TEXTO E ILUSTRACIÓN POR GUADALUPE VÁZQUEZ De aquello que sostiene el método psicoanalítico se destaca siempre la neutralidad del analista, la regla de abstinencia y la atención flotante. Sobre esta última Sigmund Freud explicita: «No debemos otorgar una importancia particular a nada de lo que oímos y conviene que le prestemos a todo la misma atención flotante». Con esto nos quiere decir que no debemos priorizar nada en particular del discurso del analizado; sin importar las inflexiones, los vaivenes y altibajos, la escucha será monocorde. Fuera de la consulta dejamos nuestros prejuicios, nuestra fijación con Linneo y las clasificaciones; también, con cierto prurito abandonamos nuestras defensas y nos lanzamos a la deriva esperando que la marea haga lo suyo. Si de un lado el paciente asocia libremente, del otro lado el analista escucha más que libre, librado. Del discurso sin trabas del uno a la escucha rendida del otro, uno y otro inconciente se encuentran. La nuestra es entonces una escucha mesmerizada, y pareciera que ya no es el analista quien con su encanto hipnótico hurga en la mente del paciente, si no la voz del paciente y su influjo lo que hace levitar la oreja del analista, que atento ladea la cabeza para prestar oído. ¿Pero es la voz lo que llama a la escucha?¿O es el analista, antes que espejo, un cuenco-oreja vacío donde el otro precipita sus afanes y el ulular de su fantasma? En cualquier caso, decía Michel de Montaigne que “la palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha”. El relato de las neurosis es una construcción dialógica, una narración a dos voces, que se sostiene en la escucha. Plutarco, filósofo griego, fue entre los clásicos quien más escribiera sobre la escucha. En Peri tou akouein, que se ha traducido y publicado como “El Arte de la escucha”, se refiere al oído como el único sentido, pasivo y activo a la vez, que permite acceder al logos, y así a la palabra del maestro y al propio conocimiento de sí. Da indicios incluso, de una práctica muy cercana a esta atención flotante, en la que propone que el oído se deje penetrar por el logos sin que medie la voluntad en ello. Sin embargo la escucha que describe Plutarco está al servicio de la propia virtud y del aprendizaje de la oratoria, más que en atención a un otro. Alrededor de la escucha como método terapéutico, hay intrincados textos psicoanalíticos producto de la ortodoxia, definiciones enciclopédicas… Mucho rigor y muy poca belleza, que retrate a su vez la belleza propia de esta escucha, la experiencia estética que se nos brinda desde la otredad. A nuestra ayuda acude la ficción de Michael Ende; en su libro “Momo”, dirigido en mayor medida al público infantil, en el que nos describe mágicamente la virtud de la escucha. Dejo para ustedes este fragmento a manera de colofón: « (…) Entonces, ¿es que Momo sabía algo que ponía a la gente de buen humor? ¿Sabía cantar muy bien? ¿O sabía tocar un instrumento? ¿O es que —ya que vivía en una especie de circo— sabía bailar o hacer acrobacias? No, tampoco era eso. ¿Acaso sabía magia? ¿Conocía algún encantamiento con el que se pudiera ahuyentar todas las miserias y preocupaciones? ¿Sabía leer en las líneas de la mano o predecir el futuro de cualquier otro modo? Nada de eso. Lo que la pequeña Momo sabía hacer como nadie era escuchar. Eso no es nada especial, dirá, quizás, algún lector; cualquiera sabe escuchar. Pues eso es un error. Muy pocas personas saben escuchar de verdad. Y la manera en que sabía escuchar Momo era única. Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Mientras tanto miraba al otro con sus grandes ojos negros y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él. Sabía escuchar de tal manera que la gente perpleja o indecisa sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería. O los tímidos se sentían de súbito muy libres y valerosos. O los desgraciados y agobiados se volvían confiados y alegres. Y si alguien creía que su vida estaba totalmente perdida y que era insignificante y que él mismo no era más que uno entre millones, y que no importaba nada y que se podía sustituir con la misma facilidad que una maceta rota, iba y le contaba todo eso a la pequeña Momo, y le resultaba claro, de modo misterioso mientras hablaba, que tal como era sólo había uno entre todos los hombres y que, por eso, era importante a su manera, para el mundo. ¡Así sabía escuchar Momo! ». Bibliografía: -Michael Ende. Momo. 2007. Editorial: Alfaguara. -Sigmund Freud. «Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente» (caso Schreber), Trabajos sobre técnica psicoanalítica, y otras obras (1911-1913). Editorial: Amorrortu editores, Colección: Obras Completas de Sigmund Freud (XII). -Plutarco. Obras Morales y de Costumbres (Moralia). 1985.Editorial: Gredos S.A.
1 Comentario
Jose Miguel Montejo
11/16/2016 08:57:51 am
Gracias muy buena publicacion interesante.
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