, los precede el estigma. La prudencia del terapeuta puede resultar en cobardía, y al amparo del silencio el dolor y la violencia pueden medrar. ¡No pienses en un elefante blanco! Imposible no pensarlo. Cuando algo radicalmente importante se omite y no es hablado no sólo no se olvida, sino que se dota de una cualidad omnipresente, se convierte en el sustrato de toda narrativa vital, constituyéndose en el ruido de fondo, en la voz que por no escuchada repite su súplica. Tomemos como metáfora a las leyes prohibicionistas. La prohibición tiene a menudo efectos contrarios a lo que se persigue. Prohibir el aborto no disminuye la estadística, según datos de Amnistía Internacional y el Instituto Guttmacher –organización norteamericana sin ánimo de lucro–, la tasa de abortos es de 37 por 1.000 mujeres en los países que prohíben el aborto totalmente o lo permiten sólo en caso de riesgo para la vida de la mujer y de 34 por 1.000 mujeres en aquellos países que lo permiten de manera más amplia o irrestricta. Del mismo modo, la prohibición en la educación sexual resulta en mayores transgresiones y en su ocultación. Privar de información oportuna esencial para la salud, es siempre causa de mayores males, que los que la prohibición, en apariencia, logra prevenir. Una paciente habla de su cónyuge enfermo de cáncer, detalla los procedimientos médicos, el cansancio, la hostilidad por verse arrastrada a un trabajo de cuidados que parece no tener fin. Habla de muchas cosas pero omite lo esencial, hablar de ese elefante pálido que se pasea por el consultorio, barrita iracundo, tira libros y caga sobre la alfombra. Ese elefante es el miedo a la muerte de su pareja. ¿Qué sucede si el terapeuta no lo aborda, sea porque elige no verlo o porque viéndolo teme señalarlo? ¿Cómo contener el miedo, la ansiedad de su paciente, sin atreverse a formular la pregunta o más osado aún, poner sobre la mesa la posibilidad de que eso ocurra? De igual manera con un paciente deprimido que asevera no querer vivir, ¿quiere matarse realmente o no quiere vivir bajo las condiciones en las que está viviendo? ¿Tiene rasgos melancólicos o maníaco-depresivos? Hay que indagar estos aspectos y si se ha presentado ideación suicida. Cómo sino hacer un llamado a la vida y si cabe, alertar a familiares y amigos o generar un dispositivo de intervención, ya sea por medio de un acompañante terapéutico o en casos más graves una internación. Hay que poder hablar del suicidio sin temor. El miedo al efecto Werther aún ronda a muchos terapeutas. Este fenómeno, bautizado así por el sociólogo David Phillips en 1974, alude a la novela corta de Goethe, en la que se relatan las penas de un joven enamorado que acaba por suicidarse. El alcance del libro fue tal que según se cuenta muchos jóvenes, imitando quizá al protagonista, se suicidaron de formas análogas, por esta razón la novela llegó a prohibirse en algunos países. Phillips encontró que tras la publicación en prensa de la noticia de algún suicidio la tasa de suicidios se elevaba al poco tiempo. Ahora las noticias sobre los suicidios se publican omitiendo algunas informaciones, se utiliza en su redacción cierto cariz disuasorio, y en ocasiones se publica conjuntamente la línea telefónica de prevención al suicidio. Puede hablarse de ello, debemos hacerlo, el punto es cómo se aborda. ¿Y qué pasa cuándo un terapeuta nos revela que debe hacer cierta devolución a su paciente pero teme su reacción, su potencial enfado u hostilidad? Habrá que encontrar el momento, el timing es importante, no sólo se trata de qué decir sino cuándo decirlo; adelantar una interpretación puede ser catastrófico, pero llegar tarde o no hacerlo nunca puede ser aún peor. Abunda hoy en día esa apología de la felicidad a ultranza, que niega la hostilidad o del impulso agresivo connatural al ser humano. Happy flowers y meditaciones edulcoradas, el espejismo y la promesa de un bienestar sostenido, el Shangri-La de la “salud mental”. Todo eso está abocado al fracaso o a mantener un delirio omnipotente de completud y desapego; el palimpsesto que borra las emociones que considera poco dignas, sean la tristeza, la envidia o el miedo. Algunos procesos terapéuticos se fundamentan en esas premisas, fundando una nueva alienación en el sujeto que se ve condenado a la sonrisa perpetua, a la beatitud a prueba de todo, algo que se parece mucho más a la renegación que a una “cura”. Los mercaderes de la felicidad llenan sus bolsillos, algunos con cinismo y otros plenamente convencidos de su método. Desconfiemos de la promesa que apuesta por mutilar parte de la experiencia humana. No podemos eliminar todo aquello doloroso o difícil que viene aparejado a la existencia, con suerte podremos acompañar al otro en su construcción de sentido y en el ejercicio de fortalecer su capacidad de sostenerse sin derrumbarse cuando algún fenómeno avasalla l subjetividad. Que no nos arredre que haya diez, mil o un millón de personas participando de ese delirio compartido que asume que la felicidad está siempre al alcance de nuestra voluntad, recordemos al niño que pudo señalar al rey y decir ¡El rey está desnudo! Si en nuestra consulta se pasea un elefante blanco, estamos obligados a señalarlo.
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Por: Hugo Toro.
Por: Hugo Toro Pronunciado: Sábado 17 de julio de 2021, 18:00 hrs., en el Instituto Clínica Psicoanalítica. Me encuentro ante ustedes con desbordada alegría, pues considero que todo cierre guarda, detrás del semblante de la separación la agudeza de un símbolo que permite que hablemos de las implicaciones de los recibido. Estoy pues, entre ustedes para hacer cuestión y abrir el surco sobre eso que han recibido este año como parte de su formación, lo esencial de esta no es la transitoriedad del acto en sí, sino más bien sus consecuencias. Es decir, lo importante es aquello que tomando en sus manos harán con todo lo que aprendieron. No es casual que esta charla se titule “Hacer acto de verdad”, pues con esto quiero dar a entender lo que en el quehacer psicoanalítico embarga nuestra práctica. Nuestra ética. Hacer acto “de verdad” quiere decir, en dos sentidos, dar paso a que la verdad surja, o sea hacer un acto de verdad; y por otro lado, hacer que algo pase, es decir, hacer que el acto sea verdadero. El juego de palabras nos convoca a lidiar con verdades inacabadas, por lo tanto, hoy que es día noble para ustedes, de nuevo por sus implicaciones, es importante que consideren que la verdad toda no puede ser dicha, como en algún momento nos sugiere Lacan. Si le apostamos a la verdad, debemos reconocer que no es LA verdad, con mayúsculas, sino la verdad de cada sujeto, la verdad del encuentro de uno con uno, del analizante consigo mismo y del analizante consigo mismo en compañía del semblante del analista. Es pues nuestra práctica un lugar de avanzada, un lugar de conquista de sí mismo, un espacio donde ustedes comenzarán a jugar una serie de condiciones que prefiguran una ética: un deseo de la verdad. Nuestra ética, es decir, nuestro quehacer, nos dirige a buscar siempre un espacio para dar cuenta del sentido oculto, del deslizamiento del significante, las transformaciones beta y alfa, de los objetos internos, de las pulsiones y de los representantes representativos, así como la puesta en acto de un espacio transicional que posibilite el juego del análisis. No descartemos ser políglotas, estamos llamados en la clínica contemporánea a ser políglotas teóricos, hablemos freudiano, kleiniano, lacaniano, winnicottiano, bioniano, meltzeriano, pero convoquemos nuestro propio deseo a hablar estos “idiomas” bien, apuntando a hablarlo en nivel nativo. La realidad de nuestra época, les obligará en lo sucesivo a tomar en cuenta todas las escuelas para poder tomar en cuenta, o mejor tomar en análisis a todos los sujetos. Es una tarea titánica e inacabada, así como Leonardo llevaba consigo