Por: Hugo Toro Un retorno a M. Klein. Esto es un brevario. Un brevario de una crítica sustentada en las malformaciones que ha sufrido la clínica psicoanalítica denominada “kleiniana” o “postkleiniana”. Los derivados de las malas lecturas y las interpretaciones fallidas de los textos han generado implicaciones directas y penosas en la realización del “psicoanálisis”. Hoy pretendo apuntar a un punto en específico: el análisis de la transferencia. De todos es conocido que Melanie Klein dedicó gran parte de su trabajo al tratamiento psicoanalítico de niños, de ello derivó sus ejes técnicos y metapsicológicos. Podríamos destacar entre los primeros: el “punto de urgencia” (atender al elemento de angustia predominante en el momento), la interpretación de la transferencia positiva y negativa (haciendo énfasis en la segunda) y la búsqueda de las fantasías inconscientes detrás del material. De la metapsicología destacamos: el desarrollo de los conceptos freudianos de pulsión de vida y pulsión de muerte, que en Klein alcanzan una dimensión objetal cuando se habla de sus derivados en Amor y Odio; sus famosas posiciones: esquizoparanoide (cuya fundamental característica es la angustia de tipo persecutorio) y la posición depresiva (de difícil acceso y raro trámite, cuya angustia principal se basa en las constelaciones de culpa provocados por los taques a los objetos mediante los mecanismos esquizoides de la etapa anterior); así mismo, el fundamento de la teoría en lo que es conocido como Relaciones Objetales dota a la teoría kleiniana de todo un armazón que se complementa en cada una de sus partes: si se interpreta el punto de urgencia es debido a las angustias que prevalecen en función de los montos pulsionales (amor y odio) que existen en el sujeto, la fantasía tendrá que ver con los montos de amor y odio y con la posición en la que esté oscilando el sujeto (esquizoparaonide o depresiva); finalmente si contemplamos el hecho de que todo desarrollo mental, para Klein, se articula en el vínculo con el objeto, es natural pensar que tanto la angustia como la fantasía serán trasnferidas efectivamente a la persona del analista, suscitando una reedición del vínculo con los objetos originarios, razón por la cual tanto las relaciones sustentadas en el amor, como en el odio (transferencia positiva y negativa) deberán ser interpretadas, pues representarán el nudo a partir del cual se teje todo el conflicto de acuerdo a esta brillante autora. Las anteriores brevedades sobre los trabajos de Melanie Klein, funcionarán a manera de preámbulo en el sentido de este breve ensayo en donde pretendo denunciar el monstruo que en nombre de Klein se ejecuta. La teoría kleiniana ha sido sometida a una lectura forzada y esterotipada; con frecuencia los conceptos “pecho bueno” y “pecho malo” son usados con liviandad e impuestos a la subjetividad de los analizantes quienes, sometidos a la lente clínica de los pseudos analistas, no pueden más que permanecer ante la lluvia de una etiquetadota de conceptos que se encuentra deseosa de colocar conceptos pobremente aprendidos a fenómenos subjetivos de una complejidad inconmensurable. Si el analizante no habla seguro estará percibiendo al analista como un pecho malo al que desea aniquilar por medio de dejarlo con hambre (identificándose con el pecho materno); si el analizante habla mucho estará poniendo en juego su voracidad, esperando la mayor cantidad de interpretaciones posible; así sucesivamente a los contenidos subjetivos se van asignando etiquetas conceptuales que no respetan la esencia misma del psicoanálisis: el sujeto. Aunque de primera mano pareciera que Klein atiborra con extensas interpretaciones a sus analizados, no genera sus interpretaciones a partir de cimientos construidos sobre el vacío del prejuicio y la imposición de la teoría sobre la realidad clínica. Aunque todas estas interpretaciones pueden ser consideradas correctas en su momento, la efervescencia con la que surgen no deja de generar ciertas sospechas; pronto se encuentra uno ante un “psicoanálisis” maquinado y manufacturado bajo premisas teóricas que aplica un pseudoanalista deseoso de encontrar el momento de usar las nuevas palabras aprendidas. Por el contrario, Melanie Klein concienzuda, como era, de la importancia de apegarse a la clínica siempre pensó que el respeto a la subjetividad del analizado debía ser el eje crucial de su técnica; cuando interpretaba la transferencia, si bien partía de una noción teórica que ampliaba el concepto de transferencia en Freud, no se la “sacaba de la manga”, muy por el contrario cometía sus interpretaciones en el justo momento en el que el material del analizado lo permitiera o confirmara la idea que rondaba su