Por: Hugo Toro En el insondable abismo de la desesperación la huella de la completud imaginaria de los tiempos primigenios se percibe en el suelo del desesperado. Al tope de nuestra mente encontramos la mítica figura de la entidad completa, carente de falta, el gran Otro, que en sus inicios es entendido como el gran garante del falo; es la desesperación de los tiempos la que tienta con el pecado de la remisión regresiva la mente de los sujetos, erigiendo en la consideración más profunda de su psique la idea de un “salvador”, de una panacea que reúna todos los incentivos que brinden y rectifiquen el orden perturbado por el natural movimiento del sistema hacia su desintegración ominosa.
La panacea sienta sus bases en la disposición del sujeto para acogerse a algo divino, para ser partícipe de esa completud de la que se sabe exiliado; la panacea es, finalmente, todo aquel anhelo infantil por resguardarse del peligro del no-todo, de la falta. La obra que nutre esta reflexión se titula “La panacea”, del Dr. Francisco Soriano. Se trata de un óleo de gran formato pintado sobre un lienzo de 180 x 130 cm, el cual muestra al centro de la imagen a un hombre en silla de ruedas cuya mirada de silencioso grito mira hacia la infinitud de sus espectadores mientras una serie de personajes alrededor suyo ciernen desesperados, con muecas de apropiación, privación, desesperación, posesión, ira, indiferencia y cinismo. ¿No es así lo imaginario de la panacea? ¿No es cualquier panacea un hombre inválido en sus posibilidades y, sobre todo, incalculable en su potencia? Nunca será, pero lo importante de cualquier panacea no es que sea, sino que pueda llegar a ser; es la ilusión del milagro, la búsqueda permanente de un “pronto” o del “ya casi”, el aviso mesiánico que nos hace resguardar y, sobre todo, desear desesperadamente la posesión del derecho de construirlo. La panacea es un grito desesperado pero ahogado, que clama desde las raíces de la infancia primigenia, ahí donde el absolutismo de la visión maniquea de los objetos desdobla en posibilidad. El fin de la panacea es ser consumida, es autoconsumirse como se consume una estrella al final de su vida. La panacea es caníbal, como lo son también quienes la desean, quienes desean apropiarse derechos sobre ella. La panacea es todo aquello que promete, que permite vivir en la ilusión temporal de un imaginario donde la falta no está y, sobre todo, de una ilusión que ahoga bajo un pesado suelo la realidad de que también la panacea se encuentra castrada.
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Julio 2023
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