su obra maestra y la que nunca terminó, La Mona Lisa, así los invito a ustedes a llevar consigo siempre un deseo de saber, que sea siempre una pintura que no se termina de realizar pero que justo en su construcción permanente encuentra a la vez la maestría que la caracteriza. Sean artistas de su propia comprensión y nunca caigan en el espejismo de haber logrado la perfección de la técnica, busquen llevarse más allá de lo conocido de las fronteras del saber y perpetúen ese respeto por la verdad que implica el saber que no toda puede ser contenida. Convoco a nuestro encuentro a un gran analista, Serge Leclaire quien señala en “Escritos para el psicoanálisis I: Moradas de otra parte”, lo siguiente: “El psicoanálisis nos curará tal vez un día de la plaga de los que comprendieron para siempre, de los que saben, íntimos de una verdad a su medida, mensurada y acotada; nos librará tal vez, por añadidura, de una variedad particularmente triste de esta especie: el psicoanalista-que-entendió-todo.” (Leclaire, 2000, p. 58) Seamos como Leclaire y no busquemos ser esa “triste especie” del psicoanalista-que-entendió-todo. Hagamos juego con el significante, pues ser seres habitados por el lenguaje nos lo permite, seamos como Leclaire, pero también seamos Le-Claire [Lo claro], ser lo claro es tener en claro cuál es nuestro lugar. No quiero aburrirlos más con esta charla, pero lo que sí quiero es felicitar sus esfuerzos e invitarlos siempre a elegir bien, como lo han hecho ya, a sus maestros; y a elegir bien desde dónde su verdad habla. Muchas gracias y muchas felicidades. Por: Hugo Toro. Conocer el mapa no anticipa lo que se habrá de encontrar en el camino. Cada elemento del psicoanálisis, del psicoanálisis teórico quiero decir, supone a su vez una revelación de un aspecto que tiene un sentido en relación o dirigido a la realidad que intenta abarcar, pero más allá de toda posibilidad no cabe duda que el resto se escapa, porque la complejidad se estructura bajo la consigna de que no todo está ligado y de que en ocasiones las ligaduras que existen son frágiles. En “Deseo y saber en psicoanálisis” (2020) intenté hacer una breve vinculación entre la Teoría del Caos y la comprensión del inconsciente justo para prevenir de los vicios que se impregnan en la práctica que conciben desde cierta dimensión prejuiciada y prejuiciosa la realidad a la que se enfrenta el analista; es peligroso ir viendo el mapa y dejar de ver el camino. En su momento escribí: “Esencialmente, la propuesta de Prigogine que apunta a una cuenta de los sistemas inestables asume que, en realidad, el saber humano alrededor de estos sistemas únicamente puede incorporarse a partir de pronósticos probables y no de leyes determinadas, es así que utilizo su propia tesis para sostener la idea final del presente trabajo: el inconsciente es el sistema inestable por excelente. Los afectos y las pulsiones motores fundamentes del funcionamiento mental se encuentran en constante eclosión y colisión, sus cuerpos se integran y desintegran dándole vida a representaciones mentales de objetos que a su vez permiten la infraestructura del deseo inconsciente, desde ahí las rutas que ha de seguir dicho deseo para incorporarse a la escucha, es decir, para hacerse escuchar, son insospechadas; son las rutas que determinan la prevalencia de realidades ulteriores. […] la probabilidad es parte del trabajo analítico como tal, pues la certeza determina el punto ciego del sesgo de la fantasía de completud a la que el analista está obligado y conminado a renunciar.” (Toro, 2020, p. 154) El sujeto con el que trabaja el analista no es el sujeto del libro; el analista en sí mismo no se encierra en un círculo matemático sin principio ni fin y muchísimo menos en una posición de oráculo o pitonisa que revela el saber que se tiene incluso antes de ser cuestionado; el acceso al saber surge como descubrimiento arqueológico, si bien existe antes de ser revelado es requerido el encuentro para distinguir sus dimensiones y la justa realidad a la que se liga o en la que hace ligadura. Me parece que, con cierto nivel de verdad, es correcto decir que todas las escuelas posfreudianas en la efervescencia de su surgimiento y colocación en el status psicoanalítico se olvidan de los principios freudianos de comprensión y acceso al saber, desencadenando posiciones dogmáticas e ideológicas que superponen al paciente una visión específica a su realidad más plena; no nos asustemos o pensemos que peco de crítico, también eso es parte del proceso histórico de un movimiento: el maestro se idealiza para compensar la falta o la insuficiencia; sin dar cuenta que el maestro para hacer y crear dio cuenta de esa falta y esa insuficiencia, a la que le dio salida no compensando sino realizando. Ahora bien, el sentido que propongo del concepto “Sujeto de la historia”, alude a ese tipo de vicios en los que el analista se encuentra primordialmente ligado a un posicionamiento teórico al que le debe rendición de cuentas, así como el nacionalsocialista debía ver el mundo y verse en el mundo desde un cierto lugar, así los analistas de las diferentes escuelas se sientan desde un sitio para “revelar la historia” hacer sujeto de una historia ya contada. El concepto “Sujeto de la historia” anticipa una realidad que determina el hecho de que el sujeto se liga a una historia que no es la suya, es la historia que le cuentan de sí, un producto prefabricado por la teoría y de la que es muy difícil escapar si es que no se da cuenta de que se encuentra ahí; como todo sistema racional es plausible que cobre un cierto rasgo de legitimidad y de lógica, esto es, “que haga sentido”, pero el sentido no es lo que da la esencia al cambio; el sentido es el primer eslabón de saber que introduce el mito: por puro sentido bien podríamos suponer que la tierra es plana (hace sentido a simple vista), pero hace falta ir más allá no aguardar a la respuesta de primera instancia, sino constatar, eso es apenas el arranque, la apertura que se da con respecto a los otros. En el registro del Sujeto de la Historia, el sujeto es hablado por el Otro, el Otro lo cobija con un manto de significación que lo anula, le hace padecer el sentido de dicha significación que a veces le hace comodidad, el sujeto no se cuestiona y de la no cuestión brotan flores bellas pero estupefacientes. Hace falta una disrupción, la disrupción del síntoma que permita decir la verdad al tiempo que no se dice, es decir, algo debe no funcionar para que se cobre consistencia la verdad no dicha; la disrupción, lo no funcional, del engaño hace emerger una cierta coletilla de la verdad. No olvidemos la apertura de Televisión: “Yo siempre digo la verdad: no toda, porque a decirla, toda no alcanzamos. Decirla toda es imposible, materialmente: las palabras faltan para ello. Incluso por ese imposible de verdad es solitaria de lo real.” (Lacan, 2001, p. 535) No se dice toda la verdad, porque toda la verdad es la cosa-en-sí. Pero del reflejo de la verdad que se instaura en el proceso del decir equivocado, es decir, de la equivocación o, mejor, del equívoco es de donde surgirán las relaciones trascendentales con un determinado hacer, un determinado movimiento que ejecute el segundo registro: la historia del sujeto. En este segundo lugar, el sujeto da cuenta y la historia le pertenece; da cuenta siempre que haya un analista dispuesto a escuchar y menos dispuesto a hacerse escuchar. Como bien señala Hornstein (2016, p. 181): “Las depresiones” (2016, p. 181): “Ante un consultante, postulamos que es necesario para él que se torne pensable esa causa (su propia historia) a fin de poder generar un proyecto. Para ello es preciso que invista narcisísticamente su actualidad, pero también el tiempo futuro, valorizando su cambio, su alternación, ya que, a diferencia de un sujeto caracteropatizado, un sujeto en devenir sólo puede persistir tornándose otro, aceptando