mente; alejándose así de la doctrina mística de una gitana que con su bola de cristal pretende develar verdades a partir del dudoso vapor del prejuicio clínico (Estupidez y arrogancia en la doctrina de Bion). Reconozco a todo esto que ejemplificar mi lectura de la obra kleiniana con apenas un fragmento ínfimo de toda su extenso trabajo es dudoso y por lo demás puede ser considerado una tomadura de pelo; pero estoy plenamente convencido que el lector más riguroso de Klein no encontrará más que ejemplos que verifiquen lo que aquí se propone: una técnica psicoanalítica sustentada en el material del paciente y no en la cosmovisión teórica del analista. Para esto usaré unos breves párrafos de la obra de 1957 “Envidia y Gratitud”, en primera porque creo que los ejemplos dan cuenta de lo que aquí se está sosteniendo, y en segunda, porque creo firmemente que acercarnos a los autores en sus grandes trabajos realizados al final de su vida ayuda a develar sus concepciones finales. Así pues, en este excepcional trabajo se lee: “El segundo paciente masculino al cual me referí, en un período posterior de su análisis, cuando ya se habían producido distintas pruebas de una mayor integración y mejoría, relató el sueño siguiente, donde muestra las fluctuaciones en el proceso de integración causadas por el dolor de los sentimientos depresivos. Se encontraba en un departamento de un piso alto y X, un amigo de un amigo suyo, lo llamaba desde la calle proponiéndole una caminata. El paciente no accedió porque un perro negro que se hallaba en el departamento hubiera podido salir y ser atropellado. Acarició al perro. Cuando miró por la ventana halló que X había "retrocedido". Algunas de las asociaciones vincularon el departamento con el mío y el perro negro con mi gato negro, al que describió como "ella".[1] X, un antiguo compañero de estudios, nunca le había agradado al paciente. Lo describió como afable e insincero; X pedía también a menudo dinero prestado (aunque lo devolvía después) y de un modo tal que parecía que tuviera todo el derecho de hacerlo. X no obstante resultó ser muy bueno en su profesión. El paciente reconoció que "un amigo de su amigo" era un aspecto de sí mismo. La esencia de mis interpretaciones fue que él se había acercado más al reconocimiento de una parte desagradable y amenazante de su personalidad; el peligro para el perro-gato (la analista) consistía en que ella sería atropellada (es decir, dañada) por X. Cuando X le pidió que fuesen juntos a caminar, esto simbolizaba un paso hacia la integración. En ese momento un elemento de esperanza entró en el sueño, evidenciado en el hecho de que X, a pesar de sus fallas, resultara ser bueno en su profesión. Es asimismo característico del progreso realizado que la parte de sí mismo a la cual se había acercado en el sueño no fuera tan destructiva y envidiosa como en un material previo.” (Klein, 1957, p. 232) Parte Melanie Klein de “asociaciones” que condujeron el análisis a vincular transferencialmente el contenido manifiesto del sueño con una realidad de la relación objetal que sostenía el paciente hacia ella en ése momento. Como insisto, no se trata de imponer transferencias y mucho menos inventarlas ahí donde no se encuentran, sino de paciente y desinteresadamente ir tras sus rastros en los sinuosos caminos que atraviesan el oscuro bosque del material analítico. Ahora bien, no se trata de una opinión o de una lectura “mesurada” de Klein, sino de un hecho particular que busca desmenuzar y, más allá de eso, deshacer o, mejor, promover una aniquilación de la caricatura de la “Gran dama inglesa”. No hay mayor enfermedad para el psicoanálisis actual que volver estereotipos o personajes de una obra teatral con diálogos previamente escritos y muletillas a los grandes psicoanalistas que han contribuido a su desarrollo. Lo mismo valdría para Freud o para Lacan, devenirlos en íconos o figuras pop de los cuales se puede trazar fácilmente una parodia no hace más bordear el peligroso abismo de la insensatez académica y de la irresponsabilidad de la práctica clínica. Klein interpretaba la transferencia, no la inventaba. Perseguía los rastros de las relaciones objetales y encontraba momentos de verdad, no iba tras los peligrosos caminos que trazan los fantasmas del prejuicio. Que se lea a Klein, que se lea a Klein a la letra, que se comprenda, que se cuestione, que se enriquezca pero, por favor, que no se banalice…merece algo mejor. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS: Klein, Melanie. (1957), “Envidia y Gratitud”, Tomo III, Ed. Paidós: México, D.F. [1] Las negritas me pertenecen.
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Julio 2023
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