descubrirse distinto del que era y del que “debe devenir”.” El sujeto debe dar cuenta de su propia historia y no de la historia que lo cuenta para hacer su proyecto. El sujeto de la historia repite, la historia del sujeto rompe la cadena de la repetición. Siguiendo el esquema introducido hasta este momento me remito a otra cita del Dr. Luis Hornstein en el mismo texto (2016, p. 182): “Historizar la repetición es hacer, de la repetición, un recuerdo. Recordar desactualiza el pasado al temporalizarlo. Convertir la historia en pasado permite un futuro que no será pura repetición sino que aportará la diferencia.” En la repetición no hay tiempo porque no hay posibilidad de hacer, la repetición es un círculo perfecto e infinito que no da posibilidad de que transcurra el tiempo; la historia del sujeto solo se construye cuando este último se erige en posibilidad, toma la pluma de su historia para hacerla no para que le sea contada o dictada. La repetición es prisión de quien no hace eco de su propia vida, es lo atemorizante, lo ominoso, de la repetición; la repetición causa cierta manifestación de zozobra, inquieta en sus confines porque declara la ausencia y la clausura, solo toleramos círculos incompletos. La repetición desborda la no transicionalidad a la que aludía Winnicott, instala un nuevo espacio donde no hay lugar, donde no hay tiempo y por lo tanto experiencia subjetiva. Se es, pero no se instala la noción de ser y mucho menos de saber. La diferencia está en lo que puede el proceso analítico proveer para que la historia sea del sujeto; para que en el encuentro con el analista se vaya conceptualizando una serie de eslabones que vayan haciendo fructificar, echar a andar la cadena de eventos, viviendo el presente pero esperando el siguiente tramo en el futuro. Hacer historia no es dejar el pasado y dar vuelta a la página, es poseer la noción de que la página forma parte del conjunto del libro y sin ella se estaría incompleto, aunque por ahora ya hayamos avanzado de capítulo. Comento en el libro que anteriormente cité: “Finalmente, ante todo, el analista es una escucha, un vertedero donde puede desplegarse el desorden para luego rearmarlo y reordenarlo a la luz de una lectura que será provisoria en lo que el analizante hace suya la experiencia analítica y sus implicaciones. Quedará en él la ruta final y sus caminos, abiertos siempre. Y sin embargo, no por eso no habrá método, que se estudie un sistema inestable , caótico, como dirá Prigogine, no quiere decir que el método sea igual de inestable (…)” (Toro, 2020, p. 156) En esa apropiación de la experiencia analítica surge, eventualmente el Sujeto historizante, el sujeto capaz de hacer su historia, reescribirla y dar cuenta de ella, desde un presente vivo que no se queda en la resequedad de la nostalgia respecto al pasado que fue, y con los pies firmes para andar por las veredas que se despliegan en un futuro posible. Por supuesto que no es un sitio al que se llega o un nivel que se alcance, es un registro, una forma de registrar, un formulario que imprime la cosa para darle secuencia; digamos que el sujeto historizante no dejará de ser sujeto de la historia, ni de pasar por cierta historia del sujeto, seguirá la preconcepción, la experiencia y la concepción. O, como diría Hegel habría tres historias: historia original, historia reflexiva y la filosofía de la historia o historia filosófica. Cada una de ellas con sus funciones que van en direcciones distintas y en las que el sujeto se vuelve un flujo continuo que atraviesa diversos estados o lugares específicos que le aportan nuevas condiciones. Uno nace siendo Sujeto de la Historia, pasa a ser o hacer Historia del sujeto y se convierte en Sujeto Historizante por diversas vías y caminos; ya sea que se dé por una relación amorosa, por el proceso artístico, por el análisis o por lo que fuera el asunto es no parar de pasar, como pasa el tiempo… Por: Hugo Toro / Colaboración escrita del Dr. Héctor A. Krakov Se ofreció como parte de una supervisión con el Dr. Héctor Krakov la siguiente proposición: “Es la sesión la que informa, no el paciente y/o el analista.” Y a pesar de que esa proposición pueda parecer al inicio, en la preconcepción, un axioma, no queda más que remitirnos a su autor para descubrir que en realidad se trata de una proposición seria que en sus fundamentos y, más aún, en sus consecuencias resplandece un nudo epistemológico que hace falta aclarar, pues no del todo se tiene la directriz absoluta del modelo de pensamiento metapsicológico que le da sustento y menos aún la aproximación clínica y su práctica que le dan realidad. El título de este artículo adelanta una posición que rechaza una pura comprensión clínica y que, en conjunto, elabora una actividad psicoanalítica que posee dos brazos articulados: la comprensión y la acción, comprensión-acción ofrece un doble modelo de operación psicoanalítica en la clínica que tiende a convertirse en un espejo de las teorizaciones de los grandes modelos psicoanalíticos, sin que por ello, lo que refleja, es exactamente lo que le es puesto delante, sino quizá, y con mucha pena, lo que se encuentra antes ya en el espejo en cuestión. Con esto, me remito a lo que el autor que nos ocupa denomina “psicoanálisis aplicado”, definido por Krakov (2018, p. 117) de la siguiente manera: “Si un analista utiliza algunas de las teorías en psicoanálisis para dar cuenta de lo que el paciente despliega en sesión, estará realizando “psicoanálisis aplicado”. Es decir, aplicando teoría a un texto, como podría hacerlo con una novela o un argumento teatral, y de ese modo traducirlo al lenguaje psicoanalítico.” Si bien, la idea de psicoanálisis aplicado existe desde hace tiempo, su utilización para reflexionar sobre la actividad del analista en sesión sólo al reconozco en este autor. Ahora bien, tomando en cuenta esto, creo que se resuelve suficientemente bien para el lector que la comprensión-acción de la que hablo, derivado del pensamiento de Krakov, tiene como consecuencia la lógica que la comprensión no es aplicación de la teoría o aterrizaje de un modelo teórico a la realidad concreta de un paciente, al tiempo que la presencia del analista no es una presencia inactiva, sino que su palabra también guarda sentido de acción dentro de las sesiones con el paciente. Ahora bien, para entender la frase que nos ocupa, propongo que se le divida en tres secciones diferentes que nos pueden ayudar a desplegar la claridad de su comprensión en todo su esplendor metapsicológico. I.“Es la sesión la que informa (…)” Este primer fragmento de la proposición tiene el efecto de impactar por sus implicaciones en la comprensión de la sesión, de la actividad del analista y del lugar del paciente en sesión, debo insistir a este respecto que de lo que se trata es de un problema epistemológico toda vez que también sostiene un pilar de proposición metapsicológica, pues no debemos olvidar que la metapsicología no es más que el brazo lógico y espistemológico para trazar la ruta de la investigación del inconsciente en cada uno de nuestros analizantes. El impacto, nos viene dado porque esta frase ya involucra una puesta en escena, es decir, para revelar lo que se nos ofrece sugiero enfrentarla con la negación que encierra en sí misma: si la sesión es la que informa, no lo hace ni el analista, ni el analizante. Pero en este último punto hay que ser cautos, no lo hacen por sí mismos y desde su propio lado, es decir, ninguno de los dos posee el lugar de informar, pues sin el otro la operación es insustancial. Debemos reconocer que para que uno de los dos informe, debe haber otro, y aquel contenido de la información se despliega en el contexto de un vínculo; no existe hombre que hable al vacío, como no existe este texto si no se pretende un lector o, en el mejor de los casos, un interlocutor. Este fragmento, nos remite entonces a una realidad callada y discreta: ni el analista ni el analizante, tendrían nada que decir si no fuera por estar en mutua presencia, esto es: en sesión. Sólo la sesión informa, es la sesión la que informa cobra su forma más estructural cuando obtenemos otro pasaje del texto “¿De qué se trata?” (2018, p. 118): “Como hipótesis central de mi propuesta postulo que la tramitación psíquica se realiza en acto con otro. Me interesa remarcar que es con otro y no con un objeto, porque el objeto es definido como tal por y desde el sujeto, mientras que el otro, en su condición de real, tiene existencia propia en una dimensión diferente a la del sujeto.” Este es el nudo central de nuestra elaboración sobre el primer fragmento: la sesión ocurre en un vínculo sobre el que se instalan tres dimensiones a mi entender, la del analista, la del analizante y la de la sesión propiamente; y es justo en esta última, en el despliegue del vínculo en la sesión donde descansa la lógica de este primer fragmento. La tramitación psíquica no se da con un objeto en tanto que el objeto no es más que una emanación del fantasma del analizante, decir que la tramitación ocurre ahí sería tanto como decir que el analista no es más que una extensión de la fantasía y, como sabemos, no debemos permitirnos un lugar así en las sesiones. Por otro lado, queda claro que la propuesta que inserta al analista como otro existente desde lo real, instala una condición sine qua non no puede ocurrir el análisis en cuestión; el analista no deja de ser él mismo, al menos para sí mismo; es decir, el analista tiene que se consciente de sí, no inconsciente de sí, aunque su propio inconsciente funcione como catalizador de comprensión. Veamos, por lo demás que esta propuesta tiene su fundamento lógico en la realidad de que el paciente habla en un vínculo, no habla desde sí en un desierto vacío; siempre se habla hacia un oído que escuche, en un contexto determinado, en un día determinado, en una forma determinada, con una palabra determinada, en una acción determinada: en la sesión. Siendo así, no se nos hará raro pensar que la propuesta de que es la sesión la que informa no es descabellada y descansa en apreciaciones anteriores; el inconsciente no es inconsciente para sí, el inconsciente es inconsciente que se muestra en el vínculo con el otro, de otro modo el análisis no tendría fundamento ni valor y en todo caso todos estaríamos invitados a realizar autoanálisis. Es justo porque el inconsciente se hace enunciar en el vínculo con el otro que nuestro primer fragmento tiene todo su sentido y cobra, para la práctica en cuestión su valor y su poder. II.“(…) no el paciente” Este segundo fragmento debe ser entendido, a mi juicio, en la lógica del psicoanálisis en sí mismo; ¿no es a caso lo que el paciente no sabe lo que le lleva o le conduce al análisis?, ¿tiene los efectos de la transferencia una función de información, es decir de informar?, esto es poco probable. El hecho de que el analista pueda rastrear en su vínculo con el analizante los motivos inconscientes que se expresan en la relación no quiere decir que exista un deseo de informar, ni en lo consciente ni en lo inconsciente; siendo así, por definición no puede el analizante informar a su analista en toda la extensión de esta frase, pues no tiene consciencia de lo que en todo caso informa, informa sin saber, sin tener conocimiento de aquello que no sabiendo que sabe, sabe. El paciente, no puede informar desde sí mismo, pues aquello que desea informar es aquello que se encuentra determinado en el despliegue de una posición determinada por la repetición del paciente, en la que ubica al analista en la posición de uno de sus otros significativos, esto se da sin dar cuenta de ello y es precisamente esto lo que informa en la sesión, aquello sobre lo cual el analista debe trabajar y pensar para lograr la tramitación psíquica. Citemos: “Desde esta perspectiva, la tramitación se hará en transferencia justamente en el borde que permita diferenciar al analista en su condición de otro y no de objeto. Así, el tramitar psíquicamente puede pensarse en dos etapas. La primera se hará en acto, con el analista, mediante el decir y el hacer en sesión. Y luego, en una segunda etapa, el sentido de lo puesto en acto se podrá recuperar por el proceso del pensar.” (Krakov, 2018, p, 118) El analizante no tiene idea de aquello que se está poniendo en juego en las sesiones “El paciente desconoce no solo la escenificación del sufrimiento padecido, como lo vimos proyectivamente en el caso clínico del Dr. Roosvelt, sino que tampoco tiene conciencia de la identificación con aquel (o aquellos) con los que el sufrimiento seguí ocurriendo en él, en la vida psíquica, y que se actualizaba dramáticamente en sesión.” (Krakov, 2018, p. 128). El analizante no puede informar de aquello que no tiene ni idea, pero sí pone en juego un escenario en el que se repiten los papeles, el status y los valores de sus relaciones con los otros significativos; nuestro segundo fragmento termina de tener sentido cuando retomamos la siguiente cita: “A diferencia del psicoanálisis aplicado, considero que en las sesiones analíticas ocurren fenómenos proyectivos que son de importancia crucial tomar en consideración, razón por la cual utilizo como metáfora la idea de “carrusel” para dar cuenta del sentido dinámico de la situación clínica. Esto quiere decir que, en diferentes momentos de una sesión, así como en el análisis en su totalidad, los psicoanalistas podemos encarnar diferentes personajes que son parte del argumento que los pacientes exponen.” (Krakov, 2018, p. 123) III.“(…), y no el analista.” Llegamos así a nuestro último fragmento, el que se refiere específicamente al lugar del analista; para este fragmento primero me remitirá a mi reflexión sobre esta parte que en sí misma supone una revelación. De acuerdo a lo que hemos dicho anteriormente, el paciente no puede dar información de sí mismo, pues la información que da la da en “el decir y en el hacer” en las sesiones, en medio de una repetición de la cual no es consciente. El paciente invita al analista a subir a escena, pero esto no quiere decir que el analista sepa de antemano cuál es la obra que va a escenificar. De igual modo que en el analizante, el analista no tiene idea de qué informar, porque aquello que se informa se va cultivando con el tiempo, en el campo fértil de la relación entre ambos, antes de ello el analista no puede dar cuenta, es en un punto de inflexión donde se crea o, mejor dicho, se re-crea la escena donde se puede acceder a un elemento a partir del cual se puede dar cuenta, el analista no sabe, el analista da cuenta. Esto ya de por sí nos permite establecer una serie de relaciones importantes que nos dejan deducir una cierta aproximación a las ideas de Krakov en relación al saber del analista, que tienen su fundamento en su noción de psicoanálisis aplicado que expusimos con anterioridad y una cercanía importante a las concepciones lacanianas respecto a la Docta Ignorancia. Ahora bien, tomemos otro fragmento del texto que nos ha servido de apoyo para la comprensión de la frase: “Los analistas, en cambio, ubicados en el lugar del paciente en la dramática clínica, somos llamados a “subirnos a escena”. La finalidad implícita es “encarnar” su lugar y participación en la escena que insiste de modo repetitivo en relación a otro significativo de su vida. Y, a partir de allí, responder de una manera diferente a lo actuado por él en aquel momento.” (Krakov, 2018, p. 128) Más adelante, el autor prosigue: “La apropiación subjetiva de “este hacer distinto del analista” en el ahora transferencial, sobre una escena con personajes y argumentos de un “entonces”, sería el modo en que se van a generar fenómenos de desidentificación en el paciente y, consecuentemente, van a posibilitar una mudanza subjetiva con la que el cambio psíquico se hará posible.” El analista da cuenta cuando es invitado a jugar su papel en la representación repetitiva de la escenificación del analizante; aquella escenificación en la que puede ser el padre, la madre, el hijo, el jefe, el compañero, el hermano o incluso el mismo paciente, y de la cual este último no tiene ni idea. Finalmente, una cita que termina por determinar nuestros intentos por aclarar nuestra frase: “Por tal razón, el analista tendría una intervención específica a realizar, que excede una mera escucha. Y es lo que quise puntualizar en mis comentarios sobre los materiales clínicos. La excede porque los pacientes no pueden por sí mismos modificar su lugar en la escena de la que son parte, solo por ser escuchados. Justamente, el argumento a ser tramitado implica la participación del sujeto y del otro de la escena, ya que ambos están incluidos en la vida psíquica del paciente. La desidentificación, y con ella el cambio psíquico, requiere la intervención actualizada de los dos personajes. Con lo cual realzo el accionar puntual y específico del analista, que me lleva a sostener que la tramitación psíquica se realiza “en acto con otro”.” (Krakov, 2018, p. 129) “Es la sesión la que informa, no el paciente y/o el analista.” Un necesario prolegómeno a manera de epílogo [Lo sucesivo, es la respuesta por escrito del Dr. Héctor Krakov al texto precedente, se reproduce prescindiendo de aquellos componentes que no forman parte de la explicación y agregado principal] COMENTARIOS AL TRABAJO Creo que captó un sector clave de lo que quise exponer en el libro ¿“De qué se trata? Una respuesta posible”. Mi “respuesta posible” subraya que el cambio psíquico con psicoanálisis va a ser efecto de un proceso de desidentificación, de parte de los pacientes, de ciertas características de los “otros significativos” que los habitan. Denomino así a aquellos otros, que en el curso de la vida nos imponen subjetividad (por presencia discursiva), y nos ubican subjetivamente en la interacción con otros sujetos. Tal desidentificación será efecto de un determinado “hacer” de los analistas, tal como el título de su ponencia lo remarca. Pero para comprender dicho “hacer”, es conveniente aclarar ciertos conceptos previos. Parto del supuesto que todos portamos un sujeto en devenir, obstaculizado en su despliegue. Este sujeto en devenir es el que determina que los pacientes hagan la consulta analítica, aunque ellos mismo no lo sepan, con el anhelo de resolver lo que obstaculiza su despliegue subjetivo. Este sujeto en devenir aparecerá, en la secuencia de sesiones, como parte de los procesos analíticos inconscientes de los pacientes: lo denomino sujeto inconsciente. Es conceptualmente diferente del sujeto del inconsciente, de raigambre freudo-lacaniana, ligado a la pulsión. La precondición para el cambio psíquico se dará cuando los pacientes, en el carrusel dinámico de la clínica, nos ubiquen en el lugar que ellos tuvieron en la escena original (que se repite insistentemente como compulsión de repetición). Y pasan a ser ellos, en la escenificación transferencial, los “otros significativos”. Es en ese momento en especial donde “el hacer del analista” es crucial, mediante sus intervenciones realizativas. (John Austin. Como hacer cosas con palabras. Paidós 2003). Son las que “al mismo tiempo que dicen, hacen lo que dicen”. Favorecerán la desidentificación del paciente de la posición sujeto que tenía en la escena psíquica repetitiva con el otro, y habilitarán así una mudanza subjetiva del paciente hacia un nuevo lugar. Devendrá así el cambio psíquico. - Usted lo propuso de este modo: Su palabra también guarda un sentido de acción dentro de las sesiones con los pacientes. (pág. 1) B- ¿Por qué la que informa es la sesión? Porque el sujeto inconsciente, tanto del paciente como del analista, se activará y pondrá en juego en transferencia. Los pacientes nos “hablarán” con el decir y hacer en sesión. Frente a lo cual los analistas respondemos con nuestras ocurrencias, emociones y, en particular, con “nuestras interpretaciones”. Ese conjunto sería, desde mi perspectiva, “el material de sesión”; que requiere una compresión segunda. Es esta comprensión la que nos indica el momento y lugar para nuestras intervenciones, en escena. Felicitaciones nuevamente por la claridad en la comprensión. Y también por el esfuerzo y disposición para exponerlo en su artículo. Héctor Krakov REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Austin, John. (2003), “Cómo hacer cosas con palabras”, Ed. Paidós: Buenos Aires, Argentina. Krakov, Héctor Alberto. (2018), “¿De qué se trata? Una respuesta posible”, Ed. Waldhuter: Buenos Aires, Argentina. Por: Hugo Toro En el insondable abismo de la desesperación la huella de la completud imaginaria de los tiempos primigenios se percibe en el suelo del desesperado. Al tope de nuestra mente encontramos la mítica figura de la entidad completa, carente de falta, el gran Otro, que en sus inicios es entendido como el gran garante del falo; es la desesperación de los tiempos la que tienta con el pecado de la remisión regresiva la mente de los sujetos, erigiendo en la consideración más profunda de su psique la idea de un “salvador”, de una panacea que reúna todos los incentivos que brinden y rectifiquen el orden perturbado por el natural movimiento del sistema hacia su desintegración ominosa.
La panacea sienta sus bases en la disposición del sujeto para acogerse a algo divino, para ser partícipe de esa completud de la que se sabe exiliado; la panacea es, finalmente, todo aquel anhelo infantil por resguardarse del peligro del no-todo, de la falta. La obra que nutre esta reflexión se titula “La panacea”, del Dr. Francisco Soriano. Se trata de un óleo de gran formato pintado sobre un lienzo de 180 x 130 cm, el cual muestra al centro de la imagen a un hombre en silla de ruedas cuya mirada de silencioso grito mira hacia la infinitud de sus espectadores mientras una serie de personajes alrededor suyo ciernen desesperados, con muecas de apropiación, privación, desesperación, posesión, ira, indiferencia y cinismo. ¿No es así lo imaginario de la panacea? ¿No es cualquier panacea un hombre inválido en sus posibilidades y, sobre todo, incalculable en su potencia? Nunca será, pero lo importante de cualquier panacea no es que sea, sino que pueda llegar a ser; es la ilusión del milagro, la búsqueda permanente de un “pronto” o del “ya casi”, el aviso mesiánico que nos hace resguardar y, sobre todo, desear desesperadamente la posesión del derecho de construirlo. La panacea es un grito desesperado pero ahogado, que clama desde las raíces de la infancia primigenia, ahí donde el absolutismo de la visión maniquea de los objetos desdobla en posibilidad. El fin de la panacea es ser consumida, es autoconsumirse como se consume una estrella al final de su vida. La panacea es caníbal, como lo son también quienes la desean, quienes desean apropiarse derechos sobre ella. La panacea es todo aquello que promete, que permite vivir en la ilusión temporal de un imaginario donde la falta no está y, sobre todo, de una ilusión que ahoga bajo un pesado suelo la realidad de que también la panacea se encuentra castrada. Por: Hugo Toro Es ampliamente conocida la fórmula psicoanalítica que introduce la idea de angustia como aquello que no tiene nombre. La ausencia de “nombre” en la experiencia subjetiva amenaza desde adentro con un agujero en lo Real que trastoca la estructura, la vuelve endeble, que amenaza con alivianar hasta su derrumbamiento los cimientos de un edificio. Durante estos tiempos, el gran mito ha sido considerar toda crisis de angustia contemporánea como si tuviera el mismo nombre para todos: COVID-19. En todo esto, psicólogos, psicoanalistas, filósofos y demás pensadores o intelectuales, no han dudado en dar un nombre a la angustia colectiva, olvidando así que en realidad la angustia siempre es un proceso individual que tiene que ver con aquellos aspectos removidos o revividos en el inconsciente de cada sujeto, por lo que en teoría psicoanalítica bien pensamos como lo hacía el poeta Blake: “generalizar es ser idiota”. Cuando nos planteamos esta cuestión entonces queda en evidencia un rotundo fracaso en la escucha, una escucha que no sólo no dio nombre, sino que dio el nombre equivocado, y más allá de un otorgamiento se trató en realidad de una imposición. A las personas se les ha impuesto un nombre a su angustia, lo que a su vez resuelve y refuerza todos los mecanismos de defensa paranoides que sostienen las más diversas tesis paranoicas, no es de extrañar que haya personas que consideran que el COVID-19 es un invento, cuando en realidad el invento no es el virus sino el uso que el aparato del sistema hace en relación al sujeto. La alienación del sujeto no ha parado en los tiempos de la pandemia, por el contrario, se usa como una forma de metabolismo forzado de la angustia, la respuesta ya está dada y no hay que pensar más, mucho menos hay que perder el tiempo; la productividad no puede parar y habrá que ejecutarla de una o de otra manera. El sinsentido del ritmo toma relevancia y se alimenta de una lógica en la que no se le invita a los sujetos a pensar o a pensarse, se les obliga a comprometerse con la actividad que le es sugerida: rutinas de ejercicio, organización del trabajo, nuevas formas de trabajar, la comida, jardinería y un largo etcétera forman parte de la distopía que se está consolidando alrededor de un síntoma mundial que aqueja al individuo. En vez de preguntarse por los andamiajes inconscientes, la castración, las defensas, las fantasías persecutorias, el amor, el odio, las fantasías detrás de Zoom o de Google Meet; parecemos habernos conformado con las respuestas más evidentes cuando en realidad de lo que se trataba siempre fue de que no es el hecho o la palabra, sino sus implicaciones de lo que deberíamos habernos ocupado. Por: Hugo Toro. En el campo psicoanalítico han surgido ya varios textos vinculados o dedicados a la experiencia de la pandemia por el reciente brote de Covid-19; mucho se ha dicho alrededor de este nuevo campo, de esta rasgadura de lo Simbólico que permite acercarnos, angustiosamente por supuesto, a lo Real, un Real que nos confronta con lo corporal y con lo mortífero, aquello que por no estar alineado al lenguaje se escapa de la paz de la neurosis y concentra mecanismos de defensa severos. Pensemos en este mismo sentido, que las emanaciones sintomáticas corresponden directamente a la estructura de la que surgen: hemos visto histéricas identificándose con el Otro autoritario, histéricas victimizándose y tratando de encontrar el vínculo con el peligro, histéricas cantando e imponiendo consignas, haciéndose una con la enfermedad... Hemos visto obsesivos reteniendo, comprando sin control, desabasteciendo supermercados, estableciendo un nazismo sanitario que desespera y vuelve aún menos cómoda la vida... y finalmente hemos visto psicosis, psicosis o perversión, la línea es delgada y no se puede discernir con claridad, pues vemos gente invitando a “seguir visitando las fondas” a “seguir abrazándose”, lineamientos y conductas que se encuentran por fuera de la realidad forcluyendo los aspectos más sinceros del orden simbólico. En este breve artículo me propongo proponer una visión kleiniana que ha sido ligeramente desatendida en estas comprensiones psicoanalíticas quizá, porque el kleinismo erigido en la clínica nunca se hizo acreedor de un lugar central en lo que se refería a lo que denominamos “psicoanálisis aplicado”. Pero creo conveniente considerar algunos hechos que son relevantes no sólo para la comprensión de las personas cercanas, sino para la comprensión y acercamiento clínico con pacientes. Así pues, para comenzar creo conveniente remitirnos a la definición que da Melanie Klein en su brillante artículo de 1946 “Notas sobre algunos mecanismos esquizoides” (2009, p. 14) en relación a la ansiedad, en tal texto señala: “Sostengo que la ansiedad surge de la actuación del instinto de muerte dentro del organismo, es sentida como temor a la aniquilación (muerte) y toma la forma de temor a la persecución. El temor al impulso destructivo parece ligarse inmediatamante a un objeto, o mejor dicho es vivenciado como temor a un abrumador objeto incontrolable.” Debo aclarar que este breve parágrafo corresponde a una descripción que hace Klein sobre los primeros meses de vida en la que la cohesión del yo, para ella, no está consolidada la desintegración e integración van y vienen dependiendo de la experiencia; en ese sentido, estaríamos considerando la experiencia subjetiva del sujeto, que impregna desde los contenidos de su mente la experiencia del mundo real que a veces acomete de manera que es interpretada de modo negativa y otras tantas veces de manera que es considerada por el niño de un modo positivo, estos aspectos para los psicoanalistas kleinianos no son derivados de la experiencia como tal sino más bien de los contenidos mentales y sobre todo de la preponderancia de los aspectos vinculados al amor, al odio o a la envidia, triada kleiniana por experiencia (aunque en este artículo en el que nos basamos aún no llegamos a la envidia), así pues, el niño siente ansiedad en el momento en el que ha proyectado sus impulsos destructivos sobre un objeto que luego va a retaliar sus propios ataques, esa amenaza de destrucción deriva del hecho de que al proyectar estos elementos malos el niño se queda en vínculo con un objeto malvado y amenazador. Sin embargo, ¿no es el Covid-19 una amenaza auténticamente mortífera surgida de afuera y por lo tanto no se acopla a la fantasía sino a un hecho categóricamente real? Puede ser, sin embargo la totalidad de las eventualidades humanas puede de un modo o de otro conducir a la muerte, ¿qué pasa entonces con la experiencia subjetiva en medio de la pandemia? Klein lo señala claramente: “La necesidad vital de hacer frente a la ansiedad fuerza al yo temprano a desarrollar mecanismos y defensas fundamentales. El impulso destructivo es proyectado en parte hacia fuera (desviación del instinto de muerte) y según reo, se liga inmediatamente al objeto externo primario, el pecho de la madre.” (Klein, 2009, p. 14) Evidentemente el Coronavirus, al menos eso creo, no es una madre y si lo es es una madre fantaseada en lo inconsciente como una madre selectiva que destruye a los bebés a voluntad; siendo así como se ha planteado es natural que los pacientes y cualquier persona en general, debe preservar el Yo de la ansiedad derivada de sus propias fantasías destructivas, de autocastigo y persecución que han sido despertadas por la pandemia, la reclusión obligada y las limitaciones personales en relación a este evento epidemiológico. Así pues, frente al evento en sí y a las medidas de aislamiento, control y protección que a su vez suscitan y despiertan las fantasías inconscientes ligadas al impulso de destrucción y persecución el Yo tenderá a remitirse al mecanismo de defensa de los primeros meses: la identificación proyectiva. Podemos contemplar esta realidad clínica en la consulta diaria, los pacientes más que nunca suelen llegar con mecanismos propios de la posición esquizoparanoide, el control, triunfo y desprecio parecen posiciones subjetivas que les permiten lidiar con el dolor mental que supone la experiencia de sus problemas en lo ordinario en conjunto con la experiencia brutal del aislamiento y la sana distancia. Al mismo tiempo, las fantasías son variadas y aún en casos neuróticos pueden llegar a tocar las formaciones de una estructura psicótica, desconectados con la realidad sentados en delirios de los que casi se puede pensar que el paciente está absolutamente seguro, por supuesto el Yo neurótico resiste y el análisis permite más o menos apuntalar sus defensas y estabilidad emocional. Esta inestabilidad en el Yo es una consecuencia directa de la proyección que se hace de lo malo pues también lo bueno se debe proyectar, lo que genera aquello que Klein denominó “escisión”, es una división tajante entre las cualidades buenas y malas del objeto, lo que implica necesariamente una división en el Yo, Klein señala: “Creo que el yo es incapaz de escindir al objeto –interno y externo- sin que se lleve a cabo una escisión correspondiente dentro del yo mismo. Por tanto, las fantasías y sentimientos con respecto al estado del objeto interno influyen vitalmente en la estructura del yo.” (Klein, 2009, p. 15) Uno puede contemplar esta escisión en la vida ordinaria y en configuraciones sociales interesantes, en México por ejemplo, ha surgido toda una tendencia que inviste al subsecretario de Salud Hugo López-Gatell de las cualidades buenas, prácticamente en redes sociales se ha suscitado un fenómeno en el que se le atribuyen cualidades sorprendentes, desde las reales como sus títulos académicos, como otras por completo subjetivas como aquella que tiene que ver con su belleza física, sus superpoderes para contener la pandemia, etc., estas cuestiones no son más que representaciones de esa escisión y proyección el Covid-19 queda consolidado como un objeto malo, persecutorio, mortífero y letal (frente al que hay que elevar defensas mentales) y alguien como Hugo López-Gatell queda erigido en el lugar de un objeto bueno, protector, bello, capaz y poderoso. Ahora bien, como clínicos siempre debemos hacer un trabajo que tenga el eje de un atravesamiento del fantasma, en sentido lacaniano, y de una tendencia mayoritaria a la posición depresiva desde una óptica kleiniana. Sin embargo, si bien sostengo que el analista debe preservar la labor analítica cuidándose de no alimentar las fantasías y los mecanismos de defensa, también sostengo que el analista en estas condiciones deberá ser todavía más paciente de lo que es el paciente. El analista deberá sostener a los pacientes, instalándose en un sitio que no fomente los mecanismos esquizoparanoides de triunfo, control y desprecio, así como los mecanismos primitivos; sino que pueda ir sosteniendo la mente del paciente en estas circunstancias, interpretaciones “de bisonte embistiendo” pueden ser severas, duras y, sobre todo, equivocadas, porque en este contexto no podemos conocer con claridad si el paciente realmente actúa con una visión integrada de la realidad o bajo el influjo de una fantasía de naturaleza esquizoparanoide, sobre todo por el hecho de que este evento en concreto es sumamente avasallador y pocos saben con claridad la naturaleza de la situación en concreto; así pues un aislamiento disciplinado puede tener el trasfondo de una fantasía persecutoria por la proyección de los elementos destructivos, o bien, puede ser una posición realmente auténtica de preocupación, delimitación y confrontación con la realidad. Así pues, en este contexto sugiero interpretaciones que se dirijan predominantemente a una ampliación de la concentración de la angustia y más allá de esto, el trabajo analítico deberá ser de sostenimiento y “reencauce”, reconocimiento ontológico de la realidad mental que se está experimentando, etc. El analista deberá ser lo suficientemente hábil para conocer y saber cuando realmente se pueda hacer una interpretación como en los “buenos tiempos”. Referencias bibliográficas: Klein, Melanie. (2009), “Envidia y gratitud”, Obras completas: Tomo 3. Ed. Paidós: Ciudad de México. Por: Hugo Toro. No es poco común y en realidad es una constante que a los inicios de la práctica clínica y de la formación analítica como tal, los aspirantes dejan de lado un valor coyuntural de la práctica: la humildad. Como si de niños con un martillo de juguete se tratara, hacen intervenciones y trabajos intentando colgar un gran cuadro en la pared de su orgullo, sin dar cuenta que su martillo sigue siendo eso, un martillo de juguete. Pero no debe pensarse que esto es una diatriba en contra de los recién iniciados en los procesos formativos (múltiples en sus formas como hay escuelas en la actualidad), pues esta realidad, la del martillo, existe más allá de la poca experiencia, de hecho, varias veces he escuchado anécdotas interesantes, graciosas y simpáticas: el gran analista de renombre que se duerme en una sesión, el que se involucra afectivamente con su paciente o, cómo olvidar esa anécdota, la que con una furia desatada por los límites alcanzados de su tolerancia, aporreó a un niño en análisis. Son múltiples las experiencias clínicas que dan cuenta de una realidad primera y que todo analista debe conocer bien: los límites de su práctica. Si bien, conocer los límites no implica necesariamente abstraerse de toda posibilidad, sí implica un uso responsable del método, pues si bien es cierto que el método, de cierta forma entendido como encuadre, permite cierta protección y perpetúa de cierta manera una determinada dirección de la cura, también viene cierto que dicho método estará determinado por el propio análisis del analista y, por supuesto, de los matices concretos de su goce y más allá, de su deseo. Es terrible cuando la práctica del análisis se convierte en síntoma del analista, que ejecuta la práctica en un goce permanente, en realidad, y esto es cierto, no pocas veces una persona ha instrumentado el análisis con miras a perpetuar fantasías perversas en las que el goce masoquista y el goce sádico intervienen por partes iguales. Frente a esto, ¿cuál es una resolución posible?, en el último de los casos que declaro la respuesta es una obviedad: nada, pues será muy poco probable que ese analista se pregunte por su propia práctica y la clínica que ejerce. Pero en los demás la situación se vuelve más aguda y requiere un cierto detenimiento. Hemos dicho ya que no se trata tanto de rehusar la posibilidad, es decir, conocer los límites no implica cegarse a nuevas posibilidades y horizontes, de otro modo, la práctica también devendría en un ejercicio muerto, poco vital y significante; echaría por tierra las cualidades más inmediatas del análisis como tal al estar cerrado en condiciones secas y poco fecundas. Como siempre, la realidad de nuestra práctica nos invita a remitirnos a un justo medio que permita comprender y ejecutar cierto modo de proceder. En ese sentido, no será de extrañar que el primer elemento que el analista debe tomar en cuenta es su propio conocimiento y, más aún, su propio desconocimiento. De eso puede obtener las matrices móviles que le permitirán aceptar o no un caso o a un paciente. También será un hecho que del ejercicio permanente de una Docta Ignorancia sobre sí mismo se puede permitir abordar, desde la humildad que impone la realidad de las cosas, una renuncia a un determinado tratamiento clínico; es decir, forjar y reconocer el hecho de que no siempre se puede salir triunfante de las condiciones a las que uno se enfrenta, llevar a cabo la derivación en el momento y del modo adecuado, sin llevarnos a nosotros como analistas y al analizante a terrenos insospechados de actuaciones y acting out que puedan derivar en poderosos resentimientos y en cierres poco efectivos. La clave, como siempre, será el propio análisis del analista, así como el ejercicio de ese análisis y en la comprensión de sí mismo. No debemos obviar algo que André Green comenta en su libro “Ideas directrices para un psicoanálisis contemporáneo”: “Debe tenerse siempre en cuenta que, debido a las angustias y los peligros que presiente, el paciente busca provocar, a través de un pasaje al acto irrevocable, la muerte del proceso, ya sea como consecuencia de sus propias actuaciones (por ejemplo, mediante intervenciones externas de su familia), o logrando una respuesta contratransferencial violenta de parte del analista. Seamos honestos: esta última eventualidad no siempre es evitable, porque es importante reconocer que, por muy analizado que esté, el analista no deja de tener una capacidad de tolerancia limitada. En este último caso, lo importante es que pueda reconocer ante el paciente haber tocado ese límite y no sentirse ya capaz de llevar a cabo el trabajo analítico. En esa forma, en vez de que el divorcio tenga un solo responsable, la culpa estará compartida. Todo analista sabe que, sin excluir una empatía que de por sí no es suficiente, la actitud a preservar es la impavidez (Bouvet). De todas maneras, repitámoslo por si es necesario: impavidez no quiere decir indiferencia, que sí sería la peor de las culpas. Impavidez significa que el analista confía en su método lo suficiente como para arrostrar tempestades arremetiendo contra mares embravecidos, huracanes y corrientes peligrosas. En situaciones así hay que contar con las cualidades del método (Donnet) pero también con las del piloto. Es en vano pretender en todo momento lograr el control: lo importante es que al nave no vuelque y zozobre.” (André Green, 2011, p. 129) Es evidente que un analista con la claridad teórica y técnica de Green traza una ruta clara para los analistas; no debe costar reconocer, contra la helada razón de nuestra propia soberbia, que no se puede todo con todos y que ese principio es tan humano como humanas son las condiciones y contenidos que se despliegan en el análisis. Referencias bibliográficas: Green, André. (2011), "Ideas directrices para un psicoanálisis contemporáneo: Desconocimiento y reconocimiento del inconsciente.", Amorrortu Editores: Buenos Aires, Argentina. Por: Hugo Toro. Se nos fue. Hoy más que nunca el ejercicio del psicoanálisis supone al mismo tiempo una serie de obstáculos y retos que nos alejan y distraen de sus formas más auténticas; si bien las condiciones contemporáneas dificultan en cierta medida el acto analítico en sí, con las condiciones conocidas hasta el presente y desde su creación, esto no debe ser motivo de caída en la Vía Dolorosa. Más allá de todos los registros posibles y de las posiciones subjetivas específicas en relación con la realidad de un saber la más plena actualmente, y que no podía ser de otra manera, es que ya no podemos confiar. La confianza es un valor en desuso, y bien que así sea, en la época contemporánea; el saber del maestro debe, hoy más que nunca, ser puesto en duda (no así sometido a una negación de toda autentificación verificable, es decir, no por duda se ejerce el rechazo sucinto a toda autoridad de saber). Recién veo un vídeo publicado por el canal de YouTube “J.-D. NASIO”, publicado el 20 de diciembre de 2019 y cuyo título es “¿Cuál neurótico somos: fóbico, obsesivo o histérico?”, ya desde el título la pretensión de la conferencia resulta llamativa, uno se cuestiona si el título será efectivamente una impresión acorde a la realidad más plena de la charla del (como dice la descripción del vídeo) “célebre psicoanalista”. En la aventura de escuchar las casi dos horas de duración uno encuentra que literalmente el “célebre” se dedica a dar algunas pautas para que antes de empezar, los presentes puedan discernir con cierta claridad qué tipo de neurótico son. ¿Cómo puede hacerse un ejercicio tan miope, tan artificial como banal sus alcances? Resulta innecesario y no sólo necesario sino que implica necesariamente una contestación definitiva a quienes desde trincheras más ortodoxas se han ido desvinculando de Nasio, el resultado pueril no es otro que risas incesantes, estamos ante la comedia del saber, que más allá de su cercanía a la verdad o a la relación estrecha con la autenticidad busca perpetuar al orador no como un agente de discurso-en-verdad, sino más bien como un showman que entretiene a sus audiencias. El valor del experimento de Nasio tiene su cambio de moneda en tantos y tantos test de las revistas especializadas en la banalidad femenina y masculina que inundad anaqueles de tiendas de inutilidad. Uno se encuentra permanentemente pensando si está hablando en serio o, si la propia estupidez (que no se niega y, más aún, se reconoce) no ha permitido encontrar el sentido del chiste o la línea discursiva oculta, el semblante del maestro aún tiene un valor que supone de una o de otra manera la posibilidad de un acceso al saber. No reconociendo el valor del chiste pero confiando en que es eso, uno avanza y no sin sorpresa descubre que entre las propuestas del Dr. Nasio, “célebre psicoanalista”, se encuentra el retorno del trauma psicológico, dice en su conferencia: “La génesis de una neurosis se resume en una secuencia: primero, el traumatismo, que es la causa desencadenante de la neurosis; dos, el fantasma, que es la causa central de la neurosis. Como verán yo distinto la causa desencadenante, que es la puesta en movimiento del proceso neurótico y la causa central, el fantasma, que es el foco infeccioso que mantiene el estado neurótico durante años y a veces durante toda la vida. Tercer eslabón, los síntomas neuróticos que llevan al paciente a consultar.” Si bien es cierto que el “foco infeccioso” es el fantasma, aunque yo mismo no me permitiría utilizar dicha expresión; alegar como causa desencadenante un evento traumático en las condiciones en que el que Nasi(ó) lo hace me resulta cuestionable. El Dr., hace acopio de su extraordinaria experiencia para alegar cómo en una nena pequeña, el hecho de que su madre le introduzca al menos tres veces al día un termómetro rectal para medir su temperatura hará de ella una futura neurótica. La intervención de Nasio no es otra que pedirle a la señora, enferma-de-verdad, que le lleve todos los termómetros que tenga en casa e indicarle que no puede seguir haciendo eso con la nena ; de ese punto en la conferencia que intenta apuntalar la noción de “causa desencadenante”, pasamos a otro momento de chistorete, en el que el celebre analista nos comparte una experiencia con esa misma mujer en la que terminaron midiéndose la temperatura con todos los instrumentos para tales efectos con los que contaba esa mujer en plena consulta con el Dr.; particularmente, uno espera y desea que todo eso sea una broma o, en el mejor de los casos, que no haya sido requerido el termómetro rectal en esa ocasión. Todo esto implica o supone un cierto retroceso que huele a Charcot e hiede al circo del hipnotista; uno no puede negar la realidad o lo R(eal) del evento traumático, eso sería imposible, delirante y casi psicótico, pero definitivamente tampoco se puede instrumentar una clínica de acompañamiento y de instrucción que intente ser denominada así misma psicoanálisis. No olvidemos que el fantasma acontece más allá de la realidad inmediata que ha experimentado el sujeto, pues esa realidad inmediata está lejana a la realidad más plena de su-ser-sujeto: el campo del Otro, el campo del inconsciente, no de la consciencia traumatizada. No dejemos de lado las antiguas advertencias bíblicas sobre el pecado y, más aún sobre el demonio, que haciendo acopio de su belleza y facilidad endulzan los ojos y los oídos del incauto para hacerlo caer a la docilidad frente al pecado; el pecado aquí es un saber que remite irremediablemente a una práctica, la tentación no es otra que dejarnos llevar por ese saber que tiene semblante de seducción y abandonar por tierra, la humildad de una práctica que sólo se tiene así misma sin necesidad de coreografías. Finalmente, como diría el mismo Lacan en su texto de septiembre de 1958 titulado “El psicoanálisis verdadero, y el falso.”: “De este modo, el psicoanálisis falso no lo es solo por el hecho de apartarse del campo que motiva su modo de proceder. Ese apartarse, cualesquiera que sean sus intenciones efectivas, exige un olvido o un desconocimiento. Y tanto el uno como el otro lo condenan a unos efectos perniciosos.” (Lacan, 2012, p. 181) ¿Quién Nasi(ó)? REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Lacan, Jacques. (2012), “Otros escritos”, Ed. Paidós: Buenos Aires, Argentina. |
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